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La cueva del dinosaurio

Ladrillos

¡Que sea lo que Dios quiera!

¡Que sea lo que Dios quiera!

Aventuras Caseras Asociadas, presenta: Capítulo XIII.

Uno.
Cada vez que iba a ver a Benicio y podíamos hablar porque no estaba en el “módulo de reflexión” (¡qué graciosos son los ricos!), se acordaba de mí y de toda mi familia. “¡Porque yo no puedo soportar más esto! ¡Porque me están matando despacio! ¡Porque la culpa es tuya que me has traído a este antro! ¡Hermana! ¡Hermana, quite a este engendro de mi vista! ¡Ahora mismo!”. Y yo, que si “Cálmate Ben, que te vuelven al módulo”. Y él, que si “¡Prefiero la muerte que seguir aquí! ¡Un caballero legionario como yo! ¡Qué diría mi capitán si me viera rezar el rosario todas las tardes! ¡Eres un canalla (y cosas peores que no digo porque me quitan el yogur de melocotón que es lo que más me gusta)!”. Y así sucesivamente.
¡Hombre!, de antemano, ya no contaba yo con su agradecimiento y, al principio, hasta le comprendía y “¡Pobre Ben!” para arriba y “¡Pobre Ben!” para abajo. Pero una cosa es una cosa y otra cosa era eso. Y en vista de que no se le pasaba la perra, empecé a mosquearme. Aunque me dio igual. Le tuve que dejar por imposible, cantando a voz en grito: “La cabra, la cabra …” a punto de recibir otra inyección adicional de Valium por cuenta de la casa para que dejara de alborotar al personal y de cantar “canciones indecorosas”.
Instintivamente espacié las visitas porque me resultaba desagradable sentirme culpable por haberle metido allí aunque hubiera sido para protegerle a él y a sus vecinos de sí mismo y de sus agresivos delirium tremens. Le contaba cuando iba (y no era del todo incierto) que volvía a tener mucho trabajo y andaba muy liado de acá para allá con un montón de casos farragosos. Él me miraba de través con cara de no chuparse el dedo y de no tragarse la bola y torcía la cara como diciendo: “¡Buah, menuda carioca que me estás contando! ¡Anda ya, chaval! ¡Vete a SEPU! ¡A hasé pu … ñetas y déjame en paz, so capullo, que bastante tengo con terminar mis días aquí encerrado!”.

Y terminó. Terminó una bochornosa tarde de julio mientras intentaba saltar el muro con la valla metálica electrificada de la clínica y una descarga le tuvo un buen rato transfiriendo su mortífera potencia contra su desgastado cuerpecillo y luego le escupió unos treinta metros atrás hacia el jardín donde se golpeó contra un árbol y terminó de rematar la faena. En Estados Unidos, aquello habría sido materia para un bonito pleito con su multimillonaria indemnización y todo, pero aquí, entre que no tenía familia y el poderío de la Fundación que está detrás de la ilegal valla electrificada de la clínica mental privada esa, igual le tocaba poner dinero al guapo que se hubiera atrevido con semejante hueso. Eso sí, se abrieron diligencias y, casi inmediatamente, se archivaron. ¡Pobre Ben! Que me perdone por el chiste fácil y grosero cuando nos volvamos a encontrar en el infierno, pero … me temo que terminó un poco … quemado.

Dos.
Estaba terminando de cenar en el restaurante de Lola cuando se acercó mi amigo Miguel, que es de una Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica. Me había encargado una investigación que necesitaban y a la que no les dejaban acceder, se sentó y le dije cómo iba. Me contó lo del japonés que viene desde su país a asistir a las exhumaciones y que ha salido en el periódico. El japonés llora cuando ve las caras de los familiares y no puede entender, por más que lo intente, cómo hemos tardado cerca de 70 años en empezar a hacer lo que teníamos que haber hecho (y ellos lo hicieron) en seguida o, al menos, justo después de morir Franco que lo impedía.

-Yo tampoco puedo entenderlo – me decía Miguel – Se han acumulado miles de circunstancias, sí. Pero ¿qué hemos hecho y no hecho para dejar que se acumularan? – se escandaliza Miguel - ¿Es que somos unos monstruos inhumanos?, ¿o es que somos unos vagos indiferentes?, ¿o es que somos unos cornudos apaleados? No sé lo que somos, en cualquier caso nada bueno ni normal. Por eso, no descansaremos hasta que nuestros antepasados descansen como Dios manda.
-Es un tema muy doloroso –dije -. Pero, desde luego, más doloroso es seguir dejándolo todo como estaba. Tanta desidia ha sido escandalosa.
-Un pueblo no puede considerarse civilizado si no ha dado buena sepultura a sus muertos para que descansen en paz, independientemente de los motivos por los que murieran. Quienes hablan de revancha o de sus muertos, que llevan 70 años descansando como es debido, son unos revanchistas y unos canallas sin vergüenza y sin alma. No quiero alborotarme. Aquello pasó y se acabó. No queremos ni debemos removerlo, debemos perdonar. Pero la actitud y los insultos de algunos vivos ahora mismo son un delito que se debiera castigar con algún año de cárcel, para obligarles a respetar a los muertos, ya que su falsa fe no lo consigue.

Miguel es católico practicante y aún tiene fe. Yo le admiro de todo corazón porque no consigo comprenderle y me parece una proeza inaudita que su fe sea tan fuerte que resista todo lo que resiste. Él dice que es como una lotería, para quitarle importancia, que te toca o no te toca, así, como quien no quiere la cosa. O también lo compara con una gripe o un catarro. Que no tiene más misterio, dice, que cualquier otro asunto de la vida. Yo creo que tiene que haber algo más, mucho más y que eso de la fe es un misterio más profundo que el de la Santísima Trinidad y que tiene mucho mérito conservarla en medio de la que está cayendo. Y, para mí, lo más impresionante de todo es que aún tiene fe en que la Iglesia católica va a ser capaz de rectificar sus errores y los padecimientos y crueldades que ha producido tanto individual como colectivamente a lo largo de la Historia y volverá a la senda del bien. Eso sí que es una fe ciega … sorda, muda y todo lo que podamos imaginar.

Tres.
Estaba tecleando en el ordenador de mi despacho. Anochecía y por la ventana abierta con la persiana bajada por el último sol del día, se colaban los ruidos de la calle como una banda sonora de fondo. De repente, un silbido se destacó y se repitió varias veces: “Fiu-fiu, fiu-fiu”.
“No puede ser”, pensé extrañado, “Es absurdo. No puede ser, pero … así es como yo llamaba a Leo: Fiu-fiu, fiu-fiu. No bis-bis, bis-bis, ni michi-michi”.
Como no me concentraba y el silbido seguía, me levanté, me acerqué a la ventana y miré, pero no vi nada. Me fui a la ventana de la sala de espera y apenas alcancé a ver a un tipo moreno de unos treinta y ocho, cuarenta, entrando con un perro mediano en el portal de enfrente. Se acabó el silbido y volví a la faena. Era un informe farragoso que me llevó aún otras dos horas todavía, de modo que me olvidé del asunto.
A la tarde siguiente lo mismo y tampoco pude localizar quien era. Sólo pude entrever otra vez al hombre tirando del perro negro de la tarde anterior. No entendía qué podía tener que ver un tío con perro con alguien llamando a los gatos, pero supuse que sería Evangelina que les solía echar las sobras y que el tipo que yo veía entrando en el portal de enfrente con el perro no tenía nada que ver.
Lo que más complica un sistema tan complejo como la vida yo creo que es que la casualidad también existe y que no se sabe de antemano cuándo interviene y cuándo no.
Dejé de prestarle atención al tema cuando otra tarde, al poco del entierro de Benicio, me cruzo con Evangelina y me dice:

-¡Pobrecillo!
-Sí, pobre … pero … ¡si usted no le conocía!
-¿A quién?
-¿A quién le dice usted “pobrecillo”, a Benicio?
-¿Le llamaba usted así?
-¿A Benicio? ¡Pues claro! ¿Cómo quiere que le llamara?
-¡Pues Minino! ¿Cómo quiere que le llamara yo?
-A ver, a ver, Evangelina, usted ¿de quién me está hablando?
-Pues del gato Minino, que se ha muerto. ¿De quién quiere usted que le hable? Ahora, si usted le llamaba Benicio … ¡vaya un nombre más feo para un gato!
-¡Acabáramos, Evangelina! Y ¿cómo ha sido?
-Pues anoche, Martín. Dicen que un perro. Hay ahora gente muy rara por aquí, Martín, muy rara.
-Pero, Evangelina, los perros no son gente rara. Son uno de los muchos peligros para los gatos, sí, pero …
-¡Martiiín! ¡Parece usted tonto, hombre, ya! Me refiero a que hay gente nueva rara en el barrio. ¡Y con perros!
-¡Ah! ¡Vaya!
-Sí, vaya, vaya usted a hacer … sus cosas, que no se entera de nada. ¡Vaya agente de seguros que está usted hecho!
-Hasta luego, Evangelina. No se enfade usted.
-¡Brrrrr!

Entonces, empecé a ocuparme del tema en mis escasos ratos libres con los cubos de basura, centro improvisado de reunión de los gatos, como eje básico de la investigación. Al principio, pude averiguar muy poco. Apenas que el tipo  llegaba aproximadamente sobre la misma hora (a eso de las 22) de dar un paseo al perro, que al acercarse donde los cubos silbaba a algo o a alguien y, como no venia nadie, seguía como si tal cosa. Pero luego, una noche (a eso de las 12:10), le vi salir de nuevo con el perro y merodear más a fondo alrededor de los cubos. Los gatos suelen ser muy desconfiados y prevenidos, pero siempre hay alguno que se despista o se entretiene un segundo o que no calibra bien el peligro o que le pierde la curiosidad o que le da por confiarse demasiado y eso lo paga con la vida sin agotar las otras seis míticas que dicen que tienen o con un buen susto. Eso estuvo a punto de volver a pasar esa noche y el gato, que se libró de milagro, dejó un maullido aterrador y un considerable trozo de rabo entre las poderosas fauces de un perro que parecía tranquilo y actuó azuzado por su amo en una especie de entrenamiento sin pies ni cabeza que no parecía tener un objeto definido. Estuve a punto de intervenir contra él pero me frené en el último segundo porque intuía que había algo más que un cabronazo matagatos detrás de aquel sinsentido y quería saber lo que era.
De modo que seguí al individuo y su mascota en su paseo nocturno y vi que llegaron a una placita cercana donde, disimulando, se puso a rondar un portal que me resultaba conocido y no conseguía saber de qué. Al poco, salió una mujer con una bolsa de basura mirando a todos lados y, al ver al perro y a su dueño, se asustó. El hombre se acercó a tranquilizarla solícito con el típico: “Si no hace nada. No se asuste. Es muy bueno y tranquilo. No se preocupe …”, intentando iniciar una conversación mientras sujetaba al perro con grandes aspavientos, pero la mujer, sin decir nada, tiró la bolsa de la basura, entró al portal y subió corriendo las escaleras mirando para atrás de vez en cuando. El hombre le dijo a su perro a carcajadas: “¡Qué desconfiada, ¿verdad, Bronco?! ¡Qué tía, ni que fuéramos a comérnosla, ¿verdad bonito?! A ti te gustan más los gatos. Esa … igual es Manoli, una de la casa”. Y después de reírse un buen rato, se volvieron a su portal.
Esa noche no, pero al día siguiente, por la tarde y con luz le hice una foto con la cámara del móvil lo más subrepticiamente que pude y luego la aclaré en el ordenador a base de Photo Editor y se la mandé por correo electrónico a mi amigo Marcial, de la Oficina Central del D.N.I. a ver qué me podía contar del elemento en cuestión.

Muchas veces cosas que llevas horas y horas dándolas vueltas en tu cabeza como en un centrifugado interminable, se aclaran de repente de la forma más tonta. Una mañana, después de despachar unos asuntos en la Junta de Distrito, me dice Merche, la que lleva el tema de las mujeres maltratadas: “Martín, ¿tienes un rato libre ahora?”. Miré la hora y le dije: “Bueno, digamos que podemos tomar un café, si quieres”. “Suficiente”, contestó. “Es que quiero que me acompañes, si puedes, a la casa de acogida porque se ha roto una reja de la ventana del patio y están las mujeres muy mosqueadas y, antes de que la reparen, quiero que me des tu opinión. Además está al lado de tu despacho”. “Vale, pues vamos”, le dije.
Llegamos dando un corto paseo y, de golpe, ¡zas!: el portal que tanto me sonaba de la plaza de la escena de la otra noche era … donde estaba la supuestamente secreta casa de acogida de mujeres maltratadas del distrito. “¡Acabáramos!”, me dije dándome un manotazo mental en mi dura cabezota (porque desde lo del desprendimiento de retina ya no me los daba de verdad), “¡Así me sonaba tanto!”. Revisé los barrotes de la reja de la ventana del patio y le dije a Merche:

-Pues tienen razón las chicas. Estos barrotes están serrados al ras por abajo. Dos barrotes más y cualquiera tira de ellos hacia arriba, los abre y entra.
-¡No jodas!
-Y sin joder … de momento.
-…
-Disculpa por el chiste malo.
-No, no. Discúlpame tú a mí, que te he dado pie. Es que estoy preocupada. Últimamente están pasando demasiadas cosas raras que igual no tienen nada que ver, pero … no sé. Estoy preocupada.
-¿Qué tipo de cosas?
-Lo típico: ruiditos, silbidos, ladridos, tipos con perro rondando la plaza. En fin … montones de chorraditas que pueden no querer decir nada … Ahora esto de los barrotes … En fin, ya sabes que estamos siempre con los nervios de punta.
-¿Alguna de las chicas está especialmente mosqueada por su ex … que haya salido de la cárcel, que le haya visto cerca? En fin, ya sabes.
-Pues … no. No especialmente. Las nuevas siempre al principio creen ver a sus ex por todas partes. Y … han llegado tres nuevas hace … un mes o así. Todavía están adaptándose.
-¿Este patio es de uso exclusivo de la casa o de todos los vecinos?
-Es sólo de la casa. Sólo tiene acceso por la casa y por esa puerta que da al pasillo del portal, pero no la usan los vecinos.
-¿Hay niños pequeños? – le pregunte mientras revisaba la puerta que daba al portal y veía que estaba forzada.
-No, hay dos mayorcitos, que ya van solos al cole y todo.
-Yo que tú mandaba arreglar enseguida los barrotes y la puerta que da al pasillo y, mientras, sembraba el patio de cristales rotos advirtiendo a las chicas para que no salgan hasta que trinquemos al tipo. Ah, y, a ser posible, ni una palabra a los vecinos y que las chicas no se alboroten: que no cunda el pánico.
-Tan grave ves el tema.
-Sí. Haz un informe lo antes posible contando todo y poniendo que algún ex trata de entrar con un perro y con las peores intenciones.
-Parece que supieras de qué va y que ya tienes un plan.
-Creo tener una ligera idea. Ya te contaré más despacio. Ahora déjame alguna barra o una escoba y un cubo que voy a atrancar esa puerta.

Revisé también la puerta que, como suponía, estaba forzada, pero me llevé un sobresalto al notar un detalle muy extraño y peligroso, aunque no dije nada. La atranqué como pude, puse el cubo para que hiciera ruido si alguien intentaba volver a entrar y rompía el palo de la escoba, vacié en el fregadero de la cocina que daba al patio, tres botellas de tónica que tenían y no nos apetecía bebérnoslas a esas horas, las rompí con cuidado para no escandalizar y sembré el pequeño patio de cristales desde la puerta del pasillo del portal hasta la ventana y hasta la entrada de la cocina que no estaba forzada y no entendía yo por qué no lo había intentado por allí.

Me despedí de Merche y de las chicas y me pasé por la comisaría. Hablé con Ortega, le conté la película y le pedí uno o dos hombres, pero me dijo que: “Verdes las han segado, alma de cántaro, ¡¿tú dónde te crees que vives, en Suecia?! Estás más loco de lo que pensaba si te crees que puedo “escaquear” ni dos ni uno ni nada hombres ni mujeres de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado para trincar al posible autor del aserramiento de dos barrotes de una reja florida y un clavel español. Si es que la culpa la tiene la tele con tantos “Hombres de Paco” y tantos “Comisario” que os trastornan la mente a todos y os creéis que esto es el Hollywood, ese y … la madre que me parió …”. Le dejé despotricando en arameo y me fui a comer con Chuchi para saber qué rusa, ucraniana, polaca o georgiana le estaba chantajeando ahora y, de paso, desintoxicarme de todo un poco con otros problemas ajenos.

Durante esa noche y la siguiente, no pasó nada porque hubo tormentas que, aunque aumentaron el terror y el nerviosismo de las chicas, también impidieron salir al “paseante” y nos dieron una tregua. También dio tiempo a que arreglaran la cerradura de la puerta que daba al patio de la casa de acogida por el pasillo y soldaron los barrotes de la reja de la ventana de la cocina. A pesar de  eso, volví a sembrar el patio de cristales rotos por si acaso. Hablé con las chicas nuevas y los “ex” de dos de ellas eran cazadores aunque, que supieran, no tenían perro fijo.
Pero la tercera noche no hubo tormenta y salí a ver qué ocurría. No pensaba tardar y dejé el ordenador encendido, a la vuelta miraría el correo por si me había mandado algo Marcial sobre el interfecto. Por otro lado, había quedado con Christopher, el danés de la empresa de seguridad de la calle Fuencarral, que si le necesitaba le daba dos perdidas desde la plaza de la casa de acogida y me mandaba de refuerzo a Kirsten que estaría por allí cerca.
Fui paseando a la plaza y me pareció ver unas sombras en el portal de la casa de acogida aunque la luz de la escalera no estaba dada. Me acerqué al portal y empujé suavemente pero la puerta no cedió y tuve que usar una de mis llaves maestras. Entré con mucho cuidado y enfilé el pasillo de detrás de la escalera sin dar la luz. Oí ruidos al fondo y, pegado a la pared, avancé despacio con el corazón en un puño maldiciendo mi profesión y lo gilipollas que soy.
Cuando llegué a la puertecita que daba al patio, empujé y vi que estaba abierta, como ya me temía, ¡desde dentro!. Eso sólo podía significar que el tipo tenía un cómplice dentro, en este caso otra mujer. Entré en el patio, lo crucé, penetré en la cocina cuya puerta también estaba abierta, vi una luz en el salón y, en ese momento fue cuando se desataron todas las fuerzas del averno.
La escena en el salón era que el tipo matagatos estaba azuzando al perro que atacaba a una mujer mientras otra mujer empezaba a chillar horrorizada y el hombre la golpeaba para que se callase. Había sangre en los brazos de la mujer atacada por el perro, lo que excitaba más al perro que ahora trataba de afianzar su poderosa mandíbula en la yugular de la víctima.
Saqué el revólver, disparé a una esquina del techo y saqué el móvil con la otra mano para hacer las dos llamadas perdidas para que viniera Kirsten a ayudarme, al tiempo que le gritaba al individuo que retirase al perro o les dispararía a ambos. A todo esto, las mujeres salían asustadas de sus habitaciones chillando y llorando, armando un caos de “padre y muy señor nuestro”. Todavía no sé cómo pude templar mis nervios para no producir una masacre. En medio de aquel infierno, disparé a una pata del perro y a otra pata de su dueño, consiguiendo que el primero soltara a su presa y que el segundo dejara de pegar a la otra mujer. Pero el perro, en su huída, me lanzó una dentellada a la mano izquierda que, por muy poco, no se queda con ella entre las fauces.
En ese momento, apareció Kirsten, que era una danesa a lo Umma Thurman en Kill Bill y se hizo con el control de la situación. Tumbó al tipo de una patada, que ya se escabullía blandiendo una navaja abierta en una mano a pesar de su herida, dejándolo inconsciente en el suelo (donde luego le até con sábanas y cuerdas que me trajeron las mujeres y me vendé la muñeca de paso de cualquier manera) y pegó cuatro gritos de combate que paralizaron los llantos femeninos. También atendió a la mujer atacada, valoró sus heridas y le hizo una primera cura de emergencia con el botiquín de la casa que pidió a las mujeres, trató la pierna del agresor y por último llamó al 112 mientras evaluaba los efectos de los golpes en la otra mujer y me curaba la mano como es debido, deshaciendo el mal apaño que yo me había preparado. Cuando llegaron la UVI móvil del SAMUR y la policía todo estaba más o menos bajo cierto control. Llamaron a otra ambulancia y en ella fuimos las dos mujeres y yo y en la UVI fue el herido de bala. Al perro le encontraron a la mañana siguiente los de la Protectora y pudieron curarle el rasguño de la bala que le rozó la pata.

Después de las exploraciones más detalladas, profesionales y tranquilas y de las primeras declaraciones en comisaría, etcétera, dormí unas horas y luego invité a cenar a Kirsten, con permiso de su jefe, para darle las gracias por su ayuda.

-No sé cómo pudiste darles en las patas, perdón, piernas, perdón pata y pierna.
-Yo tampoco, K., yo tampoco. Pero déjalo en “patas”. El dueño del perro es mucho más animal que él y, desde luego, el verdadero salvaje y el culpable de que el animal atacara, el que le entrenaba contra los gatos. Menos mal que llegaste a tiempo porque si no, me habría desmayado.
-Tanto como eso, no creo – dijo Kirsten – Pero sabes que no te convienen nada estas “juergas”. ¿Cómo sospechaste que alguien de dentro le ayudaba?
-Porque en la primera inspección que hice, la puerta del pasillo al patio estaba forzada ¡desde dentro!, en una torpe imitación de asalto exterior. Y luego lo confirmé la noche de la movida, anoche, porque no se molestaron en forzar nada y además alguien (supongo que la mujer que le ayudaba) había barrido los cristales que sembré en el patio. Lo más probable es que el elemento ese “camelara” – le aclaré el significado a Kirsten al ver su cara de no entender el término – con cualquier historia a una de las mujeres de la casa que, cuando vio lo que era en realidad se puso a chillar y él a golpearla. Es un elemento de mucho cuidado, con antecedentes penales. Acaba de salir de la cárcel, había localizado a su ex e iba a matarla mediante el perro que estaba entrenado por otros en peleas de perros.
-Vaya follón.
-Sí, fue una “nochecita toledana”, como decimos en España.
-¿Toledana? ¡Ah, de Toledo! Yo estuve hace poco en Toledo y me gustó mucho. Es muy bonita Toledo. Pero ¿qué tiene que ver?
-Nada, mujer. Es un dicho. Un refrán. Un … proverbio.
-Ah, sí ¡proverbio! Nosotros también proverbios.
-Ya me figuro.

Hubo un incómodo silencio, que rompí repitiéndome como el ajo.

-Te debo la vida.
-No exageres. Además, ya mi jefe te mandará factura.
-¡Qué prosaico! De todos modos, muchas gracias, K.
-De nada, hombre. Y cuídate ese corazón … averiado.
-Haré lo que pueda.
-No sé, no sé. No veo que hagas lo que pueda.
-Es verdad, pero es que ya sabes cómo es este trabajo.
-Ya. Es poco compatible con la vida … familiar. Por cierto, me acaba de llamar Ana y me ha dicho que quiere hablar contigo.
-No le habrás contado nada.
-No, pero … insistió tanto que … algo le tuve que decir.
-¡Pero bueno … esto es como un pueblo!
-No, hombre es que … la admiro mucho como escritora.
-Y como feminista, claro.
-No. Ella no es feminista … pero escribe muy bien.
-¿Y eso significa …?
-Que te quiere, Martín. Y que … ya no sois unos niños.
-Que nos estás llamando viejos, vaya.
-No, Martín. ¿Es que tú no la quieres?
-¿Sabes que fue ella quien me dejó?
-Por este trabajo tuyo … digo, nuestro.
-Y porque tiene la cabeza más dura que un apóstol viejo.
-¿El Apóstol Santiago?
-Por ejemplo.
-¡Ah, ya! Otro proverbio.
-Algo así.
-¿Y tú no tienes cabeza de viejo apostól?
-Probablemente.
-Pues habla con ella, hombre.
-Vaaale, Castelar.
-¿…?
-Otro apostól.

Cuatro.
La nota decía: “Te espero en el Templo de Debod, a las 22 en el estanque. Evar”.
Evar, Evaristo, era el primer gay que conocí y, aunque él todavía no sabía que lo era ni qué era eso, el resto de compañeros de clase le llamaban niña y yo le defendía con mi estúpido delirio de caballero andante que tantos problemas me traía, me trajo, me sigue trayendo y me traerá (espero que ya sean pocos).
De modo que dejé todo lo que había planeado hacer y salí corriendo porque tenía el tiempo justo. Lo que no me podía imaginar cuando leí: “ … en el estanque” era que me le encontraría literalmente allí. Paré un taxi y le dije que al Cuartel de la Montaña. Me miró como quien ve a un marciano y entonces me di cuenta de que era joven y tuve que aclararle: “Plaza de España, stop. Parque del Oeste, stop. Templo de Debod, stop”. En venganza, no le di propina, y le fui diciendo todo el rato por dónde tenía que ir, por gilipollas.

Cuando llegué Evar estaba en el estanque, flotando boca abajo en él, para ser más exactos. Evar no había tenido la suerte de Charli. No era rico y su familia era una familia pobre, muy pobre y muy católica. En cuanto se enteraron le echaron de casa para que no les contaminara (tampoco entonces se sabía bien qué hacer y eligieron la peor solución posible) y para que se buscara la vida. Y se la buscó, lo mejor que pudo, pero fue rodando de canalla en canalla hasta esta maldita noche sofocante de mediados de agosto en la que, al fin, descansa en paz Evaristo Jiménez López, en la paz que siempre le fue negada.
Charli intentó ayudarle, pero ya era tarde. Habían perdido el contacto mucho antes de su traumática salida del armario y se movían en universos paralelos en el sentido de que nunca se cruzan. Y no pudo ayudarle. Ahora Evar flotaba en el estanque del Templo de Debod. No me esperó ni un minuto.
Me identifiqué ante los policías que llegaban en ese momento por la llamada de un paseante que lo había descubierto segundos antes que yo y llamé a Charli para que le rindiera un último e inútil tributo y se ocupara de los gastos de funeral y entierro después de la autopsia y de las diligencias.

Otra vez empecé a notar la ola asesina del maldito malestar preinfártico y me senté en un banco y me puse la pastilla debajo de la lengua. Allí me encontró Charli después de hablar con la policía y pidió una ambulancia en la que me acompañó a la clínica de su tío Ramón y allí, después del protocolo inicial y las pruebas posteriores, me trasladaron a los pocos días a la Seguridad Social y me pusieron en la lista de espera para otra operación a corazón abierto. ¡Ahora que me había reconciliado con Ana! ¡Qué mala leche, digo … qué graciosa es la vida!

Cinco.
“Martín”, me dije en la puerta del quirófano, después de un beso de Ana: “No puedes seguir siendo el patético e infantiloide vengador justiciero, siempre al tanto de los gatitos callejeros perseguidos y de los perritos abandonados y de las mujeres maltratadas y de los jóvenes desorientados y de los homosexuales deprimidos y de los comerciantes estafados y de los amigos extorsionados …”. “No puedes. Pero te empeñas como si te fuera la vida en ello … y te irá. En fin, como dice mi madre: ¡Que sea lo que Dios quiera!”.
(Pero, ¿qué Dios?, ¿Ra, Isis, Osiris, Yahvé, Mitra, Baal, Zeus, Júpiter, Zaratustra, Aláh, Visnú, Maradona? …).
(¡Martiiín! …, déjalo ya, ¿vale?).
Y se apagaron las luces del circo … de momento.

© Javier Auserd.

Malaentraña.

Malaentraña.

Fui a ver a Malaentraña, armado de valor y de paciencia, y le insistí todo lo que pude, pero me dijo que no me daba el préstamo. Entonces me volví a la pensión paseando muy despacio mientras pensaba cómo matarle a ser posible sin que nadie se diera cuenta, porque es un maldito egoísta que no tiene más universo que su ombligo. No me hubiera dolido tanto la negativa de Antiguo si no me debiera él a mí dos veces la vida desde hace muchos años.
Me había pasado la mía trabajando y no había conseguido ni la cama donde caerme muerto. Estoy convencido de que la vida es obra de un guionista cabreado y malaleche, por quién sabe qué oscuros motivos, con un humor negro y macabro que paga su frustración contra nosotros, contra algunos de nosotros, no con todos, claro está, que es el que hizo rico a Antiguo Malaentraña y el que ha hecho que me haya fallado de tan mala manera.

Eran los años del hambre en el Madrid de la postguerra. Éramos niños que jugaban entre los escombros, rodeados de cadáveres insepultos y de ratas más gordas que los gatos que huían de ellas y de bombas sin explotar que a veces explotaban y se llevaban una pierna, un brazo, una barriga, un ojo … en el mejor de los casos. Al principio, no había escuela y nos pasábamos todo el día y parte de la noche en la calle, primero con calor, luego con frío, luego hacíamos fogatas y empezamos a fumar para matar el rato de lo que nos daban las patrullas de soldados que recorrían todo sin orden ni concierto rematando muertos, cargando cuerpos en los camiones y, poco a poco, muy despacio, despejando y asegurando los barrios y los campos, demoliendo las ruinas y alisando descampados o dejándolos tal y como estaban. Nosotros los chiquillos corríamos a su lado de un sitio a otro, estorbándoles, hasta que conseguíamos unos cigarrillos o media tableta de chocolate y les dejábamos en paz mientras compartíamos lo conseguido en el refugio de turno que habíamos limpiado de bombas, de balas y de granadas a costa de algunas mutilaciones sin importancia. Miguelito el cojo, por ejemplo, había perdido un pie, pero, a cambio, le daban de comer y de cenar en el comedor de las Clarisas. Como decíamos entonces, ¡qué potra!, mientras que los demás rodábamos de tío en abuela si acaso, pasando más hambre que un maestro.
Cuando después, al cabo de los años, las cosas se fueron organizando, los que nos libramos del Orfanato, que estaba lejos, y nos quedamos por el barrio en casa de algún pariente lejano o cercano, lo mismo daba, nos seguíamos reuniendo en los escondites secretos que no nos quitaban las cuadrillas de operarios (así les decían, ya no había obreros ni trabajadores), aunque iban más lentos que el caballo del malo de las películas del cine de verano en el que nos colábamos gracias a los cigarrillos de colillas que liábamos y le dábamos a Toñínes los jueves y nos dejaba pasar y apretujarnos en un rincón oscuro del solar, cerca de la esquina que se usaba de meadero, para que no nos viera su jefe, un mutilado de guerra con unas malas pulgas considerables que descargaba en nuestras espaldas con una vara de fresno cada vez que nos trincaba. Allí veíamos el NO-DO y lo bien que iba España y la envidia que nos tenían todas las naciones extranjeras aunque, a decir verdad, nosotros no alcanzáramos a comprender los motivos. Allí conocimos las pelis de vaqueros y de romanos y de policías y ladrones en América y al Gordo y el Flaco y otro que hacía mucho el tonto con un bastón de payaso y salía siempre corriendo de todas partes después de robar comida y de zamparse una bota con clavos y todo y los cordones y las suelas, que nos daba una risa del detalle, que no veas; esas eran mudas aunque sonaba un organillo entrecortado. Cuando no nos pillaba el ex combatiente, volvíamos a casa de nuestros tíos muertos de risa y la vida y el hambre se iba pasando con un poco menos de agobio. También empezamos a ir a la escuela pero faltábamos si hacía falta ayudar a nuestros primos mayores con lo de la chatarra y a hacer cisco en los descampados para los braseros. A la vuelta, el maestro nos tiraba de las orejas y nos daba con la regla en las manos, en el culo y en la cabeza, nos ponía al final cara a la pared y hasta la próxima.

La primera vez que le salvé la vida a Antiguo Malaentraña fue un domingo de noviembre que hacía mucho frío y veníamos tiritando de misa donde habíamos pillado unos céntimos de la cesta sin que se diera cuenta la de Acción Católica que la pasó esa mañana. Íbamos celebrando de antemano el pastelillo de milhojas de la lechería de doña Pura, cuando el Dientes, que siempre tenía que ir tocando las narices, le pegó un codazo a Mala (como le llamábamos a mala leche) que le mandó al medio de la calle y le sentó de culo en el preciso momento en que venía un camión lleno de sacos. Era un pesado y lento camión de los de entonces, renqueante y temblón, pero no dejaba de ser un monstruo enorme y peligroso para unos mocosos como nosotros. Sin pensármelo dos veces, me atravesé a la desesperada y, agarrando a Mala del cuello del zarrapastroso abrigo que le había regalado mi tía porque lo iba a cortar para bayetas, tiré de él con todas mis fuerzas hacia la otra parte de la calle donde caímos los dos rendidos por el esfuerzo y por el susto justo a tiempo para que no le pasara aquella apisonadora infernal por encima. Antiguo Malaentraña, me agradeció el gesto con un puñetazo y una frase típica de su humor macabro y cínico:

-¡Por poco me matas, macho! No vuelvas a hacerlo.
-La próxima vez, te va a salvar la vida tu padre – le dije con toda la mala uva que pude, sabiendo que era tan huérfano como yo.

Se levantó de un brinco y alzó el puño para volver a golpearme, esta vez con saña brutal, pero algún mal pensamiento cruzó por su torcido cerebro como si un rayo le hubiera iluminado una neurona. Sonrió enigmático y me tendió la mano para que me incorporara. Era su forma de perdonarme de momento. Ahora creo que había previsto vengarse de mis palabras más adelante, cuando se presentase la oportunidad. Así era, así ha sido toda su maldita vida Antiguo Malaentraña, más conocido por el nombre que compró ya durante el estraperlo: Andrés Magenta.

La segunda vez que le salvé la vida fue cuando entramos en la parte abandonada del colegio al lado de la iglesia nueva, que estaba llena de cristales y nos metimos a explorar una tarde de invierno dos o tres años después de lo del camión, cuando ya nos estábamos reformando y él comenzaba sus negocios de chatarrero de aprendiz de uno de los estraperlistas del barrio. Le atrajo la posibilidad de que hubiera chatarra allí dentro. Como solía hacer cuando quería salirse con la suya nos pinchó para entrar y, aunque ya no éramos niños, tampoco éramos adultos picardeados. Estábamos en plena edad del pavo, lo que mal mirado era peor que ser un crío y, sobre todo, era muy peligroso no sólo para nosotros. De modo que entramos.
Todos los cristales de los grandes ventanales de aquél ala del colegio estaban en el suelo. Alguna otra banda de adolescentes se nos había anticipado con eficacia británica y eficiencia alemana. Al principio, pusimos tanto cuidado que no hubo ningún problema, pero, a medida que nos íbamos confiando, abandonamos las precauciones y empezamos a correr riesgos innecesarios como, por ejemplo, no asegurar un paso antes de dar el siguiente e incluso intentar pequeños patinajes. Las clases, en contra de lo que era de esperar, no estaban completamente vacías y aunque no había pupitres ni pizarras ni tarimas, tenían armarios metálicos que ponían a Anti los ojos como platos y se le hacía la boca agua de pensar en llevárselos. Fue al abrir la puerta de uno de los armarios cuando resbaló y cayó al suelo clavándose varios cristales en una pierna y lanzando un alarido pavoroso que debió de oírse hasta en la plaza aledaña contribuyendo a la fama fantasmal que tenía el edificio. Vio Mala la sangre que salía a borbotones de los múltiples cortes de la piel de su pierna herida, se desmayó y, si no llego a estar cerca para darme cuenta y sujetarle, se habría estampado contra el armario rompiéndose la crisma. Pero, además de sujetarle, al tiempo que le decía a Lolo, el cojo, que me ayudara a limpiar de cristales los alrededores suficientes como para poder dejarle en el suelo, tenía que cortar la sangre que seguía saliendo a mares y amenazaba con dejarle más seco que un bacalao. Conseguí sentarle sujetado por el cojo y, sacando el pañuelo, le vendé la pierna como pude, quiero decir que se la envolví de cualquier manera. Lo peor fue sacarle de allí. No podíamos arrastrarle por el suelo exponiéndonos a que barriera todos los cristales con el culo, pero tampoco podíamos cargarle a borricas porque, aunque flaco, era largo y pesaba lo suyo. Después de pensar un rato, se me ocurrió sacarle “a la sillita la reina” entre el cojo y yo mientras íbamos apartando los cristales con los pies, según avanzábamos hacia la salida, para no atravesarlos las suelas con ellos por el sobrepeso.
Resultó laborioso. Grandes goterones de sudor nos llenaban la cabeza y nos bajaban por el cuello hasta la espalda. Más de una vez estuvimos a punto de estamparnos los tres contra los cristales del suelo y en las escaleras creímos que igual era mejor tirarnos a patinar directamente y morir desangrados al llegar abajo. Sin embargo, luego estuvo claro que no había llegado nuestra hora todavía porque, aún no sé cómo, salimos al fin a la acera (donde se había hecho de noche) y caímos desfallecidos sobre ella recuperando el resuello, la fe en San Antonio de Padua y Mala también el poco conocimiento que siempre había tenido.
Nos acercamos a la fuente de la plaza, le lavé la pierna con el pañuelo mojado, sin hacer caso a sus aspavientos, le quité los cristales más grandes esquivando sus puñetazos y comprobé, algo decepcionado, que no era para tanto. Le dejé el pañuelo mojado encima y la sangre se fue cortando poco a poco. Nos fumamos un cigarro entre los tres para celebrar el desenlace y nos fuimos cada uno a su olivo que, a lo tonto, se había hecho tarde. Antiguo Malaentraña, o sea, Andrés Magenta, se hizo monaguillo en la parroquia, se volvió de comunión diaria, y comenzó su carrera delictiva bajo el inocente paraguas de la Iglesia católica.

Puesto que su vida me pertenece dos veces (amén de otros favores circunstanciales varios que, como soy tonto, aún no le he cobrado y me debe), bien puedo quitarle una, a pesar de lo cual me devano los sesos y no encuentro la forma de vengarme de su maldita ingratitud. Tengo que matarle, sí, pero no sé cómo. Debo repasar sus costumbres para dar con algún punto flaco que me permita realizar mis propósitos. Veamos, se levanta temprano, va a la iglesia, oye misa, comulga, va al bar, desayuna, da un paseo, va a su despacho de usurero a conceder o denegar préstamos ilegales … ¡Un momento!, ¡desayuna! ¿Y si le enveneno el desayuno? … No, no. Demasiada gente por medio. ¡Ya sé! ¿Y si le pongo una víbora en el cajón de su mesa y cuando meta la mano … No, no. Seguro que me muerde la víbora a mí. Y … ¿y en la iglesia? ¡Buf, la iglesia! ¡Como no le envenene la hostia! ¡Ostras, la hostia! ¡¿Cómo no se me ha ocurrido antes?! ¡Es maravilloso! ¡Que intervenga la Justicia divina! ¡Es perfecto! Pero … ¿cómo sé qué hostia será la suya, para no envenenar también al resto de feligreses? Aunque … no creo que entresemana comulgue mucha gente. Es igual, tengo que observar con el máximo cuidado y preparar todo lo mejor posible para no fallar el golpe.

Y aquí estoy, en la iglesia, madrugando por venganza, detrás de esta columna, viendo cómo comulga Antiguo Malaentraña, alias Andrés Magenta, mi verdugo y futura víctima, para poder envenenar la sagrada forma que le mande antes de tiempo ante el Supremo. Comulga Antiguo y … ¡nadie más! Ah, no, no, espera. Ahí va una abuela muy viejecita. Sí, sí. Es que anda muy despacio la pobre. Bueno, ya. No, no, espera, que comulga el cura también. Demasiados para enviar al Supremo al mismo tiempo. Además, sospecharían enseguida de algo tan raro. No sé, no sé. Tendré que pensar en otra cosa. Mientras pienso allí mismo, en la iglesia, pasa la viejecita a mi lado y me parece que … ¡que me guiña un ojo!, pero debe de tratarse de un error por mi parte.

Es jueves y sigo dándole vueltas a cómo vengarme de Malaentraña, cuando viene corriendo Luisito, llama al timbre de casa y, apenas le abro, me grita:

-¡Paco, Paco, ven, corre, que Andrés se está muriendo!
-¿Andrés? ¿Nuestro Andrés? ¿Andresito?
-¡Sí, sí! ¡Corre, que te llama!
-Pero ¿qué dices, hombre?, ¿cómo se va a estar muriendo nuestro Andresito?
-¡Que sí, que sí! ¡Vamos, que vengas!

Salgo corriendo a medio desayunar, con las zapatillas de estar en casa y Luisito me lleva al bar, donde veo un revuelo de parroquianos al lado de los servicios. Voy apartando caras conocidas y me encuentro con el corpachón de Antiguo Malaentraña, alias Andrés Magenta, derrumbado en una silla y a Cándido, el dueño, dándole aire con un periódico. Cuando me ve, le aparta de un manotazo, me agarra de la camisa (que por poco me ahoga), me acerca a su cara congestionada y me dice al oído, sin apenas resuello:

-Paco … me muero.
-¿Qué tonterías dices, hombre? ¿Qué te vas tú a morir?
-Me muero, Paco. Esta vez es verdad. Calla y escúchame por una santa vez en tu vida. Ya sé que estabas dándole vueltas a cómo matarme, cabronazo, pero se te ha adelantado el Supremo. No, no digas nada. Te conozco mejor que si te hubiera parido. Además, eres un libro abierto. Calla y escucha. Toma esta llave. En mi despacho hay una caja de caudales. La abres y allí está todo. Ya lo verás. Encárgate tú de todo. No me fío de nadie más. Gracias por salvarme la vida tres veces. Espero que puedas perdonarme. Adiós.
-Pero … Antiguo … No te mueras, hombre. No te mueras así. Además, sólo fueron dos veces.

Y, haciendo un ampuloso gesto teatral, da una gran bocanada de aire como para tirarse a una inmensa piscina y … la palma delante de un público no muy selecto que digamos, entre los que me incluyo.

Ahora que todo ha terminado y Mala descansa en la paz del cementerio de Carabanchel, veo que ha sido mejor así. Ocupo su cuchitril, que he mandado limpiar y pintar como es debido, y ya sí que parece un despacho. Ocupo su actividad, conozco la mayoría de sus secretos y el resto los iré descubriendo con tiempo y paciencia. Ocupo sus pisos de General Ricardos, soy el legatario de su inmensa fortuna y el dueño de sus múltiples deudores a los que no pienso perdonar sus deudas, como tampoco hizo Antiguo, por más que nos lo mande el padrenuestro. No creo en las casualidades, de modo que sólo me quedan dos dudas malsanas: ¿cómo ha matado la viejecita a Antiguo Malaentraña? Y, sobre todo, ¿cuándo (según él) le salve por tercera vez la vida?

©Javier Auserd.

Bocadillos infantiles.

Bocadillos infantiles.

http://machanguito.blogspot.com/2008/08/evaluacin-de-cabaeros.html

Hemos dejado atrás las estribaciones y nos internamos en la sierra una tarde de tormenta cuando los rayos serpentean a través del lienzo que forma un cielo que va del azul marino al gris marengo. Huele a la tierra mojada un poco más arriba y el aire nos trae ese olor como un presagio para recordarnos que también las tediosas tardes de julio pueden tener algo de la aventura de saber si al fin nos va a partir un rayo porque, de lo contrario, podremos disfrutar de un buen bocadillo de chorizo de matanza en casa de los tíos de tu padre, cerca de la plaza en la que estamos aparcando. Podría tratarse de un amago lejano que se desvíe a última hora por el viento. Podría quedarse todo en agua de borrajas, no así la merienda (espero). Siguen cayendo rayos a mansalva, sobre el arroyo Cedena, sobre los riscos gigantescos y sobre los juncos de los humedales. Incluso, podrían estar cayendo sobre las hormigas, que correrán a refugiarse debajo de las piedras y también sobre las avispas que se estarán en una grieta de la corteza de un árbol. Si al final viene al pueblecito, se irá la luz y la tía de papá pondrá unas lamparillas de colores en un tazón con agua y unas gotas de aceite, las prenderá con una paja larga de la lumbre donde se está cociendo a fuego lento la sopa de la cena y se sentará bisbiseando oraciones ancestrales mientras me como el bocadillo que me puso nada más entrar y mi padre charla con su tío delante de dos vasos de vino y unas aceitunas. Pero no es un amago y al final viene y a eso de las cinco y media de la tarde descarga sobre el pueblo serrano y se va la luz y tía Valenta sigue rezando para que ningún rayo mate al guarro, ni a un conejo, ni siquiera a una gallina antes de tiempo. Tía Valenta hace una pausa en su retaíla semiaudible y me dedica una extraña sonrisa (es extraña porque tía Valenta no sabe sonreír y le sale una mueca tragicómica muy graciosa) que pretende ser tranquilizadora y me dice: “No te asustes, mi niño. Que pronto se pasa”. Yo voy a decirle que no estoy asustado, que a mí me gustan mucho las tormentas con sus relámpagos y sus truenos (que papá me ha enseñado a contar para saber la distancia), a lo mejor porque todavía no nos ha partido un rayo, pero me contengo en el último segundo, para no hablar con la boca llena, y sonrío y le digo que sí con la cabeza al tiempo que mastico el bocadillo de chorizo tan bueno que prepara tía gracias a los trucos que se sabe para conservar en su punto los avíos de la matanza anterior durante los calores del verano. Descarga la tormenta y sigue luego su camino. Huele la tierra a mojada, a los iones negativos que han bajado los rayos, a la cal del jalbiegue desprendida de las fachadas de las casas y de los patios, a las tejas de los tejados, al temblor de semillas extendidas que dejan los truenos en las trojes y tía me dice sonriendo (por así decirlo), como diciéndoselo a sí misma: “¿Ves, hijo? Ya se ha pasado. No ha pasado nada”. Yo también le sonrío de nuevo moviendo afirmativamente la cabeza mientras trago el último bocado, termino el vino con agua y me paso la mano por la boca y sus alrededores por si me han quedado migas en la cara y mi padre y mi tío apuran el vino y las olivas, se asoman al corral, oyen al cerdo comiendo, ven que están los conejos en sus jaulas, ven a los gatos jugar entre ellos, ven que las gallinas (que se habían acostado con la oscuridad) vuelven a salir picoteando el barro y los charcos, suspiran con alivio porque nos hemos vuelto a librar de que nos partiera un rayo, nos despedimos y regresamos por la recta y descendiente carretera al pueblo de mis abuelos en el valle cercano, hasta el próximo bocadillo de chorizo con tormenta o sólo con el estridente concierto de las chicharras de verano.

© Javier Auserd.

Nana para Canica.

Nana para Canica.

Eres una gata negra y fea (con unos preciosos ojos verdes), no eres un bebé humano.
Eso es lo que destacan los humanos antigatos, escandalizados, que tampoco se preocupan por los bebés humanos porque están demasiado ocupados por sí mismos.
Además, enredas todo lo que puedes y más (como si supieras que tu vida será breve) de modo que alguien te destroza un ojo, alguien te hiere una pata, alguien te muerde detrás de una oreja abriéndote una fea herida. Pero tú corres y enredas por todo el barrio sin quejarte y sólo maullas pidiendo comida cuando no llegas a tiempo o tus compañeros de correrías te la acaban de impedir.
Yo no puedo estar detrás de ti todo el día salvándote de todos los peligros que te acechan y de ti misma. No puedo y bien que lo siento. Pero, aunque pudiera, no debería. Ya sabes (o intuyes) que cada cosa tiene su precio y la libertad tiene uno de los más altos.
Un día más te has librado de los coches, de algunos perros, de algunos amos de algunos perros, de otros gatos, de los humanos antigatos probebés humanos (¡fíjate, qué “humanamente” buenos son!).
No salgas esta noche. He visto a un humano con perro en una mano y un bate de béisbol en la otra. No salgas esta noche, Canica. Has cenado ya. No salgas mucho. Todo está lleno de muerte y de peligro de muerte y de dolor y de miedo y de “humanidad”. Ten mucho cuidado o morirás ...
¿Sabes lo que te digo, Canica?: “Sal esta noche”. De todos modos, morirás. Y yo también. Y todos, todos, todos, moriremos, por mucho cuidado que tengamos.

Javier Auserd.

El Estatuto.

El Estatuto.

http://www.ciberpunk.info/estatuto-del-periodista

Aventuras Caseras Asociadas, presenta: Cap.XII.

Me han llamado de la Asociación para que prepare una ponencia para un Congreso que vamos a hacer pronto. Es muy halagador que se hayan acordado de mí, pero eso me va a dar más trabajo gratis extra para que luego cuatro niñatos me tachen de dinosaurio chiflado, aunque sé que no debo verlo de esa manera. No sé qué voy a proponer. Por mí, planteaba el controvertido Estatuto del Detective, o algo parecido, que contuviera la menor regulación y burocratismo y la mayor libertad  y seguridad posibles, pensando en nuestro compañero Luis Hernández Bustamente, cuyo asesinato fue un mazazo espantoso para toda la profesión. Aunque me temo que eso es peor que proponer la cuadratura del circulo (polar Ártico) o la bajada del precio del petróleo o la unanimidad en una Constitución para la Unión Europea.
Luego está el tema del secreto profesional que no está bien regulado y nos causa muchos problemas.
Por otro lado, nunca, pero menos aún después del caso Madelaine, hemos sido partidarios de dar tres cuartos al pregonero, como hizo la agencia de detectives de Barcelona y también eso se debía plasmar de alguna forma en las conclusiones del Congreso a ser posible sin quedar como unos “acusicas” de otros compañeros. En fin.

Con tantas cosas en la cabeza, me vengo dando un paseo y, antes de subir a casa, me detengo junto a los cubos de basura para que los gatos callejeros a los que baja comida el hombre del portal de enfrente puedan comer sin que los maten los perros de algunos paseantes de perros amantes-solo-de-los-perros que pasan por allí (y, afortunadamente, cada vez son menos) o los “simpáticos” matagatos aspirantes a concejal, a lo que hay que añadir lo especiales, nerviosos y peleones entre sí que son ellos mismos.
Me conocen (yo también les bajo comida cuando puedo), quieren que les suba a casa y me ronronean cuando terminan de comer, pero no puede ser. Aparte de mi viejo gato (que no me consentiría semejante afrenta) y del conejo refugiado, ya no se harían a estar siempre encerrados en un piso. Y, aunque sé que su vida va a ser muy dura y su destino cruel en la jungla urbana, no puedo evitarlo por más rabia que me de. Para más INRI, a los gatos les pasa cíclicamente como a los judíos y a las brujas: que la ignorancia o la enfermedad neuronal de algunos miserables les achaca leyendas negras falsas que facilitan ataques y persecuciones injustas, incomprensibles y mortales. Está visto que no sólo los detectives y no sólo los seres humanos tenemos problemas.
Además, parado junto a los cubos de basura de la calle donde vivo me di cuenta de que la fauna urbana es de lo más “barriopinta” y esperpéntica. Incluso los supuestos yupi-pijos, si se vieran por detrás en un vídeo de You-Tube, sobre todo en verano, con el uniforme de pantalones cortos con los bolsillos abombados de otro color, camisa formal y zapatos sin calcetines o sandalias con ellos o chanclas, se les quitarían las ganas de salir así a la calle. Pero, como decía mi abuela (q.e.p.d.) y yo no me canso de repetir: “¡Es que hay gente pa’ tó!”.
Les quedaba muy poco para terminar, cuando llegó un mendigo golpeando los cubos y salieron corriendo.

-¿Tienes un cigarrito?
-Yo cigarritos, no, pero tú sí que tienes muy mala leche.
-¿Por qué lo dices?
-Porque acabas de espantar a esos gatos.
-¿Qué gatos?
-Esos que acabas de espantar. ¿Por qué lo has hecho?
-¿Te gustan los gatos?
-¿Y a ti las ratas?
-Están muy buenos al ajillo. ¡Ji, ji, ji, ji, ji!
-¿Los gatos o las ratas?
-Tu tía. ¡Ji, ji, ji, ji, ji!
-¿Te ha hecho algo mi tía? ¿Por qué no te metes conmigo para que te pueda dar dos hostias, y dejas a mi tía en paz?
-En eso llevas razón, mira tú por donde. ¡Ji, ji, ji, ji, ji!
-Tú no eres de por aquí, ¿verdad?
-¿Eres un madero?
-Cada vez llevas más papeletas.
-¿Y qué rifas?
-Ya te lo imaginas, ¿a que sí?
-¡Ahí va, qué miedo!
-Sí, más te valdría tenerlo, pero sobre todo educación.
-La tuve, no te creas, pero se me perdió.
-¡Qué pena! No se te ahogaría en vino.
-En vino, no, fíjate, yo soy más de cubatas.
-Ah, ¡que yupi! Tu eras director general, ¿a que sí?
-¡Uy, por qué poco! No. Pero yo era amigo del cabrón de tu padre.
-Mi padre está muerto.
-¡Cuánto lo siento! No he querido ofenderle.
-Pues lo has hecho.
-Ya te he pedido disculpas, ¿no? Además, ¿qué vas a hacer?, ¿me vas a matar, madero, con ese pistolón del 38?
-¿Entiendes de pistolas?
-Y de trampas, ¡no te jode!
-Tú eres muy cabronazo, ¿verdad?
-No te creas, los he conocido peores. Bueno, chaval, no te sulfures tanto. Si no me das un cigarrito ahí te quedas y que te den mucho por el culo.
-¡Adiós, majete! Y no vuelvas a espantar a los gatos o te “enseño” mi “38”.

Y se fue con un espasmódico trote lobero, después de dar otros dos golpes rápidos a los cubos y hacerme un buen corte de mangas. “¡Me cago en su! …”, estuve a punto de pensar, pero me contuve. ¡Ah, qué santa manía tenemos los españoles de insultar a los familiares del susodicho en lugar de al propio interfecto, qué manía! Este se llamaba Benicio, o Vinicio, como le rebauticé, porque a pesar de su afirmación sobre los cubatas a lo que le daba era al vino y a cosas peores le había dado en Melilla. No era del barrio (aquella noche se había desviado un poco), pero malvivía cerca, con su pensión de legía, en la calle Ministriles, como supe otra noche en que le rescaté de uno de sus delirium tremens y le acerqué al piso de alquiler donde dormía de día y hacía la puñeta a sus vecinos de noche, hasta que, aburrido, salía a hacer la puñeta a todo el mundo que se cruzara con él por la calle.

-¡Son unos cabrones! ¡Tienen una multicopista y no me dejan dormir!
-¿Quiénes?
-Los de arriba. Son unos cabrones. Tienen una multicopista de propaganda subversiva y no me dejan dormir. ¡Habla con ellos! ¡Habla tú con ellos! ¡Ya lo verás! …
-Vale, Ben, acuéstate y estate tranquilo.
-No te vayas, tío. No me dejes solo. No te vayas, que me matan.
-Pero, hombre, ¿quién te va a matar a ti, con lo plasta que tú eres?
-Los bichos, esos malditos bichos, me matan.
-Anda, Ben, duérmete y deja que me vaya a mi casa, que mañana tengo mucho que hacer.
-Espera, espera, tío, quédate conmigo un rato y te dejo ir. Escucha, escucha, los gatos están locos, no obedecen  y por eso me ponen nervioso. Les tengo manía por eso, porque son indepen … inpedien … dempeden … incepen … ¡eso!, ¡lo que sea!
-Tranquilo, Ben, tranquilo, duérmete.
-No puedo, tío, no puedo. ¿Sabes por qué a ti te respec… te respn … no te hago nada? Porque no me tienes miedo. Y yo soy un prrr … un prrr … ¡Un lobo y huelo el miedo! Por eso. Cuéntbrrrr … zame un cunto, anda.
-¡Sí, hombre, y qué más!
-¡Porque yo soy un tío cojo … cojo! …
-Cojonudo.
-¡Eso!
-Pero, cállate, que no son horas y se van a cabrear los vecinos.
-¡¿Esos cabrrr … cabrrr … ?! ¡Que se j …!

De golpe, se quedó frito y le dejé durmiendo la mona. Cuando cerraba la puerta del piso, una figura fantasmal me esperaba en la escalera, en bata de casa. Era el vecino de arriba.

-Disculpe, señor, ¿es usted su amigo?
-¿Amigo? … Bueno sí, qué pasa, ¿quién es usted?
-Soy el vecino de arriba. Suba, por favor, sólo un momento, no voy a entretenerle.
-Pero … Tengo que dormir …
-Nosotros no dormimos con ese … hombre de ahí. Suba un momento, por favor, le voy a enseñar la … multicopista.

Subimos al primero, entré en lo que era directamente un salón pequeño con cuatro puertas y me enseñó la multicopista de Benicio. Cuando abrió la puerta de la “multicopista”, pude ver que estaba medio vacía, pero había yogures, cervezas, agua, fiambre, verduras, carne …

-Es verdad que suena un poco, porque ya está algo vieja, pero yo creo que no es para organizar los escándalos que organiza y las amenazas.
-¿Le han denunciado a la policía?
-Sí, pero no nos hacen caso. Dicen que está mal de la cabeza y que ellos no pueden hacer nada. Además fue legionario y se desentienden. Tampoco nosotros tenemos dinero como para meternos en abogados y que la cosa prospere. Si usted pudiera …
-¿Yooo?
-Convencerle …
-Ya sabe usted que eso es imposible.
-Va a terminar con nosotros. De una forma o de otra. Va a ser nuestra ruina. O nos mata él o le matamos nosotros cualquier noche de las que se pone a dar golpes y gritos.
-Bueno, bueno, hombre. Algo se podrá hacer. ¿Han probado ustedes en los servicios sociales de zona?
-Sí, pero tampoco nos hacen caso. Es alcohólico, ¿sabe?, pero no quiere desintoxicarse y no tiene familia, que se sepa. Y no pueden obligarle. No hay nada que hacer.
-Bueno, hombre. No le puedo prometer nada, pero veré qué puedo hacer.
-Dios se lo pague – me dijo la mujer, que hasta entonces había estado callada -. Tenemos hijos jóvenes, sabe usted y no queremos que un día, nerviosos, le den un mal golpe y se pierdan pa toda la vida. Hasta ahora les vamos conteniendo, pero cualquier noche … va’ver una desgracia.
-Bueno, bueno, mujer. A ver qué puedo hacer.

Y me fui a casa dejándoles con la desesperación de la fatalidad pintada en sus rostros cansados.

Por aquellos días, a punto de empezar el Congreso y con todo preparado, me llama Juan y me dice que si quieres arroz, Catalina. Que como conozco, hay una guerra entre las agencias de detectives, especialmente multinacionales (Koll, Honder, Veowulf), y las empresas españolas y los detectives independientes y las Asociaciones y los Colegios Profesionales, etc., etc., etc. Y que mi ponencia va a hacer terminar el Congreso como el “rosario de la Aurora” y que por nada del mundo querría él molestar a esa señora ni dar una imagen de división y … conflicto. Le digo que no se preocupe, pero que a partir de ahora me borre de su Asociación y que ahora mismo me cambio al Colegio de enfrente y que no vuelva a contar conmigo ni para tirarme a su señora y que no se olvide de que existo porque voy a hacerle la vida muy incómoda. Me dice que me comprende, pero que me tranquilice y le mando a tomar por culo y le cuelgo, o al revés, que ya no me acuerdo. ¡Hay que fastidiarse con el maldito Estatuto de las narices, como si no tuviera yo pocos quebraderos de cabeza! ¡Maldita sea! Me pongo a la Creedence y me calmo un poco.
Luego llamo a Charli, quedo para cenar y le cuento mis penas, ¿no me cuenta él las suyas constantemente? Lo bueno de Charli es que no se pone pesado. Entiende y respeta a los heteros y, a pesar de sus influencias sociales y económicas no se aprovecha de ellas, no toma represalias contra quienes nos negamos a mantener relaciones con él. Valora a las personas por sus capacidades, no por sus propios caprichos. Y eso, la verdad, es de agradecer en los tiempos que corren, porque no es nada habitual ni entre homos ni entre heteros. En fin. De paso le hablo del problema de Vinicio (quiero decir, Benicio) o mejor, del problema que sus pobres vecinos tienen con él y que puede ser aún mayor. Me dice que hablará mañana mismo con su tía Carlota, que conoce al director de un centro psiquiátrico que concede algunas (muy pocas) becas a través de una Fundación … y que no me preocupe, pero que empiece a plantearme el dejar de ser una hermanita de la caridad de la que abusan hasta los gatos, que el mundo es como es y yo no puedo salvarlo o que me prepare para otro infarto y para eso él conoce a muy buenos cardiólogos, siempre que me diese tiempo a llegar, pero no es plan.

Con el maldito Infarto de Damocles sobre mi cabeza (mala profesión he elegido para mi débil corazoncito) resuelvo varios temas al día siguiente, como cualquier cosa donde la Loles y por la tarde tengo la visita de unos padres, recomendados por Raquel la abogada, para que investigue a su hijo que creen que anda en malas compañías y toma drogas. Era el típico matrimonio que se acusaba mutuamente hasta de la muerte de Manolete, pero no se separaban porque ellos eran muy religiosos y qué van a decir sus familias y sus amistades. Entendí al pobre chaval, les anticipé mis honorarios y no me metí a consejero matrimonial de chiripa, aunque con lo tonto que soy y estoy últimamente … todo se andará.

Iba a salir a cenar y me vuelve a llamar Juan, que perdona Martín, que ayer estuve muy nervioso, injusto y grosero contigo (hombre, grosero, lo que se dice grosero, lo había estado yo al final) y que sí, que intervengas con tu ponencia, que además vamos a hacer un Colegio Profesional, y que si quieres ser Secretario o Tesorero, no sé todavía. Hombre Juan, para que luego me digas que naranjas de la China, la verdad es que … no me apetece mucho, chico. Que no, que no, ya verás cómo no, Martín. Lo primero es lo primero. Adelante con tu ponencia de lo del Estatuto, lo más light que puedas, eso sí, pero adelante. Y luego tú vas de Vocal … o de Vicepresidente (¡por la gloria de mi madre!). Juan, Juanito, ¡narices!, deja a tu madre en paz, que la pobre era una santa, pero tú … ¡Martín, Martín, por tu padre, … te lo ruego! … ¡Y dale!

© Javier Auserd.

Los elegidos.

Los elegidos.

http://www.moleiro.com/miniatura.v.php?p=78/es

-Pero … ¿por qué lo hicisteis?
-Tú no lo puedes entender, hija.
-¡No me llames hija … nunca más!
-Hija … teníamos que hacerlo … para … salvarte … la vida.
-Ya veo que no me escuchas, que nunca me habéis escuchado.
-Hija … fue por tu bien … para salvarte.
-¡¿Salvarme?! ¡¿De quién?! ¡¿De vosotros mismos?!
-Escucha … Todo fue muy rápido. No hubo tiempo de pensar nada …
-¡¿Pensar?! ¡Pero si ya lo teníais todo pensado … años, años antes! ¡Sois unos monstruos! ¡Unos monstruos … imperdonables! ¡Eso es lo que sois!
-Escucha, hija … ¿cómo puedes decirnos eso? Te hemos criado, te hemos vestido, alimentado, educado en los mejores colegios. Te hemos dado todo … lo mejor. Tú no lo entiendes, pero ya lo irás entendiendo poco a poco. Teníamos la misión de salvarte … El mandato divino de salvarte. ¿No lo entiendes? Estábamos … predestinados a hacerlo. Nosotros no podíamos tener hijos y era … era … nuestra oportunidad.
-¡Sois unos … cínicos y unos … unos … asesinos!
-¡Hija! ¡No te consiento! …
-¡Tú ya no puedes prohibirme nada! ¡No eres mi madre!
-Pero … pero … hija … ¿cómo puedes ser tan cruel?
-¡¿Cruel yo?! ¡Vosotros matasteis a mis padres!
-¡No! ¡Eso no es cierto! ¡Mentira, mentira! ¡Ya estaban muertos cuando! …
-¡Entonces … lo sabíais! ¡Sabíais que habían sido asesinados! ¡Sois peor que asesinos, sois cómplices carroñeros!
-¡Ya basta, María Eugenia! ¡No te consiento que nos sigas insultando!
-¡¿Qué tú no me consientes?! …
-¡Siéntate! ¡No te debo nada, no te debo ninguna explicación, pero te voy a decir de una vez por todas por qué lo hicimos y lo volveríamos a hacer una y mil veces! ¡Pero luego te exijo, ¿me oyes bien?, te exijo que dejes de insultarnos y de acosarnos y de pedirnos explicaciones! Te irás de viaje a una residencia de la Orden y estarás allí el tiempo que sea necesario para que comprendas que ya no hay vuelta de hoja y que lo que hicimos fue lo mejor para ti y fue un mandato … divino.
-¡Estás loca! …
-¡Cállate! ¡Cállate o te mato aquí mismo con esta pistola! ¡Me vas a escuchar quieras o no y luego vas a desaparecer … para siempre si te empeñas en no entenderlo! Así está mejor. Escucha, tú no puedes entenderlo, pero lo entenderás. Nosotros … nosotros hemos sido elegidos … ¡Quieta! ¡No te muevas! Sí, te guste o no, hemos sido elegidos por Dios para una misión muy importante. Y a cambio de nuestro … sacrificio, gozamos de ciertos … privilegios muy por encima del resto … de los mortales. Hay … mandamientos de la Ley de Dios que nos están … digamos … dispensados en aras de la alta y sagrada misión que tenemos encomendada. Y esa misión es … la mejora de la especie humana. Ahora ya lo sabes. A través de la Orden, nosotros trabajamos junto con otros muchos científicos de todas las ramas del saber y de todos los países del mundo en un programa secreto que tiene como objetivo último el perfeccionamiento de la raza humana. De la raza blanca, naturalmente. De la única raza pura que existe en la tierra.
-De la raza … aria.
-Pues  … sí. Veo que al fin lo has entendido.
-Ya. ¡Pero estamos en Brasil, en el siglo XXI!
-¡Precisamente, hija! ¿Quién se lo va a imaginar? ¿Quién te va a creer si intentas contarlo?


-Hola, hija ¿qué haces?
-Aquí, viendo la tele.
-Y ¿qué ves, hija?
-Un culebrón brasileño, creo. Y tú, ¿qué tal en esa reunión de? …
-De la Orden. Bien, bien, hija. Pero ya sabes lo pesado que eso de que te hayan … elegido.

© Javier Auserd.

La siesta del burro.

La siesta del burro.

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Y se quedó dormido. Soñó que había ganado Obama y que tropas de la ONU invadían el Sáhara para devolvérselo a los saharauis. Irlanda se había salido de la Unión Europea y había atacado a China, pero como seguía bajo el paraguas de la OTAN, la UE entró en la III Guerra Mundial. Serbia, aprovechando la coyuntura, invadió Kosovo con el apoyo de Rusia y Obama había trasladado las tropas de Irak a China y a Europa. Él era un soldado con cabeza de gato que disparaba contra los chinos, que eran soldados con cabeza de paloma y encima volaban. La guerra informática estaba causando estragos en las armas convencionales y en las comunicaciones y, como daños colaterales, se habían prohibido los blogs, que ahora circulaban a través de canales clandestinos llamados “catacumbas”. La $$$$ había creado la SO.P.A.A. (Sociedad Protectora de Autores Afines), se había proclamado independiente en Sicilia con el apoyo de Berlusconi y exigía subvenciones y cánones para incentivar el “barbecho intelectual”. Reclamaba a diestro y siniestro haciendo la guerra por su cuenta, pero sólo le hacían caso Berlusconi y el Grupo PISA (MORENA).

Habíamos eliminado otro de los molestos bosques que nos provocaban interferencias y estábamos recostados contra una loma pelada, recargando las baterías, cuando el coordinador del equipo, un doberman azul, nos llama y nos dice:

-Quiero voluntarios para despejar aquel flanco de japos.
-Rollitos – le digo.
-¿Qué? – pregunta.
-Digo que “rollitos”, que son chinos. ¿Es que te han entrenado con programas de la Segunda?
-Bueno, pues “rollitos”, es igual. ¿Qué más da, tron? Hoy estás suscetible.
-Susceptible.
-¿Qué?
-Susceptible. Se dice: “Susceptible”. ¿Eres Pepino?
-Vale ya, miembro felino – va y me dice -. Se acabaron las puntalizaciones.
-Puntualizaciones.
-¡He dicho que se acabó, narices!
-Te van a oír los “rollitos”.
-¡Mimos!
-¡Sus ordenes!
-¡Ataca ese flanco!
-¡Con qué, mi cordi!
-¡Con los …!
-¿Sí?
-¡Con las uñas!
-¡Vete al guano, macarra!
-¡¿Cómo?!
-Que vaya tu tía.
-¡Te voy a! …
-Atención, cordi – interrumpió Chuli, el cobaya -, mensaje del Cuartel General. Que nos replegamos.
-Te ha salvado el silbato, Mimos, que si no … - me dijo el coordinador amenazándome con un dedo.
-La campana.
-¡¿Qué?!
-Se dice: “Te ha salvado la campana”, como en el boxeo. ¿Te suena o estás sonado?
-¡Te voy a! …
-Sí, sí, pero otro día, ¿vale?

Cuando llegamos al campamento base, Krusty, el doberman, me hizo dar cuatro vueltas a la pista y hacer doscientas flexiones. ¡Chupado! Pero luego, además, me mandó a llevar un mensaje manual al Puesto de Mando 15 porque se había ido la TDT y no había forma de verles.

De regreso, el coordinador había sido arrestado por orden del Consejero Delegado por varias faltas lingüísticas y a él le habían ascendido a coordinador de equipo pero tenían que volver a la loma anterior a tomar el flanco derecho con programas nuevecitos. “Para probarlos”, había dicho Luke Skywalker.
Tomaron el flanco de la loma, se lo entregaron a los chiíes para que lo mantuvieran y volvieron a la base. Le dieron vacaciones y apareció en su casa. Vio en la tele que Buenafuente se presentaba a la presidencia de la República Anguitista del Reino de España por el PSG (Partido de los Showmen Graciosos) y se tomó un biosojaomega6. Estaba muy cansado, de modo que se echó en el sofá antes de cenar.

Javier Auserd.

Agua de borrajas.

Agua de borrajas.

Aventuras Caseras Asociadas, presenta: Cap.XI.

Puede leerse en: http://lacuevadeldinosaurio.wordpress.com

© Javier Auserd.

Te invito a cenar.

Te invito a cenar.

http://blogs.ya.com/atreidesxxi/c_17.htm


Están a punto de darme un premio por escribir tonterías. ¿Tú te crees? ¡Sí! ¡A mí! ¡A mis edades! Ayer me crucé con Meren por la escalera y me lo dijo:

-Cleto, te vamos a dar el premio de relato corto de la parroquia. Lo hemos decidido por unanimidad. Bueno, no, por unanimidad no, porque la Fulgen se opuso, muy enfadada, a que te demos nada. Pero ya la conoces. Siempre se está oponiendo a todo. Si por ella fuera tampoco habríamos cambiado la luz a 220 … Total, que te lo damos el jueves por la tarde. Es una sorpresa … Una bobada … pero ya verás qué bonito. Es un detalle por tu contribución a enriquecer la Hoja Parroquial y colaborar a su difusión y enaltecimiento. Además que el tema estaba muy bien: aquella señora que convencía a su hijo para que fuera al entierro … que ya no iba a misa ni nada. Claro que el entierro era el de su abuelo … Pero estaba muy bien. A don Anselmo le ha gustado mucho y me ha dicho que te diga que a ver si vas más por allí. ¡Hombre, el jueves irás, ¿verdad que sí?, a recibir el premio! Pero él dice que tienes que ir más, a oír las charlas y a tomar el té con galletitas … Bueno, Cleto, que me enrollo como las persianas, como dicen mis nietos. Da recuerdos a Vero, que está echa una atea.

Eso me dijo. ¿Tú te crees? ¡Pobrecilla, está un poco pa’ allá, pero no es mala! Me pidieron un cuento y les solté una retahíla … ¡Pobrecillas! ¡Pero no te enfades, mujer, es que son así, ya lo sabes, pero no son malas! Te lo dicen sin maldad. ¡Es que tú has sido siempre muy independiente! Y eso lo llevan mal. Pero no son malas. ¡Si vieras, qué porquería de cuento les he soltado! … Era algo así, mira, te voy a hacer una especie de resumen:

“Érase una vez Albertito, que era un chavalín muy travieso, un poco gamberrete, pero de buen corazón. Su madre no se atrevía a decírselo, que tenía que ir a misa y al cementerio porque se había muerto su abuelo, que era muy viejecito el pobre, pero al final se lo dijo. Y Albertito decía que no iba y que no iba, y que no iba para arriba y que no iba para abajo y que si patatín y que si patatán.
Su madre le insistía y él, nada, ¡que si quieres arroz, Catalina! Pero esa mañana salió a la calle y vio cómo atropellaba un coche a un pobre abuelo que no le dio tiempo a terminar de cruzar el semáforo y se impresionó tanto, que fue al entierro de su abuelo y a la misa y al camposanto y a todo. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado”.

Algo así, aunque un poco más largo. ¡Ya ves tú, qué bobada! ¡Y me lo han premiado! No, si es que yo, a nada que me hubiera puesto … Sí, sí, no te rías, que yo iba para escritor. Lo que pasa es que … la vida … ya sabes. Que si la mili (que entonces había mili y era larguísima, ¿te acuerdas?), que si el trabajo, que si los niños, los colegios, el piso, los recibos, las letras … ¡Ya me gustaría a mí ver a esos “genios de la literatura” que salen en tantas antologías … pagando letras! ¡Ja!, ¡ja, ja! ¡Pagando letras iban a escribir esos nada! ¡Ni la “o” con un canuto, no te fastidia! Para escribir hace falta tranquilidad … y nada de problemas … ¡y dinero! ¡No te fastidia! ¡Ya me gustaría verles, a mí, a todos esos! Bueno, tú no te preocupes, que si son galletitas de esas, se las damos a Canica y santaspascuas María. El premio, mujer. Digo que si el premio ese son galletitas … Serán labores de ganchillo. ¡Ganchillo, leches! Hija, cada día estás más sorda. A ver si viene la extra y vamos al otorrino o mejor a la ortopedia, directamente. Mira que si fuera dinero. ¡No creo! ¡Bah, seguro que no! ¡Pues menudos son los curas de agarrados! ¡Lo mismo me piden dinero a mí! ¡Eso sí que podría ser! … Si fuera dinero … (¡no creo!) te invito a cenar por ahí fuera. ¡A cenar!, ¡fuera! ¡No, ahora, no, cuando me den el premio! Hija mía, estás más sorda … No, si … Pues va a tener que ser primero el audífono … antes que la cena. ¡No te fastidia!

© Javier Auserd.

El año del regreso.

El año del regreso.

http://www.saharalibre.es/modules.php?name=Content&pa=showpage&pid=20

Estaba contento, al fin, después de tanto tiempo. Y sonreía. Sonreía, sigiloso, abrazado a su fusil, agazapado frente a aquel sector del muro que iban a volar. Estaba tranquilo. Por fin habían dado el paso que llevaba el pueblo treinta y cuatro años esperando, en vista del callejón sin salida en el que estaban. Al menos ahora, si morían, lo harían haciendo algo por su patria, que aún no había visto la luz, por su merecida y siempre retrasada independencia, por su tierra. ¡Su tierra! ¡Qué hermosa era! ¡Qué hermosa la recordaba de cuando era niño! ¡Las blancas sábanas que su madre tendía a secar al aire y al sol de su casa blanca y limpia, cerca del mar! ¡Ah, su tierra! … ¡qué distinta de la dura, sucia y seca hammada prestada! …

Lo peor era no poder fumar en las horas anteriores al ataque, pero se distraía viendo a sus compañeros en sus posiciones, inmóviles, pegados a la tierra, formando parte de ella, a escasos minutos de iniciar otra etapa de su historia. Una etapa sin retorno. Una etapa en la que muchos morirían, sí, pero como hombres y mujeres libres, orgullosos de serlo, no como esclavos sumisos y asustados.

¡Cuánto tardaba la orden! Ahmed, acompasó la respiración para calmar los nervios y que no se espantara el lagarto que se había quedado parado en una de sus botas, nuevecitas. Mientras esperaba, a ratos, le asaltaba la duda de si habría hecho bien o mal en alistarse a su edad, ahora que tenía trabajo en España, ahora que empezaba a saborear las mieles del mundo desarrollado que, aunque no terminaran de convencerle por completo, resultaban muy cómodas y atractivas. La vida, monótona y ordenada en una casa, de tal a tal hora en el trabajo, duro, pero pagado, las comidas, de tal a tal hora, los paseos con su mujer y sus niños, de tal a tal hora, el sueño, más o menos intranquilo, de tal a tal hora, la ropa bien tendida, las fiestas, el descanso, la lluvia suave … ¡Ah, la lluvia! Le gustaba mucho la lluvia. Aquellas gotas (¡de agua!) que se sucedían, una tras otra, con rítmica cadencia y que, muchas de ellas, ¡parecían desperdiciarse! La lluvia era un milagro y los pueblos que la tenían no sabían apreciarla. Si él pudiera, promovería en todas las ciudades una red de aljibes que la recogiera para aprovecharla al máximo y que no se perdiera ni una gota de ese preciado oro líquido, mucho más valioso que el negro petróleo que ahora dominaba el mundo.

Y entonces, como siempre han ocurrido los asaltos en la historia de la humanidad, se desencadenó todo de golpe con una rapidez vertiginosa. Con matemática precisión, se fueron produciendo las explosiones en el muro maldito y ellos se incorporaron y corrieron y corrieron y corrieron medio cegados por los surtidores de arena que levantaban las balas de las ametralladoras enemigas hacia su objetivo más allá del muro, en la parte de su tierra que ocupaban los invasores y que pronto volvería a ser suya. En pocos segundos, un infierno de fuego y esquirlas de metralla hundiéndose en el suelo y en la carne de los soldados del comando, se instaló en ese área del desierto cuyas imágenes, en esos momentos, podían estar captando varios satélites, entre ellos el de Google para que luego lo pudieran ver tranquilamente europeos y americanos sentados frente a sus monitores.

Él estaba allí, allí, allí. Allí mismo, sobre el terreno, en el terreno, corriendo, brincando, esquivando las balas, las minas, las granadas (¡ah, las granadas, qué buenas, él una vez se comió una!), las explosiones, los zambombazos … acercándose al muro, ya muy cerca del muro, entrando en el muro, traspasando el muro, ¡por fin! El muro, que era un símbolo de opresión y de muerte. El muro que era un icono de terror y violencia. El muro, que era el estigma que había mantenido apartado a su pueblo de su tierra. El muro, el maldito muro, ¡todos los malditos muros del mundo habían saltado por los aires!

“¡Estamos aquí, ya, por fin!” estuvo a punto de gritar. “¡Te hemos vencido!”, estuvo a punto de aullar con alegre desesperación contenida cuando el sonido estridente de la señal de retirada traspasó sus tímpanos. Obediente, se agachó, se dio la vuelta y corrió en zigzag, orgulloso y enfadado.
Más tarde, en lugar seguro, frente a un buen té saharaui, hacían balance de la operación:

-No tenemos bajas. Sólo dos heridos de metralla, poca cosa. Y creo que tampoco les hemos hecho muertos – decía un comandante a los guerrilleros.
-Es igual, van a decir que sí y van a llamarnos terroristas – contestó un combatiente.
-Bueno, que hagan lo que quieran. Esto ya no tiene marcha atrás – dijo otro.
-Sí, esto ya no hay quien lo pare.
-¡Ya era hora!

Volvieron a sus bases, contentos y preocupados, atentos a las próximas ordenes. Se entrenarían, esperando las represalias enemigas, repasarían su indumentaria, limpiarían sus armas … Habían iniciado un camino sin retorno. ¡Ya habían estado treinta y cuatro años fuera! Un camino terrible y glorioso que sólo conducía a un lugar, a su tierra: de regreso al Sáhara.

© Javier Auserd.

Porca miseria.

Porca miseria.

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Aventuras Caseras Asociadas, presenta: Cap.X.

Puede leerse en: http://lacuevadeldinosaurio.wordpress.com

© Javier Auserd.

Con el agua al cuello.

Con el agua al cuello.

Orcasitas

Aventuras Caseras Asociadas, presenta: Cap.IX

Hay veces que parece que el cielo cae sobre nuestras cabezas. Sucede cuando, en lugar de diez o quince problemas a la vez, te llueven unos cincuenta al mismo tiempo y casi todos con mal pronóstico. A mí cuando me pasa eso, me siento un rato, pongo a Pink Floyd, por ejemplo, respiro fuerte (en ocasiones, lloro un poco) y luego empiezo a hacer una especie de borrador de lista de decisiones rápidas en una o dos palabras, que anoto en un papel. Algo así como:

Chus: no (aunque luego sea que sí, por los garbanzos).
Despacho: hablar con el administrador.
Teléfono: ver ofertas.
Hipoteca: renegociar.
Halien: flores.
Cyndi: llamar.
Coche: llevar al taller.
Charli: hablar con Lola.
Socio: hablar.
Mi madre: llamar.
Etcétera, etcétera.

No suele servir de nada porque en esto no hay recetas que valgan, ni se parece a lo que luego hago, que tampoco se parece a lo que luego sucede, pero me calma algo, de momento, hasta la próxima crisis. Sin embargo, todo va dejando un poso amargo que, al final, te pasa factura y no te libra ni san Judas Tadeo, oye. Y, aunque dicen que peor es no contarlo, el trago es respetable, amargo y duro.

En estos temas de andar agobiados y con el agua al cuello los españoles nos parecemos mucho (a pesar de las nacionalidades y regiones y de que dicen que nos queremos romper y separar) porque cuando vemos a alguien así, acudimos corriendo enseguida a echarle una mano … al cuello, para que se termine de ahogar. O quizás es que sea algo de la tan socorrida condición humana.

Pero también en cuanto a la pobreza (problema mundial espantoso y horrible) y a las dificultades económicas hay muchas situaciones dispares y contradictorias y no te puedes fiar de las apariencias en ningún sentido. Un día, mi madre, en una excursión que hizo a otra ciudad con sus amigas, dio una limosna a una mujer que, por su actitud y por su aspecto parecía estar pidiendo a la puerta de una cafetería, para que se comprase unas zapatillas nuevas, de cómo tenía las que llevaba puestas. Cuando entró al bar, le dijo un camarero:

-Señora, disculpe que me meta donde no me llaman, pero he visto cómo le daba usted dinero a esa mujer de la puerta y tengo que decirle que esa mujer, que parece una mendiga, es la dueña de todo este bloque, con sus locales y garajes, y un montón de casas y fincas más y tiene dinero para aburrir. Se lo digo para que lo sepa usted y no se llame a engaño por verla así.

En cambio, a ella misma, en los años 50, en el llamado Auxilio Social, institución de caridad de aquel entonces, le negaron ayuda diciendo que no podía ser que fuera pobre porque iba muy limpia. ¡La condición humana esa!

Me había pedido Víctor que le negociara una rebaja en un préstamo que le hizo un patriarca en Orcasitas. Le dije al contacto que necesitaba garantías para moverme por allí y quedaron en recogernos a Emiliano y a mí en las escaleras del ambulatorio.
Cuando llegamos, nos esperaban tres armarios enormes con cara de apache que, al bajarnos del coche, estamparon una pegatina verde fosforito en el parabrisas y nos invitaron con la cabeza a subir al suyo. Parecían tan seguros de sí mismos que ni siquiera nos cachearon. Dimos unas vueltas de despiste y pararon frente a uno de los muchos portales idénticos de uno de los muchos bloques idénticos en el interior del barrio. Subimos una estrecha escalera y entramos en una casa hasta el salón donde había otras tres personas, una de las cuales era el banquero de Víctor, mi cliente y el suyo.
No era un hombre enjuto y cetrino, sino bien metido en carnes, elegante y serio, con el sombrero bien calado, un bastón con mango de plata vieja y un anillo de oro en el anular de la mano derecha con un rubí que parecía un huevo de paloma.

-Aquí estos payos quieren parlamentar, don Manuel – dijo un gorila con voz profunda.
-¿Cuál es su gracia, payo? – me increpó otro guardaespaldas.
-Pues … gracia … no sé … poca – dije confuso.
-¡Le está preguntando su nombre! – dijo otro.
-¡Ah! Martín – contesté.
-¡Hombre, Martín, como mi burro! – dijo uno de los que estaban sentados con el patriarca y se echaron todos a reír de muy buena gana.

Noté que Emiliano se ponía tenso y le hice un gesto, para que se relajara, quitándole importancia.

-No se moleste usté con Basilio, don – me dijo luego el patriarca secándose las lágrimas de la risa con un pañuelo -, no ha querido ofenderle. Era una broma. Tomen asiento … por favor.
-Está bien – asentí y nos sentamos -. Verá usted, vengo en representación de mi cliente, don Víctor Olea … No sé si le recuerda – me interrumpí esperando que me pidiera más detalles, pero me hizo un gesto indicando que estaba al corriente del tema -, para negociar el préstamo que mantiene con usted porque le resulta muy gravoso y se ve … con el agua al cuello.
-¿De qué era la deuda, sabe usté, de juego o de hambre? – preguntó con una voz grave y entonada.
-De juego – le dije.
-Entonces …
-Disculpe usted, don Manuel – le interrumpí, sabiendo que me la jugaba pero sabiendo también que interrumpía una sentencia que sería inapelable una vez pronunciada -. Con el debido respeto, don Manuel, si me permite añadir algo, la deuda es de juego, sí, y es justo que la pague, pero ¿qué pinta ahí un tal Edmundo, o algo así, que se lleva una comisión exagerada? ¿No cree usted que la deuda es sólo con el deudor y ese Edmundo que se meta en sus cosas y no en las de los demás?

Me miró perplejo, como dudando entre romper a reír, de nuevo, delante de mis narices por mi paya ingenuidad o partirme la cara de un bastonazo por mi payo atrevimiento y mi paya insolencia.

-¿El payo Vítor aceptó la “cláusula del fundo”? – le preguntó don Manuel al Basilio, el de la broma del burro.
-No, primo – contestó el Basilio medio muerto de risa.
-No es usted abogado, ¿verdad? – me preguntó don Manuel con la clara intención de llamarme ignorante.
-No.

Hubo un largo silencio durante el cual, don Manuel, me escrutó con una mirada solemne y avezada de jefe piel roja, como si quisiera calibrar mis higadillos y, al cabo de un buen rato, dijo:

-Está bien – cabeceó asintiendo.
-¿Entonces? … - empecé.
-Pero … - me interrumpió levantando una mano – a condición de que si su cliente vuelve a pedirnos algún otro préstamo, se le aplicará el doble de la comisión “Edmundo” esa – remató con sorna y me miró como diciendo: “Te toca”.

Me lo pensé un rato, no mucho, calibrando ante todo la capacidad de Víctor de asumir y cumplir una promesa así y, al cabo, dije:

-Me parece justo, don – le tendí la mano cerrando el trato, nos levantamos y nos fuimos escoltados por los mismos armarios.

Cuando, al día siguiente, vino Víctor a mi despacho y le hice el resumen que me pareció de la reunión con su prestamista, le llamé de todo menos bonito y él con la cabeza gacha, como un niño pillado in fraganti asentía a todo con tal de aguantar aquel chaparrón que se le venía encima esperando a que escampase.

-¡Pero ¿tú eres idiota?! – le dije -. ¡¿Te parece normal pedir prestado dinero para cubrir las deudas de juego a tus deudores?! ¡Tú estás mal de la cabeza, no hay otra explicación posible! ¡Además, ¿cómo te dejaste colar la comisión esa que no es más que una trampa para pardillos?!
-Es que … me amenazaron con una navaja – balbuceó amedrentado.
-¡Pero qué navaja ni qué! … ¡¿Quién te manda meterte en estos berenjenales, capullo?! ¡Si no fuera por tu padre … a buenas horas iba yo a meterme en la boca del lobo para sacarte las castañas del fuego! ¡Y desaparece de mi vista ahora mismo, que ya me estás haciendo hablar en refranero! ¡Por cierto que … dile a tu padre que esta tarde tengo que hablar con él!
-¡Pero, Martín, por Dios!, ¡¿se lo vas a contar todo?! – dijo aterrado.
-¡Pero ¿a quién se le ocurre nada más que a ti?! ¡¿Cómo le voy a contar nada?! Aunque bien mirado es lo que te mereces, por más que te haya prometido mantener el secreto. Pero … ¡ahora que lo dices! ¿y si te chantajeo para que le convenzas de que inyecte capital a la próxima ampliación de la sociedad?
-¡Cuenta con ello, Martín, yo le convenzo! ¡Y muchas gracias!
-¡Anda, anda, desaparece de mi vista y no vuelvas a pecar! ¡Y, sobre todo, no vuelvas a hacer el capullo!

Me quedé pensativo cuando Víctor, el hijo de mi socio, cerró la puerta del despacho porque en verdad el chantaje se me había ocurrido sobre la marcha pero me iba a venir de perlas para salir del apuro. “¡Si es que no hay mal que por bien no venga!”, pensé. Y también pensé: “¡Oh, malditos refranes, si hasta me los digo a mí mismo! ¡Esto empieza a ser preocupante!”.
Luego me entraron remordimientos y estuve tentado de volver a llamar a Víctor para decirle que había sido una broma y que no pensaba utilizar su desliz para salvar el despacho. Pero, en el último segundo, me contuve y lo dejé estar, porque quizás fuese mejor así.

© Javier Auserd.

A las 6 de la mañana.

Aventuras Caseras Asociadas, presenta: Cap. VIII.

Uno.
Con las prisas, no me dio tiempo de preguntar a aquellos “caballeros” las preguntas que habíamos ido a hacer: “¿Había muerto Anselmo de muerte natural (obviando la pestilencia del agua y sus infecciones asociadas) o le había empujado alguien?”, “¿Frecuentaba el grupo o pertenecía a él otro Alien, éste otro con hache?”, “¿Tenían ellos algo que ver en la muerte de Anselmo?”, “¿Sabían dónde andaba Halien?”, “¿Hay vida después de la muerte?”. Era una pena no tener ahora unas valiosas respuestas (que, por otro lado tampoco creo que nos hubieran dado), pero por lo menos salimos vivos de aquella.
Callejeamos un rato, después de correr bastante, y terminamos en una chocolatería cerca de Tirso de Molina frente a una buena taza de café con porras y una copa de anís que nos hizo tiritar de frío por dentro para contrarrestar el sofoco de la carrera. Entonces, para retrasar el análisis del lance, nada halagüeño por cierto, me contó Lazo, a traición, su curriculum (menos halagüeño todavía) de una familia desestructurada (ese palabro lo aprendió en un curso de los Fondos europeos al que le obligaron a ir los del paro) donde le pegaban sus padres alcohólicos y él se escapaba con sus amigos drogotas y manguis y que por eso se metió en la mala vida y ahora es un camello de tres al cuarto (aunque, mal mirado, no le va tan mal, no te creas) y que si él no vende a los niños y que si patatín y que si patatán … lo típico.
Procuro no juzgar a nadie, aunque quizás ante determinadas situaciones debería hacerlo, porque no se puede atravesar la vida templando gaitas. Pero la famosa piedra de Jesucristo causa estragos, además de resultar muy cómoda y manejable, por más que probablemente su sentido original fuera otro. De modo que, hice que me tragaba la película de Lazo junto con las porras, el café calentito y el anís frío y luego, cada mochuelo se fue a su olivo. El mío estaba vacío y triste, fané y descangallado.

Dos.
Luego de dos cabezadas mal dadas, llamé a Charli, que me había dejado un mensaje en el contestador, y le prometí volver a ocuparme de Ludecio que volvía a molestarle. Llamé a Chus, que me había dejado otro mensaje, porque su novia le amenazaba con volver con Vladimir y quería que la siguiera. Después de un corte de mangas mental dedicado a Chus, hice otras cuatro o cinco llamadas de trabajo y, cuando estaba marcando otra llamada, me llamó el comisario Ortega para que me acercara ya mismo al número 3 de Lope de Vega, aquí al lado, donde me tenía reservada una sorpresa. Me puse de los nervios, porque si las sorpresas de Miranda eran de in extremis, las de Ortega eran de in articulo mortis y tenía yo un cuerpo serrano ...

Me crucé con Lucía, de la científica, que iba, pálida, a dejar el maletín en la furgoneta.

-¿Qué tal, Luci? – le dije.
-Pues … bien. Yo ya me voy a vomitar a otra parte.
-Siempre estás igual – le dije.
-Sí, sí … Esta vez vete preparando.
-¿Por?
-Ya lo verás. ¡Chao!
-¡Qué exagerada eres!
-Ya, ya. Entra, entra.

Levanté la banda de plástico y entré al portal. Aparentemente estaba todo tranquilo. Yo, que temía encontrarme la típica y desagradable escena de algún cuerpo despanzurrado contra el suelo, me quedé parado bajo el tragaluz, mirando a todas partes … menos arriba, y tratando de evitar un charco de agua sucia que había en el centro, cuando noté que me caía una gota en el pelo y oía la voz de Ortega que me llamaba. “¡Qué raro! – pensé – si no está lloviendo. Habrá goteras”.

-¡Sube, sube, Martín. Aquí, en el tercero! Sube, anda, y quítate de ahí que te vas a poner perdido.

Al mirar arriba, sólo se notaba un bulto que no se distinguía bien lo que era, pero cuando llegué al tercero hubiera dado cualquier cosa por no distinguirlo.

-¿Qué es eso? – le dije a Ortega.
-¿Eso? … Eso es un viejo conocido tuyo.
-¡No jo … robes!
-¡Sin jorobar! Y límpiate la frente y la mano, que te vas a manchar todo.
-¡Pero si es! … ¡¿cuándo me he hecho yo una herida?!
-No es tuya es de …
-A ver … ¡No! ¡No es posible!
-Y tan posible, Martín, y tan posible. Nos lo venías diciendo hacía mucho y no te creíamos, hasta que anoche … Bueno, esta mañana.
-¿A qué hora? – pregunté con un hilo de voz, mientras me limpiaba la mano y la frente.
-Creemos que fue sobre las seis. Estamos interrogando a la chica. Y menos mal que no le abrió, que si no había ido ella por delante y ... Tranquilo, Martín, tranquilo. Ahí hay bolsas.

Cogí una, me aparté de Ortega y de los policías que terminaban de sacar fotos desde distintos ángulos y empezaban a bajar para que subieran los que iban a descolgar el cuerpo sin vida del muchacho, y luego se me calmó el estómago y me limpié el sudor que me bajaba por el cuello hacia la espalda.
Subieron una camilla dos tíos cachas, envolvieron el cuerpo colgante con una red, lo subieron, desataron la camisa con la que se había ahorcado, metieron todo en una bolsa (genitales y navaja barbera incluidas), la aseguraron a la camilla y la bajaron en posición casi vertical con las patas plegadas para que no les estorbaran.

Tres.
No estaba yo para juergas, pero por la noche tuve que quedar con la amiga de una prima de Halien en una discoteca donde trabajaba de go-go. Terminó su número y volvió al camerino donde me había dicho que la esperara.

-Sí, tiene unos tíos en un caserío … por Álava, creo.
-Hm, hm.
-Yo soy de Bilbao.
-Ah.
-Del mismo Bilbao, ¿eh? De Abando.
-¡Oh!
-Sí, sí. No te vayas a creer, ¿eh?
-Ya, ya. Y … oye, tú conocías mucho a José Miguel, ¿verdad?
-¡¿Cómo?!
-¡Que si conocías a José!
-Fui su novia unos meses – me dijo mientras se terminaba de secar la cara y se ponía los vaqueros – Cuando llegó aquí no conocía a nadie y yo era amiga de una de sus primas de … Basurto. Pero era un poco raro, ¿sabes?
-¡No me digas! …
-Se ponía nervioso, de golpe, y salía corriendo. Un poco raro era, sí.
-Y luego ¿os visteis mucho?
-¡¿Cómo?!
-¡Que si! …
-¡Es que, con la música de ahí arriba a todo trapo no te oigo! ¡Bueno, te oigo, pero no te entiendo! ¡Espera, que termino de cambiarme y voy más cerca!

En las paredes grasientas de aquel antro las chicas habían puesto una nota de color colgando carteles de tíos buenos en pelotas. También rociaban insecticida comprado de su bolsillo todo lo que podían por todos los rincones.

-¡Ya estoy aquí! Ya estoy aquí.
-Conozco un sitio más … tranquilo, donde no tendremos que gritar, ¿vienes? – le dije.
-Vale – me contestó encogiéndose de hombros.

Salimos del antro y caminamos un rato en silencio por las calles recién regadas y llenas de borrachos y de chulos. Aunque me caía de sueño, me fijé en que sin maquillaje no era tan fea y no daba el cante como cuando trabajaba “go-goando”.

-Escucha, …
-Cyndi – dijo una vez sentados más tranquilos en Sésamo donde, encima, esa noche no había pianista.
-Escucha Cyndi, José Miguel ha muerto.
-Ya. Me lo has dicho tú antes de mi actuación.
-Y … ¿no te da pena?
-Hombre, pena, pena … claro que me da … pena. Pero mira …
-Martín.
-Mira, Martín, ¿para qué nos vamos a engañar? Ese chico no estaba muy bien que digamos, ¿no te parece? Y … ¿cómo ha muerto?, ¿en un accidente?
-Eee … Sí. Sí. Un accidente … de moto.
-Ya. ¿Pero si le daban pánico las motos?
-Pues ya ves … Precisamente.
-Mira …
-Martín
-… Martín. Yo no sé en qué líos andaba metido últimamente Joseba, sólo sé que siempre ha estado como una cabra y los últimos amigos que tenía del juego ese de los cojones no le venían muy bien que digamos. Encima se había enamoriscado de una antigua yonki que le ponía como una moto para nada, ¿me entiendes? Yo trabajo donde trabajo, pero locuras las justas, ¿sabes? Yo soy muy clarita y a mí las bobadas de Joseba y sus compañías no me gustaban un pimiento. Yo creo que mejor morir que perder la vida, no sé si me entiendes, quiero decir que la muerte te llegue cuando te tenga que llegar, pero eso de andarla buscando ... no me gusta, ¿sabes?
-Te entiendo … Cyndi. Te entiendo.
-Pues eso.

La dejé en la puerta del piso donde vivía con unas amigas. Al día siguiente tenía que ir a una entrevista de trabajo y no podía entretenerse más y a mí, que me caía a cachos, me vino de maravilla. Quedamos en vernos otra noche de estas.

Cuatro.
Una vez me dijo una bruja de feria en la verbena del barrio, “Adivina, madame Eiffel” ponía en el cartel de la entrada, a la vista de mi mano derecha:

-No te suicides nunca, hijo mío, porque volverás una y otra vez a este mundo en condiciones cada vez más miserables. Es mejor que aguantes hasta el final. Ya te llegará, no tengas prisa. Por dura que sea una vida, el castigo reservado a los suicidas es infinitamente peor, recuérdalo siempre.

Me dejó bastante preocupado porque lo que me dijo no me auguraba un futuro precisamente brillante, pero yo le hago caso en todas las circunstancias, aunque caigan chuzos de punta y me den todos de lleno, por si las reencarnaciones esas, que no me gustan nada y que, incluso conceptualmente, me parecen de lo más atroz e injusto que hay en el panorama filosófico universal.

Según una creencia zuambé, el demonio encargado entra sobre las 5 de la mañana en la choza, habla con el humano, previamente elegido y machacado a adversidades por los espíritus, y, si le convence, cuando canta el gallo, se lleva su aliento por la ventana y deja el cuerpo tirado en este mundo para que se lo coman los insectos.

El suicidio es una terrible y triste lacra social en la que, además de la depresión, la demencia, la esquizofrenia, el alcohol, las drogas, la soledad no buscada, la incomunicación … juegan un espantoso y macabro papel que hay que tratar psiquiátricamente. Alrededor de las 6 de la mañana, hora local, suceden la inmensa mayoría de los suicidios.

Que nadie se vea nunca en el escenario de ese infierno.

© Javier Auserd.

Estamos trabajando en ello.

Aventuras Caseras Asociadas, presenta: Cap. VII.

Cada vez que un cliente me pregunta cómo va su caso, no puedo evitar acordarme de la mítica y humorística frase de un ex presidente que ha pasado a la historia por impulsar guerras ajenas nada humorísticas que todavía colean y siguen provocando muertes de civiles indefensos.
Pero los seres humanos somos así: graciosos y ligeros sobre aspectos dramáticos que afectan a otros y no parece haber nada más cómico que las caídas y porrazos que se pegan, o les pegan, a los demás. Eso se suele considerar parte de la “condición humana”, que es una especie de cajón de sastre donde se meten todas nuestras reacciones más contradictorias, inexplicables, oscuras y absurdas. De todos modos, la vida misma parece ser una tragicomedia constante e incomprensible donde se suceden las mayores atrocidades y desgracias de unos entre las risas de los contrarios y viceversa.

-Estamos trabajando en ello … - le dije, con acento tejano, a doña Rosa, que, por fortuna, no cogió la broma y, por tanto, no me cruzó la cara con una bofetada ni me sacudió un bolsazo de los suyos.
-Ah, bien. Pues sigan, sigan, a ver si terminan de encontrar a mi perrito, que ya van dos días y no me hago sin él.
-Tranquila, doña Rosa, es cuestión de tiempo. Vaya usted tranquila.
-¡Tranquila, tranquila! ¡De tranquila nada! ¡A ver si me lo encuentran de una vez, hombre, ya! – se fue rezongando, mientras yo lamentaba mi santa manía al abuso de frases hechas.

Psikys3.0 es uno de tantos bonitos y educativos juegos on line en los que un solo psicópata, o un equipo de ellos, escoge una víctima al azar, planifica su muerte, la mata de diversas modalidades predeterminadas y se deshace de su cuerpo quemándolo, descuartizándolo o tirándolo al río más cercano. A todos nos suena algún caso real en el que ha sucedido, a pesar de que los expertos nos recuerden, cada vez que sucede, que esos juegos de rol no son peligrosos ni contraproducentes para nuestros  jóvenes y que lo inadecuado (aunque no aclaran que “para la economía de esa industria”) sería dejar de comprarlos o de ver películas violentas o series de televisión porque la violencia está en la sociedad y no en los videojuegos y que no son más peligrosos que los antiguos e inocentes billares. Si los narcotraficantes se consideran expendedores de medicamentos, los asesinos a sueldo soldados privados y así sucesivamente, ¿qué impide utilizar eufemismos para todo?
A pesar de las bondades de estos inventos, no podía dejar de temer que el reciente caso del marido de Luisa, la señora de la limpieza del edificio del despacho, encontrado ahogado en el Manzanares al que Miranda le había quitado toda importancia, tuviera alguna relación con algo semejante y en particular con la referencia de Halien, en su último correo, a ese juego concreto. Pero, como casi siempre, no tenía ni idea de cómo ni por dónde empezar a atar cabos.

Hablé con la mujer de Anselmo, que era como se llamaba el muerto y, como me imaginaba, me respondió asustada con evasivas y vaguedades incongruentes dignas de una mejor y utópica investigación psicosocial adecuada. Así es que hablé con un amigo de Cheroky, también capo del barrio, que lleva los temas “antidepresivos”, o sea, ansiolíticos y opiáceos. Hablaba tan deprisa que tartamudeaba y era difícil seguirle. Al principio me contó una historia tan alucinante que yo sólo podía situarla vagamente en escenas de LSD de la película Apocalypse Now, pero luego, poco a poco, se fue calmando y concretó con mayor coherencia su relato. Me pareció entender que había una especie de secta o equipo de juego entorno a “Psikys” que se reunía en un tugurio de mala muerte cerca del Manzanares donde jugaban, como quien juega al mus, mientras se drogaban con alcohol, hachis, marihuana, opio, crack o lo que se terciara. Entre este grupo y entre el resto de habituales del antro que se ocupaban en otros diversos tipos de distracciones y entretenimientos eran muy frecuentes las peleas y las puñaladas traperas por las bobadas más chorras, cuando los consumidores adquirían un grado de desmesura y pérdida de consciencia suficientes. Aunque no me apetecía lo más mínimo, quedé con él en ir por allí una noche a cambio de darle dinero y, como es lógico, iría vestido para la ocasión para no desentonar a las primeras de cambio.

Hacía fresco aquella madrugada y, antes de salir, me puse un trescuartos viejo por encima. Lazo, el amigo de Cheroky, acudió razonablemente pronto y, atravesando la plaza de la Cebada, bajamos por la calle Segovia y, al llegar al parque de Atenas, nos perdimos por las calles cercanas al Manzanares, donde está el garito. Cuando entramos, aquello me recordó una tétrica taberna portuaria de los muelles de Nápoles en los años 50, sucia, oscura y maloliente. Nos acodamos en la barra para echar un primer vistazo, Lazo pidió un ron cubano y yo otro. El humo del tabaco se mezclaba con el resto de los humos de todas las substancias que por allí circulaban y se pegaban a la traquea como una garra estranguladora que sólo se aliviaba algo mediante los sorbos del brebaje infame al que se atrevían a llamar ron y como tal cobraban. Tapándome la nariz con asco mal disimulado y un pañuelo, recorrimos los negros pasillos, tropezando con bultos tirados en el suelo, deteniéndonos en las puertas abiertas y en las puertas cerradas y en las entornadas y desembocamos en un patio al aire libre donde no olía mejor a pesar de que se advertía la silueta de un árbol, que cuando estuvo vivo pudo haber sido una higuera, pero que ahora hacía las funciones de vertedero de inmundicias. Nos internamos por otro pasillo menos oscuro y en el primer cuarto vimos a unos diez individuos jugando a la ruleta rusa con lo que me pareció un revólver Nagant con silenciador. En otro cuarto se oía música de strip-tease y en otro, a través de la puerta entreabierta se veía a cuatro o cinco con portátiles. Toqué levemente la puerta que chirrió con estruendo y una voz chillona dijo:

-¡Venga Alien, ya está bien, ni que te hubieras ido a Jamaica a por las birras, joder!

Me quedé petrificado, sin saber qué hacer ni qué decir. Por otro lado, pensé de golpe, puede haber sólo unos setecientos mil Halien o Alien en la Red. El primero en reaccionar fue Lazo que, habló con cautela al tiempo que se metió muy despacio en la boca del lobo:

-No soy Alien. No soy Alien. Pero soy un amigo.
-¡¿Un amigo … de quién?! – dijo uno de ellos, dando un salto hacia atrás, que casi tira la mesa con los portátiles al suelo, y empuñando una pistola.
-De Anselmo – dije yo, entrando detrás de Lazo usándole casi como escudo y tanteando el Magnum345 en el bolsillo del viejo tabardo.
-¡¿Anselmo?! – grito otro – ¡Estos son maderos, Clavo, maderos! ¡Anselmo no usaba su nombre verdadero en el juego!
-Tranquilos, tranquilos – dije yo y volví a provocar el mismo efecto contrario que con doña Rosa la otra mañana.
-¡¿Qué queréis?! ¡Y ¿quiénes sois?! – Nos dijo el de la pistola apuntándonos a la cabeza y cerrando la puerta.
-No somos maderos. No pasa nada. Soy … un amigo de su mujer y solo vengo a hablar.
-¡¿A hablar?! ¡¿De qué?! ¡¿De qué mujer?! ¡¿De quién eres mujer, digo … de la mujer de quién eres … amigo?!
-No pasa nada. No pasa nada. Baja la pistola, por favor. Mira, nos sentamos. Hemos venido a hablar, ¿vale? ¿Me dejas hablar … explicarte? – dije mientras me sentaba yo y sentaba a Lazo que estaba más nervioso que yo -. Escucha – le dije al de la pistola – baja la pistola, por favor y … charlamos, ¿vale? -. Mira, te explico: soy amigo de la mujer de Anselmo el que ha aparecido en el río el otro día. No sé cómo se llama en el juego ni me importa. Le prometí que vendría a hablar con vosotros, sólo vengo … venimos a hablar … de buen rollo y luego … nos vamos.
-¿Le prometiste? – dijo otro de los que allí estaban, joven y mugriento, con el pelo pegado a la cara - ¿A ese tal … Anselmo?
-No, no – me apresuré a corregir – A su mujer. A su mujer. Está muy preocupada por entender … algo de lo que … ha pasado.
-Nosotros no sabemos nada – dijo un tercero, de mediana edad, tan desaliñado como el resto.
-Ya lo sé. Ya sé que vosotros no tenéis nada que ver con lo de … Anselmo, pero …
-¿Y si no eres madero, por qué quieres saber? – dijo el de la pistola que no me había  hecho caso y nos seguía apuntando con ella, aunque me fijé que le temblaba mucho el pulso y tenía puesto el seguro.
-Ya te he dicho que su mujer …
-¡Déjate de su mujer ni hostias! – empezó a alterarse.
-Escucha, soy primo de … ella y soy … detective.
-¡¿Lo veis?! ¡¿Lo veis?! ¡Cómo sabía yo que eran maderos! ¡Cómo lo sabía! ¡Yo … yo me los …! – chilló el de la pistola, cada vez más nervioso.
-¡Cállate ya, Clavo, joder! ¡Y baja esa … mierda! – dijo un cuarto tipo, más bien cuarentón y menos pringoso que el resto, saliendo de las sombras de una esquina de la habitación – Escucha … - empezó a decirme.
-Balboa – le dije.
-Escucha, Balboa – me dijo esbozando una media sonrisa socarrona -. No eres policía, vale. Pero ¿por qué quieres ayudar a tu … prima a averiguar qué le pasó a su marido? Además, ¿qué más da qué le pasara? Está muerto, ¿no? Todos lo sentimos mucho, ¿ok? Este es un juego … inocente, como otro cualquiera, aunque no esté muy bien visto y el antro no sea de lo mejorcito que digamos, pero … dejemos en paz a los muertos, ¿no te parece?, que bastante tenemos encima los vivos. Que la policía se ocupe de esos temas … O los médicos, o los …

En ese momento, la puerta empezó a abrirse y una voz alegre y despreocupada, casi cantarina voceó:

-¡Ya estoy aquí con las birras! – al tiempo que un joven entraba de espaldas para poder sujetar varias botellas de cerveza de traía apoyadas contra el pecho.

Estuve a punto de dar un bote en la silla esperando ver al Halien de mis dolores de cabeza entrar por aquella puerta cargado de cervezas y tener que detenerle acusado del asesinato de Anselmo García, su compañero de “Psikys”, el marido de mi “prima” Luisa, la señora de la limpieza del edificio de despachos de la plaza de Tirso de Molina.

Años más tarde, cuando al fin me dio el infarto laboriosamente gestado y ganado tan a pulso en esta y otras muchas aventurillas, recordé, con una sonrisa, aquella madrugada fría, que estoy contando, en la que el pobre Lazo y yo estuvimos en un tris de terminar en las terribles aguas color chocolate del Manzanares como Anselmo, el marido de mi “prima” Luisa o como algunos otros, que ya contaré, si salgo de ésta, como salimos de aquella, porque el muchacho que se volvió tan deprisa como le permitían las diez birras que traía amorosamente abrazadas contra la sucia cazadora color caqui oscuro … no era José Miguel U.V., alias Halien, sino otro chaval enganchado a la adicción de turno, alias Alien, al que casi se le caen todas las botellas contra el suelo al ver una escena en la que su amigo Fulanito de Tal, alias Clavo, apuntaba con un pistolón, más aparatoso que efectivo, a dos tipos desconocidos, uno de los cuales le miraba con una mezcla indefinible entre el susto y el alivio y luego vio cómo se despedían y pasaban a su lado y salían pitando de allí antes de que su amigo Clavo se diera cuenta de que tenía puesto el seguro de aquel mamotreto de museo, y lo quitara.

-¡¿Qué tal, doña Rosa?! No se preocupe, que seguimos trabajando en ello.
-¡Pero serás …! ¡Si hace tres días que apareció ya mi Cuqui … él solito! ¡Tres días! … ¡Y no te voy a dar ni un huero, para que aprendas! ¡Mamarracho!
-¡Bueno, mujer, no se altere, que le va a dar algo! ¡Ah, qué vida esta!

© Javier Auserd.

Chubascos por el norte.

Chubascos por el norte.

© J. Whatmore
http://ctxarly.blogspot.com/2007_11_18_archive.html


Aventuras Caseras Asociadas (A.C.ASO.), presenta: Cap. VI.


A mí me gustaba mucho la lluvia, cuando llovía, a pesar de lo molesta que resultaba en las grandes ciudades y para el tráfico rodado y para la ropa tendida y los reumas, pero a mi me gustaba, la verdad, sentir la humedad relativa del aire, la frescura de su tacto en la cara, la sensación de respirar bien y de avanzar por un aire casi líquido … ¡Ah, qué tiempos aquellos! Y eso que, en mi oficio, el llamado mal tiempo es fatal.
Y, sin embargo, aunque ya no llueve como antes, de golpe y porrazo, entran chubascos por el norte y llega hasta aquí un temporal express que, mientras que antes duraba semanas, por lo menos una, ahora dura media hora y listo el bote. Menos da una piedra, pero yo creo que si los dioses no se hubieran vuelto tan democráticos y condescendientes con respecto a las oraciones mayoritarias de “buen tiempo” no tendríamos esta pertinaz sequía que ya les importa un pimiento hasta a los hombres del campo porque, con los hogares del jubilado y las excursiones a Torrevieja, Benidorm y termales, ya no siembran ni patatas para entretenerse en el jardincito de su adosado.

El caso es que me llamó Miranda para que me pasara por el depósito a ver un cuerpo que acababan de sacar del Manzanares (iba a decir del “río”) porque podía tener relación con alguno de mis asuntos. Entré, como siempre, por la puerta lateral, que da más directamente al cuarto de neveras y me encontré con Mira y su ayudante en el pasillo. Era una chica nueva (la ayudante) y se la veía nerviosa por tratar de caer bien a su jefe, lo que es normal con la que está cayendo en el mercado de trabajo en general. Le traía un café de la máquina y, aunque se estaba abrasando los dedos, aguantaba el tipo con heroísmo, movía el brebaje con el palito de plástico y le advertía que tuviera cuidado porque quemaba. Mira (Miranda), que sigue siendo un gilipollas, no le hizo caso, se quemó y tiró el vaso al suelo en medio de todo tipo de imprecaciones. La chica pidió disculpas, recogió el vaso y el palito y los echó a la papelera. Yo, conociendo a Miranda, me callé para no perjudicar a la muchacha. Entramos a las neveras, el funcionario abrió una al gesto del comisario y levantó la sábana. Era un hombre blanco de cincuenta y tantos, calvo y no me sonaba de nada.

-¿Estaba desnudo? – pregunté.
-Sí, completamente – dijo Miranda.
-Tal cual – añadió, con una vocecita, su joven ayudante.
-¿Y ese tatuaje? – pregunté.
-Puede ser de la mili – dijo Miranda.
-Es de un videojuego - dijo, con una vocecita, su joven ayudante.
-¡¿Qué?! – chilló Miranda.
-¿Reciente? – pregunté.
-¿El tatuaje? Aún no se sabe – dijo Miranda.
-El videojuego – aclaré, mirando a la chica.
-Tres años – dijo la joven policía.
-Entonces, no es de la mili – comenté, mientras Miranda me fulminaba con la mirada.
-Entonces, no le conocías – dijo Miranda, furioso.
-No. Pero me gustaría ver sus cosas: anillos, cadenas, pañuelo … Ya sabes – dije.
-No llevaba nada de nada – contestó la ayudante de Miranda.
-Pues entonces … - concluyó Miranda mientras se volvía hacia la salida.
-Un segundo, Miranda, … por favor, déjame ver una cosa – dije.

Di la vuelta al soporte, examiné también el brazo derecho del cadáver y pregunté a Silvia, que es como se llama la chica:

-¿Sabes si el videojuego ese, está comercializado en España?
-No. Ese videojuego no está comercializado. Es on line – dijo Silvia.
-Pues este hombre es … era español.
-¡No me digas!, ¡qué gran descubrimiento! – dijo Miranda.
-Hombre, podía ser inglés, alemán … ruso. Suele ser útil para saber por dónde empezar – dije.
-No hay nada por dónde empezar, ni por dónde seguir – dijo Miranda de forma brusca y desabrida – No hay caso. Se cayó al agua y se ahogó. Punto. Además, ¿cómo sabes que es español?
-Por la marca de la vacuna en el brazo derecho. Pero, ¿cómo que no hay caso?, ¿ya hay informe forense?, ¿sabes si ha sido estrangulado o golpeado antes de caer al agua o hay lesiones internas? … ¿o algo? – dije.
-No he leído nada ni creo que le hayan examinado los forenses – dijo Miranda, mirando al, hasta entonces, callado funcionario.
-No le han examinado todavía – dijo el funcionario.
-¡Un momento! – dije – Entonces … ¿por qué me habéis llamado a mí?
-Porque sabemos quién es – dijo Miranda, hurtándome la mirada.
-¿Y por qué no me lo has dicho antes?
-Es el marido de la mujer de la limpieza del edificio donde está tu despacho – dijo Miranda haciendo un gesto al funcionario para que cerrara el cajón.
-¡Me cago en …! ¡¿A qué ha venido toda esta … comedia … macabra?! – grité a Miranda.
-Vamos a tomar un café – dijo Miranda, saliendo a grandes zancadas, seguido de Silvia.

Delante de un carajillo, Miranda de un copazo de coñac y Silvia de una botellita de agua mineral, esperé a que a Miranda le diera la gana explicarme aquello, aunque no hiciera falta porque estaba bastante claro.

-Confieso que era para ver cómo reaccionabas. Por eso no hay caso – dijo, al fin.

Me aguanté, con mucho esfuerzo, las ganas de darle dos … bofetadas y mandarle a hacer puñetas que me salían en forma de humo por las orejas y traté de averiguar algo más.

-Pero, ¿por qué yo? – dije, aparentemente calmado.
-Porque tu despacho está allí – dijo, encogiéndose de hombros.
-Y, ¿cómo sabéis que es el marido de la mujer de la limpieza, si dices que apareció desnudo y, por tanto, sin documentación? – pregunté.
-Por casualidad. La mujer denunció su desaparición y cuando apareció este cuerpo, la llamamos y lo identificó – dijo Miranda.
-¿Y el tatuaje? – pregunté.
-No tiene importancia – contestó Miranda.
-Pero … pudo ser … asesinado – dije.
-No creo – respondió lacónico.
-¿Por? – seguí.
-Estaba en tratamiento psiquiátrico. Caso cerrado – dijo.
-¿Y el punto en que se … tiró, las ropas, sus cosas? – insistí.
-Ya aparecerán. Anda, déjalo ya, ¿vale? – concluyó, haciendo al camarero de la cafetería del Anatómico Forense el gesto de que anotase aquellas consumiciones y saliendo a la calle seguido de cerca por Silvia.

Como no me quedé muy tranquilo, decidí hacer algunas averiguaciones por mi cuenta. Entretanto, Halien me tenía reservada otra desagradable sorpresa en el correo electrónico cuando entré a Internet en el despacho:

“Estoy harto de que no me hagáis ni caso. Voy a matar al primer pringao de “Psikys” que se me cruce por delante, y me voy a ir a Barakaldo, a ver si así os puteo de una vez por todas.
La guerra es la madre de la ciencia y del progreso social.
Halien”.

Llamé a la trabajadora social del centro de salud de zona y me dijo que hacía dos días que había perdido la pista de José Miguel (Halien), pero que no estaba preocupada porque había pasado otras veces y luego había vuelto.
Sí, había pasado otras veces, muchas veces, demasiadas veces … Pero aquella vez … algo en mi deteriorada neurona no me daba muy buena espina que dijéramos.

Puse la tele y el tiempo anunciaba una entrada masiva de chubascos por el norte.

© Javier Auserd.

Con la venia, Señoría.

Con la venia, Señoría.

Aventuras Caseras Asociadas (A.C.ASO.), presenta: Cap. V.

¡Pobre Vladimir y pobres amigos rusos, y Borys, que se tiraron varias semanas intentando templarle para que no me matara muy despacio! Y luego, de postre, a los que se le ocurriera. Fueron unos días intensos y terribles en los que nunca he estado más cerca de San Isidro (es que mi madre paga lápida familiar allí, aunque le tengo dicho que me pilla un poco a trasmano y no tengo prisa).
Reconozco que me pasé un poco con él y me la jugué bastante con aquél truco barato de convencer a Borys para que le pusiera el contenido de una jeringuilla con un fortísimo laxante en la sopa de verduras que tomamos de primero y media más en el rabo de toro del segundo plato. El resto fue una actuación bastante mala por mi parte, pero tan efectiva que me dejó boquiabierto. Por cierto que, ¡pa’ haberle matao! … y viceversa.
Naturalmente, le hice llegar mis disculpas, mezcladas, eso sí, con un porcentaje de misterio esotérico suficiente como para no descubrir por completo la trama. Sin embargo, no estoy nada orgulloso de este caso que digamos, aunque los resultados fueran buenos, porque puse en peligro a mucha gente luego (Jesús María José y Aliona incluidos) y terminó bien de pura chorra. Eso no es profesional y no debe hacerse. Hay que estrujarse más la gorra, planificarlo todo mejor y no lanzarse a la desesperada. Otra cosa es que, después de eso, la cosa salga manga por hombro.
En fin, mucho rollo pero la próxima vez estaba seguro que actuaría de forma parecida porque no se pueden evitar determinados errores adquiridos. Es como conducir un coche: uno va recopilando una colección de tontas manías equivocadas que no suelen tener mayor importancia hasta que, por culpa de una de ellas, te das el castañazo. Nada, que no escarmentamos. Yo por lo menos.

Es este oficio un poco circense que yo tengo, un aspecto importante lo ocupa el aburrido y tedioso tema judicial centrado casi por completo en las declaraciones periciales sobre tal o cual caso en el que has intervenido y luego te llaman. A mí me da cien patadas declarar, la verdad, porque, además, te tienes que disfrazar por si las moscas sin que se note demasiado, claro. Yo suelo trabajar con una amiga abogada bastante maja y competente que tiene la mala leche suficiente como para que no la vacilen lo más mínimo ni en sala ni fuera de ella. Y os aseguro que no es nada fácil, porque hay cada tiparraco en ese mundillo que te quedas alucinado y te dan ganas, a veces, de sacar la pipa de repuesto y liar una masacre allí mismo, eso sí, en defensa propia. ¡Menos mal que, al final, se impone la cordura! Se llama Raquel (la abogada … y también la cordura).

-Con la venia, Señoría, el planteamiento de la contraparte es kafkiano …
-Hable bien, señora letrada, no voy a tolerar escatologías en mi sala.
-Señorita, Señoría.
-¡¿Me está llamando “señorita”?!
-No, Señoría, le estoy diciendo que soy señorita letrada y no “señora” letrada.
-Bueno, bueno, continúe, pero no vuelva a faltar al respeto.
-Con la venia, Señoría, y con el debido respeto, he aludido a un planteamiento “kafkiano”, Señoría, que no es algo malsonante, sino relativo a Frank Kafka, escritor checo ...
-¡Un momento!, un momento. Ese señor no está citado como testigo, la prueba es que no ha pedido usted un intérprete por ser sueco, como acaba usted de aseverar.
-Frank Kafka está muerto, Señoría.
-¡Acabáramos, señora … señorita letrada esto es un caso civil y no penal! ¡No estamos viendo un caso de homicidio! ¡Le recuerdo que éste es un caso de divorcio! ¡Le tengo que pedir, encarecidamente, que se centre usted en los hechos y que se atenga a ellos! ¡No es un tema penal, ni siquiera de extranjería! ¡Aun en el supuesto de que ese señor … kurdo estuviera vivo y hubiera querido usted que declarase, lo tendría usted que haber pedido en el momento procesal oportuno! Pero no lo ha hecho y ahora no puede hacerlo … ¡máxime cuando resulta que está muerto! Continúe, por favor.
-(¡¡Aaggg, yo le mato!!) Con la venia, Señoría …
-La tiene, la tiene, continúe, que no tenemos toda la mañana.
-Con la … Como iba diciendo, ¡Señoría!, el planteamiento de mi colega es … eeeehh … esto … inverosímil. Sí, eso es, inverosímil. ¡Completamente in-ve-ro-sí-mil! ¡Increíble, fantástico, estrambótico, desorbitado, lunático, chiflado, loco! … (“kafkiano”). Porque lo que la parte demandante pretende …
-¡Señora letrada, no pierda la compostura o me veré obligado a procesarla por desobediencia! ¡Y no me grite! ¡En “mi” juzgado el único que puede gritar soy yo, y no tolero insolencias de ningún tipo! ¡Y no me vuelva a nombrar a ese … individuo ya muerto, que en paz descanse, Fanta, Calpa, Salka, Panda o … como se llame o llamaba, porque no hace al caso! Céntrese y prosiga con el debido respeto y vaya terminando, que no tenemos todo el día.

Afortunadamente para el común de los mortales, no hay jueces tan, vamos a decirlo así, “despistados” en ninguna parte del mundo y mucho menos por estos lares. La secuencia anterior es una versión dramatizada, rodada por especialistas, para resaltar algunas de las vicisitudes (y esta es jocosilla, pero la inmensa mayoría suelen ser terribles) por las que tienen que atravesar los profesionales del Derecho todos los días.
Me cuenta mi amiga Raquel que lo más habitual de su profesión es que, después de medio desenredar y traducir al cristiano la intrincada madeja que te pone el cliente encima de la mesa, interpretes lo que quiere y lo que le conviene, lo vuelvas a traducir todo al lenguaje jurídico en un documento, después de mil quebraderos de cabeza, recovecos y consideraciones, lo dejes por imposible (porque si no se lía más y es peor), lo imprimas y se lo des al procurador para que lo lleve al juzgado correspondiente. Luego, cuando ya casi te habías olvidado y andabas en otros temas, te llega la citación para la vista oral donde lo que más te pone de los nervios son los nervios de los clientes y los tiempos muertos que se pasan esperando para entrar en la sala del juicio, que fluctúan entre una y dos horas, y durante los cuales no sabes cómo ponerte ni de qué hablar que no hayas hablado ya y se ensayan millones de posiciones gesto-corporales, a cual más exótica, buscando cierta simplicidad ergonomía imposible de conseguir. Una vez dentro de la sala, tras los típicos bailes situacionales de rigor y de las múltiples recolocaciones de sillas, carteras, papeles y togas, los nervios desaparecen y ya sólo tienes que estar atento a las “cosillas” del juez y su secretario, de que el auxiliar se haya confundido lo menos posible y de por dónde vaya a salir tu colega, su procurador, el tuyo, tu cliente y el suyo. Eso sin mencionar la actualización permanente que tienes que tener sobre las más de cincuenta mil leyes (más reglamentos, ordenes ministeriales, instrucciones, manías, usos y costumbres de cada juzgado) en vigor desbrozando las que se han aprobado, derogado o modificado, total o parcialmente, y las que te anuncian, anticipan y confunden varias veces de varias formas diferentes los siempre simpáticos y empáticos medios de comunicación. Todo ello gracias a la maravillosa técnica legislativa española que te desarrolla un procedimiento de adopción de menores en la disposición adicional duodécima bis, apartado 12, punto h) del Texto Refundido de una Ley reguladora del Aprovechamiento Energético de las Berenjenas Azules para Biomasa en Época de Sequía Aguda del Pantano de la Ensenada … pongamos por caso.

¡Ah, qué maravilla debe ser el lujo de la simplicidad! Yo, después de declarar como perito en un juicio, me suelo tomar un wisky con Raquel en Ambigú, al lado de las Salesas. Ella se toma una tila con menta poleo y, como le digo con un poco de sorna:

-¡Pero, hija mía, anímate y tómate otro como yo, mujer, que parece que vienes de un entierro!
-Ojalá fuera del suyo, Martín. Yo le mato, te juro que un día le mato. Es que este juez me saca de mis casillas. Mira que intento pasar de él, pero me tiene enfilada y un día voy a tener que matarle en defensa propia. Cuando ocurra, llamas a Ortiz Andancio que estos casos de enajenación se le dan de maravilla y luego me internáis en un psiquiátrico una buena temporada para una cura de nervios, ¿vale?
-Palabrita del Niño Jesús, Raquel. Pero tú no te preocupes que no llegará la sangre al río, mujer.
-Al río no sé, Martín, pero a la fuente seca esa de la entrada, te digo yo que llega como me siga tocando este tío y tocando … ¡ya sabes lo que me toca!
-Bueno, bueno, Raquel, que tu eres una chica y una profesional de la abogacía muy educada y equilibrada, hombre. ¡Olvídate ya de ese … mastuerzo!

Ese día comí con Ana en el Pereira, que la acababan de publicar una antología y quería darme con ella en las narices, además de quejarse de las malas notas de Alba y de las últimas trastadas de Rodrigo. Y me dio. Menos mal que, aunque no era en el reservado de Charli, la comida y el vino también fueron espléndidos. Incluso Ana, a pesar de haberme dado en las narices con su antología, estaba de buen humor y yo añoré su preciosa sonrisa, añoré los viejos tiempos hasta el punto de intentar volver a hacer las paces.

© Javier Auserd.

A cubierto.

A cubierto.

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Aventuras Caseras Asociadas (A.C.ASO.) presenta: Cap.IV. 

Era un buen marrón y, al mismo tiempo, un reto interesante, sin duda suicida, el que Chus me planteaba. Lo peor de todo era que no tenía ni idea de por dónde empezar ni de cómo seguir, aunque sí me temía cómo y dónde iba a terminar. En cualquier caso, siempre podía renunciar o encasquetárselo a un colega y salvar el pellejo, pero eran las hipótesis menos probables debido a un patológico y maldito sentido del honor procedente de alguno de mis estrafalarios y nada pragmáticos antepasados, no sabía cual de ellos y mejor que, para tranquilidad de su memoria, siguiera sin saberlo.

Chus me había dado todos los datos que sabía y yo los amplié por mi cuenta a través de mis contactos y colaboradores, pero cuanta más información conseguía, más negro pintaba el tema.

Uno de los detalles que me llamó la atención era que le gustaba la comida ucraniana. Yo tenía un conocido ucraniano, Borys, que se vino a España y montó un restaurante en el barrio, muy cerca de aquí, en la calle Huertas.
Entonces se me ocurrió que podía envenenarle la comida, pero me pareció bastante drástico. Antes debería intentarlo por las buenas.

Mientras preparaba la entrevista con Vladimir, que es como se llama el ruso, Halien, mi amigo esquizofrénico, seguía haciendo de las suyas mandando mensajes apocalípticos y poniéndome los nervios de punta:

Sólo allí, ha conocido el hombre la felicidad. En la fuerza bruta, en la violencia abierta y limpia, en la selección natural, en la Ley del más fuerte, en el pasado, está el futuro de la Humanidad. Porque los árboles no nos dejan ver el bosque y la mentira que se esconde es la peor mentira posible, hay que volver a la guerra limpia, pura, sin piedad, sin misericordia, pero también sin trampa ni cartón. ¿De qué nos sirve llamarnos civilizados si no lo somos? ¿Es civilizado mantener miles de guerras locales contra la población civil más indefensa en lugar de otra gran guerra declarada y honesta? ¿Es civilizado matar niños con vacunas en mal estado y medicamentos caducados o directamente venenosos? ¿Es civilizado matar de hambre a miles de refugiados concentrados en conejeras? En una guerra abierta todo el mundo sabe a qué atenerse y saca lo mejor o lo peor que tiene dentro. Deberíamos hacer manifestaciones a favor de la guerra en lugar de en contra de ella. La guerra purifica y abre la puerta hacia la muerte, dulce y liberadora, hacia el paraíso universal de la ausencia de sufrimiento. La guerra es explosión y caos, es belleza estética y destrucción maravillosa. La guerra es limpia, la guerra es humana … la guerra es bella. Yo no la veré porque me voy a tirar desde la azotea del edificio más alto después de llevarme a alguna trucha por delante, pero cuando al fin se imponga la cordura de la guerra se verá que la guerra es hermosa y pura y  que yo tenía razón.
Halien”.

Hablé con Alicia, la trabajadora social del centro Centro, le pasé el mensaje impreso y le pedí, por favor, que fuera con alguien a verle y a hablar con él y también le comenté la posibilidad de que convencieran a la psiquiatra para que le aumentara la dosis y le controlaran las tomas porque si no, íbamos a tener una desgracia irreparable cualquier día. Pero no pude dedicarle más tiempo, estaba a tope con varios asuntos y sobre todo con el tema de Chus, su novia rusa Aliona y su ex-novio ruso (de ella), Vladimir.

Tenía que tratar de impresionar a Vladimir, aunque sabía que eso era prácticamente imposible, de modo que, después de muchas vueltas se me ocurrió hacer que había llevado a la práctica la idea, descabellada y desechada por absurda, de montar una empresa de operaciones especiales y, para empezar la casa por el tejado, diseñé una chiflada y estrambótica tarjeta de visita que dijera algo así como:

Martín Gala Tea
SeLogED (Seguridad Logística de Estrategias Digitales)
Director Gerente

martingalatea@hotmail.com                     666555444

Otro de los puntos débiles de Vladimir, que aún no sabía cómo utilizar, era su alto grado de superstición religiosa, que junto a su machismo y a su locura formaban un coctel explosivo muy potente que no atemperaba el hecho de estar él en un país extranjero porque era un tipo al que le daba igual ocho que ochenta y dónde estuviera o dejara de estar, pues venía rebotado (aparte de Rusia y de varias ex-Repúblicas soviéticas) de Alemania, de Bulgaria, de Francia y de Marbella donde había preparado escándalos suficientes como para tenerle unos años (pocos, eso sí) entre rejas, de los que se había librado milagrosamente en el último momento, lo que me hacía intuir la típica y manida sospecha de que hubiera colaborado con el K.G.B., ahora F.S.B.

Preparando mi entrevista con Vladimir, especialmente el momento, lugar y forma de abordarle, me surgió uno de tantos imprevistos de los que nos asaltan constantemente en la vida diaria. Venía de hablar con Chus sobre cómo había conocido a Aliona y hasta dónde estaba dispuesto a llegar con ella cuando, de una tienda, salió un chaval corriendo y me empujó contra unos cubos de basura que estaban en la acera. Me levanté en el momento en que el tendero, vecino y amigo mío, salía por la puerta con la cara llena de sangre. Me acerqué a preguntarle y a limpiar la sangre con un pañuelo para ver si tenía alguna herida profunda y me contó que aquél raterillo le acababa de atracar y, de propina, por tener poco en la caja le había lanzado un tajo a la cara con la navaja que llevaba. Mientras le terminaba de limpiar les recordé a sus familiares, que estaban dentro, que llamaran al 112 para que mandaran una ambulancia del SAMUR y avisaran a la policía, como era habitual. Parecía un corte superficial en una ceja, más escandaloso que grave, pero era mejor que lo vieran los sanitarios y se asegurasen. Era el pan nuestro de cada día y me temía que lo siguiera siendo per secula seculorum. Lo que pasa es que los críos eran cada vez más pequeños y era una vergüenza que no se tomaran medidas de todo tipo más adecuadas. Acompañé al hombre todo el rato hasta que llegó el SAMUR. Le curaron bien, le pusieron una inmunoglobulina antitetánica por si las moscas, le hicieron un parte de lesiones y se lo dieron. La policía le tomó los datos para la denuncia allí mismo, como favor personal, aunque tendría que pasarse por la comisaría a firmarla cuando se le pasara el susto. El hombre estaba bastante entero y acostumbrado pero también le preocupaba que el mocoso fuera como su nieto de diez años. Le trajeron un cafelito del bar de al lado y a mí un carajillo y estuvimos charlando de todo un poco.
Cuando llegué a mi despacho, me relaje un momento poniendo a la Creedende en el ordenador y dejé la mente en blanco antes de entrar de lleno en la forma de entrar a Vladimir.

Como “mi buen Vladimir” era todo un energúmeno, tenía que ablandarle algo de alguna manera, aunque en principio parecía imposible. Entonces me vino a la cabeza el pinchazo de la inyección antitetánica que le habían puesto a mi amigo Felix, el tendero y se me ocurrió uno de mis numeritos de circo que si salía bien, todos tan contentos (incluido Vladimir), pero si salía mal, qué cabreo iban a pillar mis herederos, por las deudas, aunque siempre podían acudir al “beneficio de inventario” y tal y cual, lo que no dejaba de suponer papelotes desagradables.

Lo bueno, o lo malo, de tener todo tipo de amigos es que, si bien normalmente te meten en apuros, a veces te sacan de ellos. Después de hablar con Cheroky (el del cajero de hace poco), me quedó bastante claro el tipo de jeringuilla que tenía que usar, mejor dicho, su contenido. Hice unas cuantas llamadas y entrevistas más y aquella noche cené mucho más tranquilo. Por lo menos, la alea estaba jacta. O eso me creía yo.

La noche de la entrevista estaba nervioso. Eran tantas las cosas que podían salir mal que me tranquilicé pensando que la que se considera peor de todas me rondaba siempre en mi trabajo, aunque la peor de verdad es Hacienda y de esa no nos libra a los autónomos ni la Caridad (mi amiga la del bar).
Había lanzado al vuelo, a través de amigos rusos que le conocían, la posibilidad de cenar donde mi amigo ucraniano y Vladimir, después de muchas revisiones del local y de hablar con Borys varias veces, como era de esperar, aceptó, lo que ya no era tan de esperar pero me venía de perlas.
Me llevé a Emiliano que, aunque esta vez desarmado, era cinturón negro de kárate y menos da una piedra. Después de los saludos de rigor y las miradas desconfiadas a lo Tarantino, nos sentamos a la mesa de un reservado y entró en materia a lo bestia, sin más preámbulos, inquiriéndome oficialmente el objeto de mi invitación a cenar y charlar, objeto que ya imaginaba y sabía de sobra. Eso, antes de los aperitivos.

-Pues verás, Vladimir, tengo un amigo que pretende … a tu ex-novia Aliona.
-¿Pretende? – dijo con fuerte acento eslavo.
-Del verbo pretender. Significa …
-Sé lo que significa, Martin – me llamaba Martin, sin tilde, como en inglés.
-Pues entonces, Vladimir … ese es el objeto … de esta … charla.

Se quedó un rato mirándome muy fijo a la cara como intentando traspasar la fina piel que separaba mi cerebro de su mirada y también pensando si romperme la cabeza directamente o primero romperme la nariz para que sangrara.

-Vamos a cenar – dijo al fin, ante mi alivio y la decepción de Emiliano y del guardaespaldas de Vladimir.

Comimos y bebimos todos durante un buen rato sin mediar palabra (debo decir que Vladimir devoraba y engullía, como un gorrino, sin masticar) y a eso del final del segundo plato empecé a notarle un poco más raro de lo que ya era.

-¿De modo que … "pretende"? – repitió arrastrando mucho las erres con un acento mezcla de ruso y de mafioso francés.
-Sí – respondí, sencillamente.

Entonces, se inclinó sobre la mesa como si fuera a caer de bruces contra los platos, pero se contuvo a medio camino, aunque se llevó una mano al estómago como si le doliera mucho.

-Si … - iba a añadir algo, pero no terminó la frase.
-Vladimir – le dije con voz profunda aprovechando su sopor y sus retortijones – He hablado con un brujo muy poderoso y me ha dado un conjuro – y mientras lo decía, vertí unas gotas de agua en su postre – para que ardas en los infiernos si no dejas en paz a Aliona. Firma este papel y te doy agua bendita para anular los efectos del conjuro.

En cuanto su gorila se abalanzó sobre mí, le advertí que peligraba el antídoto y el propio Vladimir lo entendió bien porque le indicó por señas que se retirara. Con los ojos extraviados y amago de convulsiones (lo que me preocupó bastante, al principio), garabateó el papel que le puse delante, le di un frasquito con agua de Lozoya (osease, del grifo) que se zampó como un poseso y salimos zumbando Emiliano y yo de allí para ponernos a cubierto cuanto antes. El potente laxante iba a hacer su efecto y no quería estar cerca cuando empezara.

© Javier Auserd.

Los pies en la tierra.

Los pies en la tierra.

La rendición de Breda, 1.634. Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1.599-1.660).

Aventuras Caseras Asociadas (A.C.ASO.), presenta: Cap. III

La pequeña operación, relativamente fácil, que tuvimos que montar en el tema de Charli contra Lutecio me hizo pensar que, cuando hacía falta, formábamos un equipo, y un equipo bastante aceptable, por cierto. ¿Por qué no estructurarlo mejor y ampliar el negocio?, ¿por qué no montar una empresa de seguridad?, ¿por qué no montar una empresa que mandara mercenarios a Irak y comprara Piraña IV8x8 para labores de escolta?
Para, para, para. Echa el freno, Magdaleno. Anda, anda, no alucines, que tú no tomas nada como para eso. Deja de montarte el cuento de la lechera, que ya sabes cómo acaba. Una cosa es que eches mano de los muchachos en un momento dado y funcionen muy bien y otra muy distinta es que montes un chiringuito y te crezcan los enanos, que sería lo más fácil que te ocurriera. De modo que, tranquilízate. Tú, al tran tran y al vino, vino, que luego pasa lo que pasa, ¡si es que vas como loco!
Y así fue como, en diez segundos, se perdió el mundo un millonario … o un parado sin paro, porque los autónomos ya se sabe: mucho rollo y mucho bla, bla, bla, de que ya, pero, de momento … un saco de cemento. Ahora dicen que en 2.009 y luego que en 2.012 y así sucesivamente y si llega nos costará el otro ojo de la cara y … no es por nada (que me disimulen los de la ONCE), pero sería yo el primer detective ciego de la era moderna, no como en el Siglo de Oro que los había a porrillo y más listos que el hambre. Ahora la burocracia … Pero bueno, que no, que no es plan, ¿vale?

Total, que me apuntaron el carajillo y me volví al despacho a colocar papelotes. Me picaban los ojos de la sequía porque llevamos un otoño y lo que va de invierno más secos que la momia de Nefertiti y me dolían las piernas cosa mala por culpa del hielo y de la contaminación pero no se desplaza ni de coña el anticiclón de las Azores aquél famoso. Tan enfrascado caminaba pensando en mis cosas y con la guardia al garete (lo que es muy peligroso en este oficio) que, de golpe, al doblar una esquina (es un decir) tropecé con alguien que me llamó por mi nombre:

-¡Pero, hombre, Martín, cómo vas tan despistado!
-¡Hombre, Chus, cómo tú por estos barrios! ¡Te invito a un tinto! - Y entramos en La Urraca.

Se llama Jesús María José de San Antonio y Cifuentes de la Alborada, marqués de Hierbabuena y es amigo de Charli y mío. A veces, incluso, creo que si un día me hundo de una vez por todas, él me consigue una portería. ¡Ah, no, que eso era antes! Bueno, pues … ¡una media pensión … con derecho a cocina!

-Y, ¿qué te cuentas, hombre? ¡Anda que no te vendes caro, macho! – le dije.
-¡Pues anda que tú, que ya no quieres nada con los pobres! – me dijo sarcástico, porque esa frase era una de mis favoritas.
-Bueno, hombre, bueno. Y ¿qué te trae por aquí?
-Pues nada, que me ha dicho Charli que estás hecho un lince y me he dicho: “¡Chus, eso hay que ir a verlo!”.
-¡No me jodas, Chus, hombre! ¿No me digas que te ha pasado algo parecido?
-¡No, no! ¿Por quién me tomas?
-…
-Bueno … no “exactamente”.
-Pero “un poco” parecido, ¿verdad?
-…
-¿Verdad, Chus?
-Hombre … según se mire.
-¡Chus, hombre! ¡Que eras el más listo de la panda!
-Sí, “era” …
-Bueno, hombre. Todo tiene remedio … “en nuestra muerte, amén”. ¿Te acuerdas?
-No sé, no sé, Martín. Esto es muy grave.
-Bueno, bueno. Cuenta, hijo, cuenta.
-Me acuso, padre, de haber pecado …
-¿Sí? … Sigue, sigue, hijo.
-Aquí no. Vamos a mi estudio. Ya sabes que es aquí al lado.

Pagó los tintos con aperitivo y, en un momento, estábamos sentados en un cómodo y carísimo sofá italiano tomando ahora un rioja con aceitunas en el magnífico salón de su estudio.

-Ya sabes que me vuelven loco las mujeres.
-¡Toma! ¿Y a quién no?
-¡A Charli!, por ejemplo.
-Bueno, sí. Se me olvidaba.
-Pues nada que … he conocido a una que …
-Te está sacando hasta el alma.
-¡El alma es lo primero que te sacan! … ¡Si sólo fuera eso!
-…
-… Y se ha metido en un lío por culpa de su ex.
-Bueno … eso parece fácil.
-Sí, “parece”. Su ex es ruso.
-¿Ruso?
-Sí.
-Pero ¿ruso, ruso?
-Ruso.
-¿Muy ruso?
-El típico ruso loco de una mafia rusa loca, chiflado, vodkadicto y peligrosísimo. Le da igual ocho que ochenta. Le da igual matar que morir. Está loco.
-Ya. Pues … encantado de haberle conocido, señor mío. Gracias por los vinos … y tal y tal.
-Tienes que ayudarme.
-No, tengo que irme.
-¿Vas a dejarme colgado?
-Sí. De un tomillo.
-En serio, Martín, tienes que ayudarme.
-¡Y tan en serio, Chus, que voy a salir corriendo y no me vas a ver más el poco pelo que me queda!
-¿Me dejas en la estacada?
-¡Qué jodío! “¿Me das el estacazo?”.
-Si no me ayudas soy tío muerto.
-Iré a tu funeral.
-Pero, ¡es tu trabajo!
-¡¿Suicidarme?! ¡No, gracias, ese no es mi trabajo! Mira, Chus, no tengo nada contra los rusos, pero sí contra los mafiosos rusos locos. Los mafiosos rusos locos no son rusos, pero sí locos. Les da igual todo, tu mismo lo has dicho. Hasta los mafiosos albano- kosovares sólo te matan y ya está. Algunos narcos colombianos primero te matan y luego te cortan los genitales. Pero los mafiosos locos rusos (que, recuerda, no son rusos) ¡lo hacen al revés! Capicci?
-¡Voy a pagarte!
-¡No si me matan!
-Está bien, entonces … adiós.

Hubo una pausa dramática durante la cual la misma luz que inspiraba a Velázquez, colándose por el enorme ventanal del salón del estudio de Chus, inundó con más fuerza el escenario de mis últimas horas sobre la faz de la Tierra.

-¡Bueeeno! … Haré lo que pueda. ¡Pero no puedo garantizarte nada, ¿eh?!
-¡Gracias! ¡Eres un amigo!
-¡Soy un gilipollas!

(¿Continuará?)

© Javier Auserd.

Redes sociales.

Redes sociales.

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Aventuras Caseras Asociadas (A.C.ASO.), presenta: Cap.II


Y con estos y otros agradables pensamientos, me quedé dormido sobre la mesa del despacho en una posición de semidecúbito prono de lo más incómoda.

Al despertar, la cruda realidad se me vino encima de golpe, en concreto sobre la cabeza, el cuello, los hombros y los riñones. Y, aunque me desperecé todo lo que pude, no conseguí algo de alivio hasta después del desayuno con paracetamol que me tomé en el bar de la esquina, casándome, constantemente, en Siberia, según mi ya aburrida costumbre. Antes había entrado en los abandonados y cochambrosos servicios de la planta del edificio del despacho, me lavé las manos y la cara, me peiné los cuatro pelos mal contados con los dedos mojados y mi sempiterna y práctica mala barba de diez días me evitaba el tedioso ejercicio del afeitado. Al salir, farfullé una nueva excusa por no haber pagado e hice sinceros propósitos de pagarle pronto el alquiler al administrador con el que me crucé en el pasillo, mientras le regateaba. Luego me fui al bar a desayunar.
Así que, saliendo del bar, chasqueé el cuello unas cuantas veces y me largué pitando para la Comisaría donde no sólo me conocían de sobra sino que estaban aburridos y hartos de verme pulular como Pedro por su casa. Entré en el despacho del comisario (no Miranda, sino Ortega) y le tiré a la mesa el sobre con el dinero y una nota explicativa que había redactado anoche, antes de quedarme frito como un ceporro sobre la mesa. Ahora ya sólo me quedaba el problema de pillar a mi cliente en un renuncio, lo del suicida del mensaje de Internet y tres o cuatro casos menores bastante empantanados.
Crucé la calle y chispeaba lo que aproveché para peinarme un poco mejor y alisar mis ropas arrugadas. Me tomé un carajillo donde la Loles, que fue a engrosar la cuenta anual, le mangué un gratuito a Genaro, el quiosquero, para que me pudiera gritar, como siempre, que cualquier día me iba a dar tres bofetadas por tirarle unas revistas y hacerle salir a colocarlas. “Así estiras las piernas” le decía yo a mala leche, porque era parapléjico. Ya no llovía. Ahora hacía frío y me dolían las articulaciones, sobre todo las de las piernas: castigo divino por reírme del Gena. Recordé que me había invitado Charli a comer y eso me alegró algo el día, porque Charli tenía buen gusto para la mesa, para la conversación y, además, tenía dinero, justo lo que yo no tenía. Lo malo es que me tiraba los tejos y yo no me dejaba, de momento. ¡Porca miseria!
Mientras hacía tiempo volví a llamar a Halien que seguía teniendo el móvil apagado o fuera de cobertura. No era extraño en él, pero me seguía teniendo en ascuas porque cualquier día era capaz de ejecutar su amenazas, hasta entonces, incumplidas, de matar a alguien o suicidarse o primero una cosa y luego la otra.

Nos vimos en el Pereira. Como siempre, me hizo esperar un buen rato porque a Charli le gustaba hacerse de rogar, pero no me importó, él pagaría los vermouths con unas anchoas y unos boquerones en vinagre excelentes con los que me entretuve esperando.
Al fin apareció con su sonrisita de niño malcriado y su chaleco de fotógrafo de guerra, repartiendo afables y simpáticos saluditos entre la concurrencia. Pasamos directamente al reservado permanente que mantenía allí Charli, atacamos los entrantes de jamón de Guijuelo, lomo, chorizo, croquetas y calamares y luego ya vino una sopita castellana. Después de las tonterías de rigor, Charli, que estaba preocupado, entró en materia.

-Verás, resulta que me registré en Facebook y empecé a enredar buscando a los antiguos compañeros de colegio. Y di con varios.
-Ah, pues muy bien, ¿no?
-No.
-¿Y eso?

Terminamos la sopa castellana y nos trajeron el solomillo de ternera a la pimienta, que estaba para chuparse los dedos (y a fe que fue lo que hice).

-Pues, uno de ellos es ahora un drogadicto que está en la cárcel por matar a su madre. Otro es un esquizofrénico que cuando deja de tomarse la medicación se pone agresivo e intenta matar a cualquiera. Y el tercero …
-¿Sí?
-El tercero es un mafioso que quiere que trabaje para él … después de “limpiarme” todo. Comprends vous?
-Parfaitement, mon ami.
-Pues eso.
-¿Y?
-Quiero que le … persuadas.
-¡Ja, ja, ja! ¡Qué fino!
-Calla, hombre. No seas bestia.
-¡Si es que …! Si es que eres un cachondo. De manera que llego … y le “persuado”. Así, como si nada.
-No, hombre. Ya me figuro que tendrás que trazar un plan.
-Sí. Desde luego: terminar el postre y salir pitando de aquí, antes de que “tu amigo” me haga picadillo “gratis” por intentar “persuadirle”.
-Ya veo que no me quieres ayudar.
-No es eso, hombre, digo … Charli. No te pongas así, anda. Ya se me ocurrirá algo. Pero nada de “persuasión”, ¿entendido?
-Bueno, va. Pero me tienes que sacar de este embrollo. Vamos a tomar un irlandés al Ateneo.
-Sus ordenes.

Al salir de la cafetería del Ateneo me subí dando una vuelta hasta Antón Martín. Fui a sacar algo a un cajero por donde no me pasaba hacía unos meses y me di un susto de muerte: aquello parecía una cola de atracadores. Estaban los camellos del barrio y parte de los yonkis que, por razones de trabajo, me conocían casi todos. Supuse que los directores de las sucursales de la zona estarían frotándose las manos por el nuevo “nicho empresarial” aparecido como por arte de magia y explotado con estricta y acogedora “mentalidad profesional”.

-¿Pasa, tron? ¿A sacar unos bonis, no? Pasa, pasa, que te dejamos.
-No, no, Cheroky, no, de eso nada. Yo ya me iba, tron. He pasado sólo … a saludaros, ¿vale? Y ya veo que estáis dabuten. Bueno, agur, ¿eh?
-(¿A saludarnos?, ¡qué detalle!). Adiós, tron. Tú te lo pierdes. Ten cuidadito. ¡Juah, juah, juah!
-(¡No te jode, que pase!, ¡ni que fuera gilipollas!).

Pero aquello me dio una idea para abordar a los matones que molestaban a Charli. Eché mis redes, llamé a mis contactos y conseguí una cita con el antiguo compañero de colegio que extorsionaba a Charli por enredar en la Web 2.0. Cuando supe el sitio y conseguí localizar dónde iríamos después, hablé con mis “fontaneros” y les pedí un trabajito altamente cualificado. Desde luego pagaría Charli. Preparé un escrito, quedé con Emiliano y el martes por la noche fuimos a la plaza. Allí estaba Lanún, como se hacía llamar el tipo, rodeado por cuatro gorilas. Nos hicieron dar unas vueltas de mosqueo y llegamos a su local supuestamente secreto. Por el camino nos cruzamos con el jefe de los fonta, que me hizo una seña disimulada y eso me tranquilizó porque nos jugábamos la piel en el lance. Abrió uno de los matones y nos hicieron pasar primero. Eso podía dar al traste con todo el plan. Así que, frente a la segunda puerta, me hice el propósito de no cruzarla antes, así me acribillaran.

-Pasa, pasa – dijo Lanún.
-Después de usted – contesté cortésmente.
-De eso nada, pardillo. Entra ahora mismo, te digo.
-Por nada del mundo, don Ludecio. Sería lo último que hiciera.

Hubo un silencio denso y casi macabro que se podía cortar con un cuchillo. Aquél hampón de tres al cuarto me taladraba con su mirada y se iniciaron gestos que presagiaban un verdadero baño de sangre. Pero al final cedió, puso la mano izquierda en el pomo de la puerta, giró y empujó.
Entonces todo fue muy rápido, porque nada más tocar el pomo, se produjeron unas chispas y Ludecio se convulsionó espasmódicamente en todas direcciones, lo que me permitió golpearle el brazo para que soltara el pomo y cogerle por detrás haciéndole una llave mientras Emiliano apuntaba a los gorilas con su Mágnum 435.

-Pase, pase – le dije mientras le hacía entrar en su despacho – Ahora me va a firmar este documento en el que reconoce haber amenazado y extorsionado a mi cliente y que renuncia a hacerlo por motivos cívicos en prueba de buena voluntad o de lo contrario él le denunciará. Confidencialmente, tengo que añadir que, como ha podido comprobar, mi cliente está bien “cubierto” y la próxima vez … no habrá próxima vez, capicci?

Asintió con la cara más blanca que un papel en blanco tratando de controlar las convulsiones que aún le sacudían de cuando en cuando, firmó el documento, le puse el sello de su empresa de importación exportación y, con él por delante, salimos Emiliano y yo sin dar la espalda a sus esbirros a los que se les apreciaba muchas ganas de actuar para justificar lo que cobraban. Cuando llegamos al coche en marcha donde nos esperaba el Loco al volante, tiramos a Lanún sobre sus guardaespaldas y salimos pitando.

Sabía que aquello era papel mojado, pero esperaba haberle dado el susto suficiente. Esperé unos días antes de hablar con Charli durante los cuales mi red de colaboradores le seguía discretamente a todas partes y luego fui bajando gradualmente los controles hasta dejarlos en los habituales sin que hubiera movimiento alguno por parte de Lanún y sus secuaces.
En esos días también había localizado a Halien y me había asegurado de que tomaba su medicación y de que estaba más tranquilo. Había hecho averiguaciones sobre el cliente que me hizo seguir al sospechoso que apuñalaron en el callejón de la cervecería Santa Bárbara, me convencí de que lo había mandado matar él a mis espaldas y me enteré de que era amiguito de Miranda. Le llamé al despacho, le dije que dejaba el caso, que era más amplio, me pagó lo que me debía hasta el momento y le advertí que esos métodos no me gustaban y que no quería volver a verle por allí o sabría lo que era tener problemas.
Por fin, quedé a comer con Charli en el reservado del Pereira y le conté, sin muchos detalles, cómo había ido su tema. La comida fue, como siempre, excelente y terminé diciéndole:

-Y, a partir de ahora, estate quietecito y deja en paz esas … “redes sociales” tan de moda: MySpace, FaceBook, LechesEnVinagre, LosTresCerditos, Twitter,  You Tube, MecachisEnLaMar, etc., etc. Se llamen cómo se llamen, ¿de acuerdo? No vuelvas a destapar ninguna “Caja de Pandora”, ¿vale? Ah, y … invítame a un irlandés, anda, que estoy seco.

© Javier Auserd.

Albricias.

Albricias.

Aventuras Caseras Asociadas (A.C.ASO.) presenta: Cap.I 

Lo rescaté de la carpeta del correo basura, lo leí, cogí la gabardina y salí corriendo a la calle, mojada y navideña. No sabía si podría llegar a tiempo, pero tenía que intentarlo, el mensaje, por desgracia, era muy claro:

“No hay nada que nos alegre más a los llamados seres humanos que las desdichas ajenas. ¿Significa esto que somos monstruos abominables? No. Al menos, no todos … de todo … siempre. Es, por otro lado, conocido que nuestra maldad no es infinita (ni siquiera inconmensurable), aunque sólo fuera porque no podemos abarcarla toda. Como, a pesar de lo que nos han enseñado, el mal no puede tener un origen único, habrá que concluir, por tanto (a pesar de que la disquisición debiera haber sido muchísimo más larga, pero no me apetece), que el origen del mal es vírico y se propaga por el aire.
Ahora que la violencia vuelve a imponerse con fuerza en todo el mundo y volvemos a los tiempos en que todo se impondrá violentamente por la fuerza, parece claro que retrocedemos y retrocedemos y retrocederemos hasta las cavernas, donde, al fin, obtendremos una justicia mejor.
Halien”.

Lo malo de un detective, para él, es que lo es a tiempo completo. No puede decir: “Trabajo de tal a tal y de tal a cual ya no soy detective”.
Me llamo Martín Gala Tea y soy detective. Ni que decir tiene que mi verdadero nombre es mucho más bonito y original, pero éste, a modo de chaleco antibalas, me protege de las, en mi oficio, tan temibles y peligrosas indiscreciones. Soy detective y disfruto (o sufro), debido a mi profesión, innumerables aventuras que me dispongo a narrar (mas debéis disculpar la evidente torpeza de mi estilo, pues no soy escritor) como un ejercicio de tipo … terapéutico. Eso es, terapéutico. ¡Ah! ¿lo veis?: ya me siento mejor. Me dispongo a narrar, decía, las aventuras mencionadas. No esperéis que mis aventuras sean trepidantes como las que salen en las películas americanas o interesantes, como en las británicas, ni picantes, como en las italianas o españolas, ni psicológicas, como en las suecas y argentinas, pero tampoco, espero, tan aburridas como las francesas o alemanas. En fin, ya sé que son tópicos y estereotipos, que no debería emplear si no quiero quedar fatal, pero lo cierto es que no me importa tanto quedar bien como que alguien me entienda. ¿Capicci? Pues eso.
El otro día, sin ir más lejos, estaba esperando en una esquina la salida de un portal de un sospechoso cuando se me acerca una señora con un perrito y me dice:

-Haga usted el favor de quitarse de esa esquina, que es de mi perrito.
-¿Cómo dice? – le pregunté asombrado.
-¡Que se quite, leches!

Me quité más que nada para no llamar la atención, ni un montar un número, ni formar un escándalo que perjudicaran mi trabajo y, para premiarme, cuando terminó su perrito, la señora me dedicó un amable: “¡Gilipollas!”. ¡Qué le vamos a hacer, la gente (como el fútbol y muchas otras cosas de este mundo) es así! Total que, estaba yo esperando la salida del sospechoso (¡y sin fumar!, que tiene más mérito todavía) cuando, de repente, sale el individuo con unas gafas de sol mirando a todos lados y se dirige a la cercana boca de metro. Sospechoso, muy sospechoso. Me pongo en marcha detrás suyo y, aunque por poco me la pego bajando las escaleras, consigo no perderle y entro en el coche, abarrotado a aquellas horas, pisándole los talones. Voy repartiendo miradas asesinas disuasorias a diestro y siniestro, como es lógico y normal para no levantar mosqueos y tratar de disuadir a rateros y violadores y el tío lo mismo, igual que la mayoría del vagón, de modo que no se cosca. Sale el menda (que, por cierto, lleva un libro en una mano en lugar del As; ¡sospechoso, muy sospechoso!), se lanza desesperado por los pasillos, sube las escaleras, pim, pam, pim pam y sale a Alonso Martínez. ¡Me caso en Siberia!, ¡me estoy meando, hay unos urinarios cojonudos enfrente del metro y no me puedo meter porque el tipo sigue a toda velocidad y no me puedo arriesgar a perderle porque en este caso sí que me han dado un pequeño anticipo! Bueno pues, el hombre sigue corre que te corre y se mete en la Santa Bárbara. ¡Menos mal! Bajo a los servicios y casi me la pego en las escaleras, meo, subo y ¡zas!, ¡había desaparecido! ¡Me caso en Siberia! Pero ¡¿cómo es posible?! Entonces pensé que me había tomado el pelo y salí por la puerta trasera al callejón, después de atravesar, completamente sordo a los insultos, la cocina. Llegué con apenas tiempo para ver cómo huía el mocoso de aspecto magrebí por la estrecha salida hacia la plaza. Y mi hombre estaba allí, tendido, en el suelo en medio de un charco de sangre que iba aumentando y disolviéndose en los charcos de lluvia. Me agaché y hurgué en el bolsillo izquierdo de su chaqueta. Saqué el sobre que seguía allí, recogí el libro que estaba mojándose en el suelo, cerca de su mano y los guardé muy deprisa justo antes de aparecer mi ex–colega, el comisario Miranda, avisado por alguien que, desde luego, sabía muy bien de qué iba el tema.

-¡Hombre, Mar, ¿cómo tú por aquí esta vez?! ¡Te estás haciendo viejo!, ¡¿eh?!
-Y tú sordo, Mira, … mira que eres tonto.
-Bueno va. Dámelo.
-¿Qué quieres que te de, un puñetazo?
-No me vaciles, Mar, dame lo que le has cogido.
-No he cogido nada.
-¡Vamos, vamos, vamos! Sería la primera vez que no coges nada.
-¡Ah, vaya! ¡El señorito está mosqueado! ¿Tienes una orden judicial? ¿Me acusas de algo? Tengo mi licencia en orden y no pienso ayudarte. ¡Esta vez no! ¡¿De acuerdo?! Así es que hasta luego, “cocodrilo”. ¡Que te den … una tila!

Y llevándome los dedos a la sien, volví a entrar a la cocina, la atravesé de nuevo, crucé el restaurante, recorrí la cervecería con paso firme y salí a la calle tan campante.

Pero iba enfadado. ¿Qué significaba eso de que maten a tu sospechoso delante de tus narices? ¿Tu cliente te la ha jugado contratando a un asesino por detrás? ¿El sospechoso tenía tantos enemigos que uno de ellos se ha decidido justo cuando tu le sigues? ¿Ha sido el atraco fallido, puramente casual, de un raterillo? ¡Qui lo sa! Para mi compadre Emiliano la casualidad no existe. Sin embargo, yo creo que sí existe, lo que hace todo mucho más complicado.

Después de muchas vueltas y revueltas para asegurarme bien de que no me siguen, llego al despacho con un bocadillo por toda cena. Reviso mi botín y ¡albricias!, lo que ya sabía: el sobre estaba lleno de dinero. No podía quedármelo, claro está, era una trampa para pardillos demasiado evidente. Ya vería qué hacer. En cuanto al libro, eso sí voy a quedármelo porque no creo que lo reclame nadie, por desgracia, dado nuestro cangrejil nivel nacional de afición a la lectura. A ver, qué tenemos aquí … ¡Hombre! si es “El buscón”, de Quevedo. ¡Anda que no hace! Y también hace mucho que no voy por Segovia. Llamaré a mi amigo Frutos y que me invite en Cándido. ¡Qué buen día, después de todo, menos para el muerto, claro! ¡Si es que no hay como un poco de acción para mantenerse en forma! Aunque … igual tiene algo de razón el cocodrilo de Mira. Desde luego los años no perdonan y hoy he notado más de un pinchazo por aquí cuando corría. En fin, nada que no pueda arreglar un buen cochinillo con un buen vino en Segovia.

© Javier Auserd.