Albricias.
Aventuras Caseras Asociadas (A.C.ASO.) presenta: Cap.I
Lo rescaté de la carpeta del correo basura, lo leí, cogí la gabardina y salí corriendo a la calle, mojada y navideña. No sabía si podría llegar a tiempo, pero tenía que intentarlo, el mensaje, por desgracia, era muy claro:
“No hay nada que nos alegre más a los llamados seres humanos que las desdichas ajenas. ¿Significa esto que somos monstruos abominables? No. Al menos, no todos … de todo … siempre. Es, por otro lado, conocido que nuestra maldad no es infinita (ni siquiera inconmensurable), aunque sólo fuera porque no podemos abarcarla toda. Como, a pesar de lo que nos han enseñado, el mal no puede tener un origen único, habrá que concluir, por tanto (a pesar de que la disquisición debiera haber sido muchísimo más larga, pero no me apetece), que el origen del mal es vírico y se propaga por el aire.
Ahora que la violencia vuelve a imponerse con fuerza en todo el mundo y volvemos a los tiempos en que todo se impondrá violentamente por la fuerza, parece claro que retrocedemos y retrocedemos y retrocederemos hasta las cavernas, donde, al fin, obtendremos una justicia mejor.
Halien”.
Lo malo de un detective, para él, es que lo es a tiempo completo. No puede decir: “Trabajo de tal a tal y de tal a cual ya no soy detective”.
Me llamo Martín Gala Tea y soy detective. Ni que decir tiene que mi verdadero nombre es mucho más bonito y original, pero éste, a modo de chaleco antibalas, me protege de las, en mi oficio, tan temibles y peligrosas indiscreciones. Soy detective y disfruto (o sufro), debido a mi profesión, innumerables aventuras que me dispongo a narrar (mas debéis disculpar la evidente torpeza de mi estilo, pues no soy escritor) como un ejercicio de tipo … terapéutico. Eso es, terapéutico. ¡Ah! ¿lo veis?: ya me siento mejor. Me dispongo a narrar, decía, las aventuras mencionadas. No esperéis que mis aventuras sean trepidantes como las que salen en las películas americanas o interesantes, como en las británicas, ni picantes, como en las italianas o españolas, ni psicológicas, como en las suecas y argentinas, pero tampoco, espero, tan aburridas como las francesas o alemanas. En fin, ya sé que son tópicos y estereotipos, que no debería emplear si no quiero quedar fatal, pero lo cierto es que no me importa tanto quedar bien como que alguien me entienda. ¿Capicci? Pues eso.
El otro día, sin ir más lejos, estaba esperando en una esquina la salida de un portal de un sospechoso cuando se me acerca una señora con un perrito y me dice:
-Haga usted el favor de quitarse de esa esquina, que es de mi perrito.
-¿Cómo dice? – le pregunté asombrado.
-¡Que se quite, leches!
Me quité más que nada para no llamar la atención, ni un montar un número, ni formar un escándalo que perjudicaran mi trabajo y, para premiarme, cuando terminó su perrito, la señora me dedicó un amable: “¡Gilipollas!”. ¡Qué le vamos a hacer, la gente (como el fútbol y muchas otras cosas de este mundo) es así! Total que, estaba yo esperando la salida del sospechoso (¡y sin fumar!, que tiene más mérito todavía) cuando, de repente, sale el individuo con unas gafas de sol mirando a todos lados y se dirige a la cercana boca de metro. Sospechoso, muy sospechoso. Me pongo en marcha detrás suyo y, aunque por poco me la pego bajando las escaleras, consigo no perderle y entro en el coche, abarrotado a aquellas horas, pisándole los talones. Voy repartiendo miradas asesinas disuasorias a diestro y siniestro, como es lógico y normal para no levantar mosqueos y tratar de disuadir a rateros y violadores y el tío lo mismo, igual que la mayoría del vagón, de modo que no se cosca. Sale el menda (que, por cierto, lleva un libro en una mano en lugar del As; ¡sospechoso, muy sospechoso!), se lanza desesperado por los pasillos, sube las escaleras, pim, pam, pim pam y sale a Alonso Martínez. ¡Me caso en Siberia!, ¡me estoy meando, hay unos urinarios cojonudos enfrente del metro y no me puedo meter porque el tipo sigue a toda velocidad y no me puedo arriesgar a perderle porque en este caso sí que me han dado un pequeño anticipo! Bueno pues, el hombre sigue corre que te corre y se mete en la Santa Bárbara. ¡Menos mal! Bajo a los servicios y casi me la pego en las escaleras, meo, subo y ¡zas!, ¡había desaparecido! ¡Me caso en Siberia! Pero ¡¿cómo es posible?! Entonces pensé que me había tomado el pelo y salí por la puerta trasera al callejón, después de atravesar, completamente sordo a los insultos, la cocina. Llegué con apenas tiempo para ver cómo huía el mocoso de aspecto magrebí por la estrecha salida hacia la plaza. Y mi hombre estaba allí, tendido, en el suelo en medio de un charco de sangre que iba aumentando y disolviéndose en los charcos de lluvia. Me agaché y hurgué en el bolsillo izquierdo de su chaqueta. Saqué el sobre que seguía allí, recogí el libro que estaba mojándose en el suelo, cerca de su mano y los guardé muy deprisa justo antes de aparecer mi ex–colega, el comisario Miranda, avisado por alguien que, desde luego, sabía muy bien de qué iba el tema.
-¡Hombre, Mar, ¿cómo tú por aquí esta vez?! ¡Te estás haciendo viejo!, ¡¿eh?!
-Y tú sordo, Mira, … mira que eres tonto.
-Bueno va. Dámelo.
-¿Qué quieres que te de, un puñetazo?
-No me vaciles, Mar, dame lo que le has cogido.
-No he cogido nada.
-¡Vamos, vamos, vamos! Sería la primera vez que no coges nada.
-¡Ah, vaya! ¡El señorito está mosqueado! ¿Tienes una orden judicial? ¿Me acusas de algo? Tengo mi licencia en orden y no pienso ayudarte. ¡Esta vez no! ¡¿De acuerdo?! Así es que hasta luego, “cocodrilo”. ¡Que te den … una tila!
Y llevándome los dedos a la sien, volví a entrar a la cocina, la atravesé de nuevo, crucé el restaurante, recorrí la cervecería con paso firme y salí a la calle tan campante.
Pero iba enfadado. ¿Qué significaba eso de que maten a tu sospechoso delante de tus narices? ¿Tu cliente te la ha jugado contratando a un asesino por detrás? ¿El sospechoso tenía tantos enemigos que uno de ellos se ha decidido justo cuando tu le sigues? ¿Ha sido el atraco fallido, puramente casual, de un raterillo? ¡Qui lo sa! Para mi compadre Emiliano la casualidad no existe. Sin embargo, yo creo que sí existe, lo que hace todo mucho más complicado.
Después de muchas vueltas y revueltas para asegurarme bien de que no me siguen, llego al despacho con un bocadillo por toda cena. Reviso mi botín y ¡albricias!, lo que ya sabía: el sobre estaba lleno de dinero. No podía quedármelo, claro está, era una trampa para pardillos demasiado evidente. Ya vería qué hacer. En cuanto al libro, eso sí voy a quedármelo porque no creo que lo reclame nadie, por desgracia, dado nuestro cangrejil nivel nacional de afición a la lectura. A ver, qué tenemos aquí … ¡Hombre! si es “El buscón”, de Quevedo. ¡Anda que no hace! Y también hace mucho que no voy por Segovia. Llamaré a mi amigo Frutos y que me invite en Cándido. ¡Qué buen día, después de todo, menos para el muerto, claro! ¡Si es que no hay como un poco de acción para mantenerse en forma! Aunque … igual tiene algo de razón el cocodrilo de Mira. Desde luego los años no perdonan y hoy he notado más de un pinchazo por aquí cuando corría. En fin, nada que no pueda arreglar un buen cochinillo con un buen vino en Segovia.
© Javier Auserd.
5 comentarios
Dinosaurio -
Abrazos.
Furgo -
Buena parodia detectivesca.
Y sobre el texto inicial, sólo puedo decir que estoy de acuerdo totalmente.
Antes que malvivir en este mundo de fast food, macdonalds, telepizzas y burguers king, prefiero una regresión y que volvamos todos a ser tabernícolas.
Un abrazorro.
Hannah -
Un abrazo entrañable
Hannah
Trini -
Me gusta tu relato y espero la continuación de el.
Un fuerte abrazo Javier.
Sakkarah -
Un beso con cariño.