Con la venia, Señoría.
Aventuras Caseras Asociadas (A.C.ASO.), presenta: Cap. V.
¡Pobre Vladimir y pobres amigos rusos, y Borys, que se tiraron varias semanas intentando templarle para que no me matara muy despacio! Y luego, de postre, a los que se le ocurriera. Fueron unos días intensos y terribles en los que nunca he estado más cerca de San Isidro (es que mi madre paga lápida familiar allí, aunque le tengo dicho que me pilla un poco a trasmano y no tengo prisa).
Reconozco que me pasé un poco con él y me la jugué bastante con aquél truco barato de convencer a Borys para que le pusiera el contenido de una jeringuilla con un fortísimo laxante en la sopa de verduras que tomamos de primero y media más en el rabo de toro del segundo plato. El resto fue una actuación bastante mala por mi parte, pero tan efectiva que me dejó boquiabierto. Por cierto que, ¡pa’ haberle matao! … y viceversa.
Naturalmente, le hice llegar mis disculpas, mezcladas, eso sí, con un porcentaje de misterio esotérico suficiente como para no descubrir por completo la trama. Sin embargo, no estoy nada orgulloso de este caso que digamos, aunque los resultados fueran buenos, porque puse en peligro a mucha gente luego (Jesús María José y Aliona incluidos) y terminó bien de pura chorra. Eso no es profesional y no debe hacerse. Hay que estrujarse más la gorra, planificarlo todo mejor y no lanzarse a la desesperada. Otra cosa es que, después de eso, la cosa salga manga por hombro.
En fin, mucho rollo pero la próxima vez estaba seguro que actuaría de forma parecida porque no se pueden evitar determinados errores adquiridos. Es como conducir un coche: uno va recopilando una colección de tontas manías equivocadas que no suelen tener mayor importancia hasta que, por culpa de una de ellas, te das el castañazo. Nada, que no escarmentamos. Yo por lo menos.
Es este oficio un poco circense que yo tengo, un aspecto importante lo ocupa el aburrido y tedioso tema judicial centrado casi por completo en las declaraciones periciales sobre tal o cual caso en el que has intervenido y luego te llaman. A mí me da cien patadas declarar, la verdad, porque, además, te tienes que disfrazar por si las moscas sin que se note demasiado, claro. Yo suelo trabajar con una amiga abogada bastante maja y competente que tiene la mala leche suficiente como para que no la vacilen lo más mínimo ni en sala ni fuera de ella. Y os aseguro que no es nada fácil, porque hay cada tiparraco en ese mundillo que te quedas alucinado y te dan ganas, a veces, de sacar la pipa de repuesto y liar una masacre allí mismo, eso sí, en defensa propia. ¡Menos mal que, al final, se impone la cordura! Se llama Raquel (la abogada … y también la cordura).
-Con la venia, Señoría, el planteamiento de la contraparte es kafkiano …
-Hable bien, señora letrada, no voy a tolerar escatologías en mi sala.
-Señorita, Señoría.
-¡¿Me está llamando “señorita”?!
-No, Señoría, le estoy diciendo que soy señorita letrada y no “señora” letrada.
-Bueno, bueno, continúe, pero no vuelva a faltar al respeto.
-Con la venia, Señoría, y con el debido respeto, he aludido a un planteamiento “kafkiano”, Señoría, que no es algo malsonante, sino relativo a Frank Kafka, escritor checo ...
-¡Un momento!, un momento. Ese señor no está citado como testigo, la prueba es que no ha pedido usted un intérprete por ser sueco, como acaba usted de aseverar.
-Frank Kafka está muerto, Señoría.
-¡Acabáramos, señora … señorita letrada esto es un caso civil y no penal! ¡No estamos viendo un caso de homicidio! ¡Le recuerdo que éste es un caso de divorcio! ¡Le tengo que pedir, encarecidamente, que se centre usted en los hechos y que se atenga a ellos! ¡No es un tema penal, ni siquiera de extranjería! ¡Aun en el supuesto de que ese señor … kurdo estuviera vivo y hubiera querido usted que declarase, lo tendría usted que haber pedido en el momento procesal oportuno! Pero no lo ha hecho y ahora no puede hacerlo … ¡máxime cuando resulta que está muerto! Continúe, por favor.
-(¡¡Aaggg, yo le mato!!) Con la venia, Señoría …
-La tiene, la tiene, continúe, que no tenemos toda la mañana.
-Con la … Como iba diciendo, ¡Señoría!, el planteamiento de mi colega es … eeeehh … esto … inverosímil. Sí, eso es, inverosímil. ¡Completamente in-ve-ro-sí-mil! ¡Increíble, fantástico, estrambótico, desorbitado, lunático, chiflado, loco! … (“kafkiano”). Porque lo que la parte demandante pretende …
-¡Señora letrada, no pierda la compostura o me veré obligado a procesarla por desobediencia! ¡Y no me grite! ¡En “mi” juzgado el único que puede gritar soy yo, y no tolero insolencias de ningún tipo! ¡Y no me vuelva a nombrar a ese … individuo ya muerto, que en paz descanse, Fanta, Calpa, Salka, Panda o … como se llame o llamaba, porque no hace al caso! Céntrese y prosiga con el debido respeto y vaya terminando, que no tenemos todo el día.
Afortunadamente para el común de los mortales, no hay jueces tan, vamos a decirlo así, “despistados” en ninguna parte del mundo y mucho menos por estos lares. La secuencia anterior es una versión dramatizada, rodada por especialistas, para resaltar algunas de las vicisitudes (y esta es jocosilla, pero la inmensa mayoría suelen ser terribles) por las que tienen que atravesar los profesionales del Derecho todos los días.
Me cuenta mi amiga Raquel que lo más habitual de su profesión es que, después de medio desenredar y traducir al cristiano la intrincada madeja que te pone el cliente encima de la mesa, interpretes lo que quiere y lo que le conviene, lo vuelvas a traducir todo al lenguaje jurídico en un documento, después de mil quebraderos de cabeza, recovecos y consideraciones, lo dejes por imposible (porque si no se lía más y es peor), lo imprimas y se lo des al procurador para que lo lleve al juzgado correspondiente. Luego, cuando ya casi te habías olvidado y andabas en otros temas, te llega la citación para la vista oral donde lo que más te pone de los nervios son los nervios de los clientes y los tiempos muertos que se pasan esperando para entrar en la sala del juicio, que fluctúan entre una y dos horas, y durante los cuales no sabes cómo ponerte ni de qué hablar que no hayas hablado ya y se ensayan millones de posiciones gesto-corporales, a cual más exótica, buscando cierta simplicidad ergonomía imposible de conseguir. Una vez dentro de la sala, tras los típicos bailes situacionales de rigor y de las múltiples recolocaciones de sillas, carteras, papeles y togas, los nervios desaparecen y ya sólo tienes que estar atento a las “cosillas” del juez y su secretario, de que el auxiliar se haya confundido lo menos posible y de por dónde vaya a salir tu colega, su procurador, el tuyo, tu cliente y el suyo. Eso sin mencionar la actualización permanente que tienes que tener sobre las más de cincuenta mil leyes (más reglamentos, ordenes ministeriales, instrucciones, manías, usos y costumbres de cada juzgado) en vigor desbrozando las que se han aprobado, derogado o modificado, total o parcialmente, y las que te anuncian, anticipan y confunden varias veces de varias formas diferentes los siempre simpáticos y empáticos medios de comunicación. Todo ello gracias a la maravillosa técnica legislativa española que te desarrolla un procedimiento de adopción de menores en la disposición adicional duodécima bis, apartado 12, punto h) del Texto Refundido de una Ley reguladora del Aprovechamiento Energético de las Berenjenas Azules para Biomasa en Época de Sequía Aguda del Pantano de la Ensenada … pongamos por caso.
¡Ah, qué maravilla debe ser el lujo de la simplicidad! Yo, después de declarar como perito en un juicio, me suelo tomar un wisky con Raquel en Ambigú, al lado de las Salesas. Ella se toma una tila con menta poleo y, como le digo con un poco de sorna:
-¡Pero, hija mía, anímate y tómate otro como yo, mujer, que parece que vienes de un entierro!
-Ojalá fuera del suyo, Martín. Yo le mato, te juro que un día le mato. Es que este juez me saca de mis casillas. Mira que intento pasar de él, pero me tiene enfilada y un día voy a tener que matarle en defensa propia. Cuando ocurra, llamas a Ortiz Andancio que estos casos de enajenación se le dan de maravilla y luego me internáis en un psiquiátrico una buena temporada para una cura de nervios, ¿vale?
-Palabrita del Niño Jesús, Raquel. Pero tú no te preocupes que no llegará la sangre al río, mujer.
-Al río no sé, Martín, pero a la fuente seca esa de la entrada, te digo yo que llega como me siga tocando este tío y tocando … ¡ya sabes lo que me toca!
-Bueno, bueno, Raquel, que tu eres una chica y una profesional de la abogacía muy educada y equilibrada, hombre. ¡Olvídate ya de ese … mastuerzo!
Ese día comí con Ana en el Pereira, que la acababan de publicar una antología y quería darme con ella en las narices, además de quejarse de las malas notas de Alba y de las últimas trastadas de Rodrigo. Y me dio. Menos mal que, aunque no era en el reservado de Charli, la comida y el vino también fueron espléndidos. Incluso Ana, a pesar de haberme dado en las narices con su antología, estaba de buen humor y yo añoré su preciosa sonrisa, añoré los viejos tiempos hasta el punto de intentar volver a hacer las paces.
© Javier Auserd.
4 comentarios
Dinosaurio -
Mela, gracias, se lo diré a Raquel, porque, como sabes, la gente no se lo cree hasta que no lo ve y hay anécdotas tan increíbles, que da vergüenza ajena contar y encima hay que suavizarlas.
Abrazos.
Furgo -
Seguimos para bingo.!
Un abrazón, compañero.
Mela -
A la letrada, si llega el caso, la ayudo yo. ¡Qué juez!
Beso.
Sakkarah -
Me gusta mucho, además lleva tu gransentido del humor.
Un beso.