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La cueva del dinosaurio

Envuelto para regalo (Epílogo).

Envuelto para regalo (Epílogo).

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Epílogo.
(Y colorín, colorado …).


Tras muchos días de pensar y pensar, terminó por abrirse paso en su dura cabezota lo que intuía desde un principio: tenía que volver a hablar con Clara.
No fue nada fácil, porque, indignado, había roto todos los puentes posibles. Tuvo que echar mano de amigos y compañeros comunes, tender redes, insinuar acercamientos, prometer calma, generar confianza, descartar venganzas, recomponer vías, sugerir consensos. Y, aún así, tuvo que aceptar la presencia de un mediador y esperar y esperar y esperar … la respuesta.
Era ya un abril cambiante, pero suave y espléndido, cuando le llegó la cita esperada. Estaba tan nervioso, que no comía, no dormía y, en el trabajo, no paraba de meter la pata hasta el extremo de que estuvo a punto de que le despidieran.
Esa tarde cambió el turno y, para hacer tiempo y desfogar sus nervios, se fue andando por el Paseo del Prado y subió por la Carrera de San Jerónimo hasta desembocar en la Plaza donde está la Cervecería Alemana, en la que habían quedado. No prestaba ninguna atención al tráfico y, por poco cruza más de un semáforo en rojo y casi le parten la cara por no poner atención y tropezarse con varios transeúntes. Con mucho esfuerzo y tratando de concentrarse al máximo para no tener más encontronazos peligrosos, llegó a la puerta de la Cafetería y, desde fuera, miró hacia el interior para ver si veía a Clara o a Jaime, el amigo que se había prestado a moderarles. Estaban los dos en una mesa del fondo. Entró, les saludó sin familiaridades, se sentó, pidió un café y esperó a que se lo trajeran mientras cambiaba unas breves impresiones con Jaime sobre el tiempo que hacía. Clara parecía bien, como siempre, tranquila, tostada (lo mismo había estado en Canarias o en la sierra) y sonreía levemente, mirando a Jaime, como si, después de saludarle, Adrián ya no existiera. 

-Bien – dijo Adrián y carraspeó – estamos aquí … - y se cortó antes de decir “reunidos” – porque … tengo algo que decirte, Clara.
-Soy toda oídos – contestó Clara, reprimiendo una carcajada.
“Mal empezamos”, pensó Adrián, mientras intentaba aparentar control – Ya sé que te dije muchas cosas, todas ellas muy extrañas, aquél día -. Se aclaró la garganta y prosiguió - No voy a minimizar mi … culpa o, mejor, mi responsabilidad por decir lo que dije, pero tengo que decir a mi favor que entendí mal una conversación privada y la apliqué a la situación tan … tan … extraña que estaba … que estábamos viviendo.
-Me han llegado rumores – ironizó Clara – y, francamente, me parecías más inteligente.
-Clara, por favor, no empecemos con “pullitas”.
-Vamos, vamos, Adrián – dijo Jaime -, no te enfades, que no es para tanto.
-Ya veo – comentó Adrián -. Bueno, ya sé que metí la pata en ese sentido. Y … en ese sentido … te pido disculpas.
-¡¿Cómo?! – exclamó Clara, triunfante, como si no hubiera oído bien.
-¡Lo que has oído! – casi gritó Adrián -. ¡Que te pido disculpas!
-¡No me grites, que no soy sorda!
-Tranquilos, tranquilos, calmaos – terció Jaime.
-Yo estoy muy tranquila. No soy yo la que me exalto.
-Vale, vale – sosegó Adrián -. Te pido disculpas, Clara. Confundí una conversación que comentaba un culebrón, una telenovela, con la realidad y te hice unas acusaciones que no … procedían. Pero, sin tratar de justificar mi falta de tacto, tengo que decir que las circunstancias eran … habían sido … lo suficientemente tensas y extrañas y … desquiciantes como para inducirme a aquél error, ¿no crees, Clara? – preguntó Adrián tratando de mirarla a los ojos.
-No sé, Adrián, no sé – dudó por primera vez Clara -. Me hiciste mucho daño aquella … maldita mañana. Me dijiste cosas horribles de las que yo no entendía nada. Estabas congestionado, olías que apestabas a … a choto …
-¡Claro, me había caído a un … charco inmundo, me habíais dado dos mantas cochambrosas! ¡¿Cómo quieres que oliera?! – interrumpió Adrián indignado.
-De acuerdo, de acuerdo y … lo siento. Ya te lo dije aquél mismo día. Siento haberte metido en aquello. Pero es que … me heriste mucho con aquellas frases … tan injustas e inexplicables.
-De acuerdo, Clara – convino Adrián -, pero ¿por qué me llevaste allí de aquella manera?, no lo entiendo. No puedo entender por qué no entramos por la puerta, por qué fuimos de noche, como ladrones y por qué me ocultaste que aquello era una dehesa y que no estaba abandonada, sino en plena actividad y que había gente, ¡mucha gente! … ¿Me lo puedes explicar … o decir …, Clara, por favor?
Clara dudó un momento y, pareció empezar a ser algo más vulnerable y humana – Sí, Adrián. Es verdad que te debo esa explicación, lo reconozco. Lo mismo que tú has reconocido tu confusión y que las frases espantosas que me dijiste aquel día fueron fruto de una confusión y … sí, vale, sí … y de las … circunstancias … Yo también te debo esa explicación. Verás, yo creí que te gustaban las aventuras y como … como escribías, pensé … pensé darte una aventura para que luego la escribieras.
-¡¿Qué?! – interrumpió Adrián - ¿Me estás diciendo que montaste todo aquél … numerito para … darme un argumento para … un relato? ¡Clara, por favor!
-Sí, Adrián, sí. No te lo creas si no quieres pero fue así.
-¿Y lo de las chicas … empleadas de tu tía, también era parte de tu … película?
-No, eso no. No. Por eso me costaba tanto entender lo que me decías. Que te hubiera metido en esa … aventura y estuvieras cabreado, lo entendía, pero del resto de lo que me contabas y acusabas … no entendía nada, Adrián. Alucinaba, ¿no lo comprendes?
-Sí, sí. Es posible. Tiene sentido. Ahora tiene cierto sentido. Bueno pues … No sé qué más queda por decir. Supongo que ya nada tiene arreglo.
-Yo me tengo que ir – comentó Jaime levantándose – Creo que vais a portaros bien en mi ausencia.
-Sí, sí, Jaime … Gracias por … acompañarnos, Jaime, gracias. Nos vemos, ¿vale? Yo también me voy … enseguida. No te preocupes – se levantó también Adrián.
-Bueno – añadió Adrián dirigiéndose a Clara – Yo me voy también, Clara – Se sentía agotado, como si hubiera corrido un maratón.
-Me hiciste mucho daño, Adrián – susurró Clara mirando al gin-tonic – Sí, sí. Vale, vale. No voy a empezar. Ya he reconocido yo también mi error. Pero nunca te había visto así, Adrián, y me dio algo de miedo. Nunca nadie me había hablado así. Ya sé que tu me llamabas caprichosa y consentida, incluso … niñata, pero en broma, Adrián, ¡en broma!
-Está dicho casi todo, Clara. Hay poco que añadir. O mucho … no sé.
-Y ahora, … ¿qué vamos a hacer?
-No sé, Clara, no lo sé. La vida es una mierda.
-La vida es … lo que hacemos los que estamos en ella.
-Siempre tienes que decir la última palabra, ¿verdad?
-Me han maleducado así.

Y, por primera vez en varios meses, sonrieron a un tiempo.


Fin (por fin).

Javier Auserd.

6 comentarios

VooDoo -

Me ha gustado mucho el relato...me he quedado con ganas de mas y me ha recordado lo idiotas que somos muchas veces...Felicidades y sigue así porque no soy de leer y me has enganchado!!!! que eso es mucho!

Dinosaurio -

Pau, Trini, Jazmín, Sak, me alegro de que os haya gustado. Pero, sobre todo, gracias por leer y por leer esto mío en particular.
Como bien sabéis hay miles de finales posibles y, cuando elegimos uno, el que nos parece mejor, nos la jugamos.
Abrazos a todos.

Sakkarah -

Que final...Me encanta que terminen bien. Así es el amor, o debe ser. Vence todo obstáculo, siempre gana.

Un beso, ha sido precioso leerte, Dino.

jazmin -

Ha estado muy bien, fijate si le importaba Adrian, que incluso hizo toda aquella comedia para darle un argumento y que escribiera.
Queda claro que vuelven a unirse como amigos o como sea.
No esperaba que fuera ese el argumento, pero me ha gustado el final de él.

Un abrazo.

Trini -

Hablando se entiende la gente, aunque a veces, los enamorados, ni hablando se entienden.

Bueno... bien está lo que bien acaba.

Un abrazo

pau -

Jodeeeer...
con la telenovela.