Chubascos por el norte.
© J. Whatmore
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Aventuras Caseras Asociadas (A.C.ASO.), presenta: Cap. VI.
A mí me gustaba mucho la lluvia, cuando llovía, a pesar de lo molesta que resultaba en las grandes ciudades y para el tráfico rodado y para la ropa tendida y los reumas, pero a mi me gustaba, la verdad, sentir la humedad relativa del aire, la frescura de su tacto en la cara, la sensación de respirar bien y de avanzar por un aire casi líquido … ¡Ah, qué tiempos aquellos! Y eso que, en mi oficio, el llamado mal tiempo es fatal.
Y, sin embargo, aunque ya no llueve como antes, de golpe y porrazo, entran chubascos por el norte y llega hasta aquí un temporal express que, mientras que antes duraba semanas, por lo menos una, ahora dura media hora y listo el bote. Menos da una piedra, pero yo creo que si los dioses no se hubieran vuelto tan democráticos y condescendientes con respecto a las oraciones mayoritarias de “buen tiempo” no tendríamos esta pertinaz sequía que ya les importa un pimiento hasta a los hombres del campo porque, con los hogares del jubilado y las excursiones a Torrevieja, Benidorm y termales, ya no siembran ni patatas para entretenerse en el jardincito de su adosado.
El caso es que me llamó Miranda para que me pasara por el depósito a ver un cuerpo que acababan de sacar del Manzanares (iba a decir del “río”) porque podía tener relación con alguno de mis asuntos. Entré, como siempre, por la puerta lateral, que da más directamente al cuarto de neveras y me encontré con Mira y su ayudante en el pasillo. Era una chica nueva (la ayudante) y se la veía nerviosa por tratar de caer bien a su jefe, lo que es normal con la que está cayendo en el mercado de trabajo en general. Le traía un café de la máquina y, aunque se estaba abrasando los dedos, aguantaba el tipo con heroísmo, movía el brebaje con el palito de plástico y le advertía que tuviera cuidado porque quemaba. Mira (Miranda), que sigue siendo un gilipollas, no le hizo caso, se quemó y tiró el vaso al suelo en medio de todo tipo de imprecaciones. La chica pidió disculpas, recogió el vaso y el palito y los echó a la papelera. Yo, conociendo a Miranda, me callé para no perjudicar a la muchacha. Entramos a las neveras, el funcionario abrió una al gesto del comisario y levantó la sábana. Era un hombre blanco de cincuenta y tantos, calvo y no me sonaba de nada.
-¿Estaba desnudo? – pregunté.
-Sí, completamente – dijo Miranda.
-Tal cual – añadió, con una vocecita, su joven ayudante.
-¿Y ese tatuaje? – pregunté.
-Puede ser de la mili – dijo Miranda.
-Es de un videojuego - dijo, con una vocecita, su joven ayudante.
-¡¿Qué?! – chilló Miranda.
-¿Reciente? – pregunté.
-¿El tatuaje? Aún no se sabe – dijo Miranda.
-El videojuego – aclaré, mirando a la chica.
-Tres años – dijo la joven policía.
-Entonces, no es de la mili – comenté, mientras Miranda me fulminaba con la mirada.
-Entonces, no le conocías – dijo Miranda, furioso.
-No. Pero me gustaría ver sus cosas: anillos, cadenas, pañuelo … Ya sabes – dije.
-No llevaba nada de nada – contestó la ayudante de Miranda.
-Pues entonces … - concluyó Miranda mientras se volvía hacia la salida.
-Un segundo, Miranda, … por favor, déjame ver una cosa – dije.
Di la vuelta al soporte, examiné también el brazo derecho del cadáver y pregunté a Silvia, que es como se llama la chica:
-¿Sabes si el videojuego ese, está comercializado en España?
-No. Ese videojuego no está comercializado. Es on line – dijo Silvia.
-Pues este hombre es … era español.
-¡No me digas!, ¡qué gran descubrimiento! – dijo Miranda.
-Hombre, podía ser inglés, alemán … ruso. Suele ser útil para saber por dónde empezar – dije.
-No hay nada por dónde empezar, ni por dónde seguir – dijo Miranda de forma brusca y desabrida – No hay caso. Se cayó al agua y se ahogó. Punto. Además, ¿cómo sabes que es español?
-Por la marca de la vacuna en el brazo derecho. Pero, ¿cómo que no hay caso?, ¿ya hay informe forense?, ¿sabes si ha sido estrangulado o golpeado antes de caer al agua o hay lesiones internas? … ¿o algo? – dije.
-No he leído nada ni creo que le hayan examinado los forenses – dijo Miranda, mirando al, hasta entonces, callado funcionario.
-No le han examinado todavía – dijo el funcionario.
-¡Un momento! – dije – Entonces … ¿por qué me habéis llamado a mí?
-Porque sabemos quién es – dijo Miranda, hurtándome la mirada.
-¿Y por qué no me lo has dicho antes?
-Es el marido de la mujer de la limpieza del edificio donde está tu despacho – dijo Miranda haciendo un gesto al funcionario para que cerrara el cajón.
-¡Me cago en …! ¡¿A qué ha venido toda esta … comedia … macabra?! – grité a Miranda.
-Vamos a tomar un café – dijo Miranda, saliendo a grandes zancadas, seguido de Silvia.
Delante de un carajillo, Miranda de un copazo de coñac y Silvia de una botellita de agua mineral, esperé a que a Miranda le diera la gana explicarme aquello, aunque no hiciera falta porque estaba bastante claro.
-Confieso que era para ver cómo reaccionabas. Por eso no hay caso – dijo, al fin.
Me aguanté, con mucho esfuerzo, las ganas de darle dos … bofetadas y mandarle a hacer puñetas que me salían en forma de humo por las orejas y traté de averiguar algo más.
-Pero, ¿por qué yo? – dije, aparentemente calmado.
-Porque tu despacho está allí – dijo, encogiéndose de hombros.
-Y, ¿cómo sabéis que es el marido de la mujer de la limpieza, si dices que apareció desnudo y, por tanto, sin documentación? – pregunté.
-Por casualidad. La mujer denunció su desaparición y cuando apareció este cuerpo, la llamamos y lo identificó – dijo Miranda.
-¿Y el tatuaje? – pregunté.
-No tiene importancia – contestó Miranda.
-Pero … pudo ser … asesinado – dije.
-No creo – respondió lacónico.
-¿Por? – seguí.
-Estaba en tratamiento psiquiátrico. Caso cerrado – dijo.
-¿Y el punto en que se … tiró, las ropas, sus cosas? – insistí.
-Ya aparecerán. Anda, déjalo ya, ¿vale? – concluyó, haciendo al camarero de la cafetería del Anatómico Forense el gesto de que anotase aquellas consumiciones y saliendo a la calle seguido de cerca por Silvia.
Como no me quedé muy tranquilo, decidí hacer algunas averiguaciones por mi cuenta. Entretanto, Halien me tenía reservada otra desagradable sorpresa en el correo electrónico cuando entré a Internet en el despacho:
“Estoy harto de que no me hagáis ni caso. Voy a matar al primer pringao de “Psikys” que se me cruce por delante, y me voy a ir a Barakaldo, a ver si así os puteo de una vez por todas.
La guerra es la madre de la ciencia y del progreso social.
Halien”.
Llamé a la trabajadora social del centro de salud de zona y me dijo que hacía dos días que había perdido la pista de José Miguel (Halien), pero que no estaba preocupada porque había pasado otras veces y luego había vuelto.
Sí, había pasado otras veces, muchas veces, demasiadas veces … Pero aquella vez … algo en mi deteriorada neurona no me daba muy buena espina que dijéramos.
Puse la tele y el tiempo anunciaba una entrada masiva de chubascos por el norte.
© Javier Auserd.
6 comentarios
Dinosaurio -
Furgo, tu anécdota es genial. Sin embargo, tu mujer fue muy realista ... pero se perdió las palomitas y tu Oscar al mejor guión.
Abrazos.
Furgo -
Esto me ha recordado una anécdota:
Hace 10 años escribí una novelita de unas 90 pags. y todo orgulloso, cuando la terminé le comenté a mi mujer, "oye, esta novela se podría perfectamente llevar al cine" Y ella me contestó, "cariño, mejor me la leo en casa, que en el cine hay poca luz."
Un abrazón.
Espartaco -
Trini -
Eres un artista
Un fuerte abrazo
Hannah -
Un abrazo
Hannah
Sakkarah -