A cubierto.
Aventuras Caseras Asociadas (A.C.ASO.) presenta: Cap.IV.
Era un buen marrón y, al mismo tiempo, un reto interesante, sin duda suicida, el que Chus me planteaba. Lo peor de todo era que no tenía ni idea de por dónde empezar ni de cómo seguir, aunque sí me temía cómo y dónde iba a terminar. En cualquier caso, siempre podía renunciar o encasquetárselo a un colega y salvar el pellejo, pero eran las hipótesis menos probables debido a un patológico y maldito sentido del honor procedente de alguno de mis estrafalarios y nada pragmáticos antepasados, no sabía cual de ellos y mejor que, para tranquilidad de su memoria, siguiera sin saberlo.
Chus me había dado todos los datos que sabía y yo los amplié por mi cuenta a través de mis contactos y colaboradores, pero cuanta más información conseguía, más negro pintaba el tema.
Uno de los detalles que me llamó la atención era que le gustaba la comida ucraniana. Yo tenía un conocido ucraniano, Borys, que se vino a España y montó un restaurante en el barrio, muy cerca de aquí, en la calle Huertas.
Entonces se me ocurrió que podía envenenarle la comida, pero me pareció bastante drástico. Antes debería intentarlo por las buenas.
Mientras preparaba la entrevista con Vladimir, que es como se llama el ruso, Halien, mi amigo esquizofrénico, seguía haciendo de las suyas mandando mensajes apocalípticos y poniéndome los nervios de punta:
“Sólo allí, ha conocido el hombre la felicidad. En la fuerza bruta, en la violencia abierta y limpia, en la selección natural, en la Ley del más fuerte, en el pasado, está el futuro de la Humanidad. Porque los árboles no nos dejan ver el bosque y la mentira que se esconde es la peor mentira posible, hay que volver a la guerra limpia, pura, sin piedad, sin misericordia, pero también sin trampa ni cartón. ¿De qué nos sirve llamarnos civilizados si no lo somos? ¿Es civilizado mantener miles de guerras locales contra la población civil más indefensa en lugar de otra gran guerra declarada y honesta? ¿Es civilizado matar niños con vacunas en mal estado y medicamentos caducados o directamente venenosos? ¿Es civilizado matar de hambre a miles de refugiados concentrados en conejeras? En una guerra abierta todo el mundo sabe a qué atenerse y saca lo mejor o lo peor que tiene dentro. Deberíamos hacer manifestaciones a favor de la guerra en lugar de en contra de ella. La guerra purifica y abre la puerta hacia la muerte, dulce y liberadora, hacia el paraíso universal de la ausencia de sufrimiento. La guerra es explosión y caos, es belleza estética y destrucción maravillosa. La guerra es limpia, la guerra es humana … la guerra es bella. Yo no la veré porque me voy a tirar desde la azotea del edificio más alto después de llevarme a alguna trucha por delante, pero cuando al fin se imponga la cordura de la guerra se verá que la guerra es hermosa y pura y que yo tenía razón.
Halien”.
Hablé con Alicia, la trabajadora social del centro Centro, le pasé el mensaje impreso y le pedí, por favor, que fuera con alguien a verle y a hablar con él y también le comenté la posibilidad de que convencieran a la psiquiatra para que le aumentara la dosis y le controlaran las tomas porque si no, íbamos a tener una desgracia irreparable cualquier día. Pero no pude dedicarle más tiempo, estaba a tope con varios asuntos y sobre todo con el tema de Chus, su novia rusa Aliona y su ex-novio ruso (de ella), Vladimir.
Tenía que tratar de impresionar a Vladimir, aunque sabía que eso era prácticamente imposible, de modo que, después de muchas vueltas se me ocurrió hacer que había llevado a la práctica la idea, descabellada y desechada por absurda, de montar una empresa de operaciones especiales y, para empezar la casa por el tejado, diseñé una chiflada y estrambótica tarjeta de visita que dijera algo así como:
Martín Gala Tea
SeLogED (Seguridad Logística de Estrategias Digitales)
Director Gerente
martingalatea@hotmail.com 666555444
Otro de los puntos débiles de Vladimir, que aún no sabía cómo utilizar, era su alto grado de superstición religiosa, que junto a su machismo y a su locura formaban un coctel explosivo muy potente que no atemperaba el hecho de estar él en un país extranjero porque era un tipo al que le daba igual ocho que ochenta y dónde estuviera o dejara de estar, pues venía rebotado (aparte de Rusia y de varias ex-Repúblicas soviéticas) de Alemania, de Bulgaria, de Francia y de Marbella donde había preparado escándalos suficientes como para tenerle unos años (pocos, eso sí) entre rejas, de los que se había librado milagrosamente en el último momento, lo que me hacía intuir la típica y manida sospecha de que hubiera colaborado con el K.G.B., ahora F.S.B.
Preparando mi entrevista con Vladimir, especialmente el momento, lugar y forma de abordarle, me surgió uno de tantos imprevistos de los que nos asaltan constantemente en la vida diaria. Venía de hablar con Chus sobre cómo había conocido a Aliona y hasta dónde estaba dispuesto a llegar con ella cuando, de una tienda, salió un chaval corriendo y me empujó contra unos cubos de basura que estaban en la acera. Me levanté en el momento en que el tendero, vecino y amigo mío, salía por la puerta con la cara llena de sangre. Me acerqué a preguntarle y a limpiar la sangre con un pañuelo para ver si tenía alguna herida profunda y me contó que aquél raterillo le acababa de atracar y, de propina, por tener poco en la caja le había lanzado un tajo a la cara con la navaja que llevaba. Mientras le terminaba de limpiar les recordé a sus familiares, que estaban dentro, que llamaran al 112 para que mandaran una ambulancia del SAMUR y avisaran a la policía, como era habitual. Parecía un corte superficial en una ceja, más escandaloso que grave, pero era mejor que lo vieran los sanitarios y se asegurasen. Era el pan nuestro de cada día y me temía que lo siguiera siendo per secula seculorum. Lo que pasa es que los críos eran cada vez más pequeños y era una vergüenza que no se tomaran medidas de todo tipo más adecuadas. Acompañé al hombre todo el rato hasta que llegó el SAMUR. Le curaron bien, le pusieron una inmunoglobulina antitetánica por si las moscas, le hicieron un parte de lesiones y se lo dieron. La policía le tomó los datos para la denuncia allí mismo, como favor personal, aunque tendría que pasarse por la comisaría a firmarla cuando se le pasara el susto. El hombre estaba bastante entero y acostumbrado pero también le preocupaba que el mocoso fuera como su nieto de diez años. Le trajeron un cafelito del bar de al lado y a mí un carajillo y estuvimos charlando de todo un poco.
Cuando llegué a mi despacho, me relaje un momento poniendo a la Creedende en el ordenador y dejé la mente en blanco antes de entrar de lleno en la forma de entrar a Vladimir.
Como “mi buen Vladimir” era todo un energúmeno, tenía que ablandarle algo de alguna manera, aunque en principio parecía imposible. Entonces me vino a la cabeza el pinchazo de la inyección antitetánica que le habían puesto a mi amigo Felix, el tendero y se me ocurrió uno de mis numeritos de circo que si salía bien, todos tan contentos (incluido Vladimir), pero si salía mal, qué cabreo iban a pillar mis herederos, por las deudas, aunque siempre podían acudir al “beneficio de inventario” y tal y cual, lo que no dejaba de suponer papelotes desagradables.
Lo bueno, o lo malo, de tener todo tipo de amigos es que, si bien normalmente te meten en apuros, a veces te sacan de ellos. Después de hablar con Cheroky (el del cajero de hace poco), me quedó bastante claro el tipo de jeringuilla que tenía que usar, mejor dicho, su contenido. Hice unas cuantas llamadas y entrevistas más y aquella noche cené mucho más tranquilo. Por lo menos, la alea estaba jacta. O eso me creía yo.
La noche de la entrevista estaba nervioso. Eran tantas las cosas que podían salir mal que me tranquilicé pensando que la que se considera peor de todas me rondaba siempre en mi trabajo, aunque la peor de verdad es Hacienda y de esa no nos libra a los autónomos ni la Caridad (mi amiga la del bar).
Había lanzado al vuelo, a través de amigos rusos que le conocían, la posibilidad de cenar donde mi amigo ucraniano y Vladimir, después de muchas revisiones del local y de hablar con Borys varias veces, como era de esperar, aceptó, lo que ya no era tan de esperar pero me venía de perlas.
Me llevé a Emiliano que, aunque esta vez desarmado, era cinturón negro de kárate y menos da una piedra. Después de los saludos de rigor y las miradas desconfiadas a lo Tarantino, nos sentamos a la mesa de un reservado y entró en materia a lo bestia, sin más preámbulos, inquiriéndome oficialmente el objeto de mi invitación a cenar y charlar, objeto que ya imaginaba y sabía de sobra. Eso, antes de los aperitivos.
-Pues verás, Vladimir, tengo un amigo que pretende … a tu ex-novia Aliona.
-¿Pretende? – dijo con fuerte acento eslavo.
-Del verbo pretender. Significa …
-Sé lo que significa, Martin – me llamaba Martin, sin tilde, como en inglés.
-Pues entonces, Vladimir … ese es el objeto … de esta … charla.
Se quedó un rato mirándome muy fijo a la cara como intentando traspasar la fina piel que separaba mi cerebro de su mirada y también pensando si romperme la cabeza directamente o primero romperme la nariz para que sangrara.
-Vamos a cenar – dijo al fin, ante mi alivio y la decepción de Emiliano y del guardaespaldas de Vladimir.
Comimos y bebimos todos durante un buen rato sin mediar palabra (debo decir que Vladimir devoraba y engullía, como un gorrino, sin masticar) y a eso del final del segundo plato empecé a notarle un poco más raro de lo que ya era.
-¿De modo que … "pretende"? – repitió arrastrando mucho las erres con un acento mezcla de ruso y de mafioso francés.
-Sí – respondí, sencillamente.
Entonces, se inclinó sobre la mesa como si fuera a caer de bruces contra los platos, pero se contuvo a medio camino, aunque se llevó una mano al estómago como si le doliera mucho.
-Si … - iba a añadir algo, pero no terminó la frase.
-Vladimir – le dije con voz profunda aprovechando su sopor y sus retortijones – He hablado con un brujo muy poderoso y me ha dado un conjuro – y mientras lo decía, vertí unas gotas de agua en su postre – para que ardas en los infiernos si no dejas en paz a Aliona. Firma este papel y te doy agua bendita para anular los efectos del conjuro.
En cuanto su gorila se abalanzó sobre mí, le advertí que peligraba el antídoto y el propio Vladimir lo entendió bien porque le indicó por señas que se retirara. Con los ojos extraviados y amago de convulsiones (lo que me preocupó bastante, al principio), garabateó el papel que le puse delante, le di un frasquito con agua de Lozoya (osease, del grifo) que se zampó como un poseso y salimos zumbando Emiliano y yo de allí para ponernos a cubierto cuanto antes. El potente laxante iba a hacer su efecto y no quería estar cerca cuando empezara.
© Javier Auserd.
9 comentarios
Dinosaurio -
Abrazos a todos.
pau -
Un poco más y dejo la piel.
Mañana sigo.
Ktheryn -
lo que si digo es que si así eres de amigo no te imagino de enemigo. jajjajaja
Trini -
Que stress se vive con él mientras leemos sus aventuras.
Y además, tiene más suerte que un quebrado, todo le sale bien, a pesar de sus "chapuzas" :):):)
Me gusta tu relato, me parece magnifico.
Un abrazo
Hannah -
Un abrazo cariñoso.
Hannah
Jospin -
Furgo -
Venga, a seguir currándote el relato.
Un abrazorro.
Sakkarah -
Me ha gustado este relato, tienes mucha imaginación.
Un beso muy grande.
Respirando -
Beso, so persuasivo.