Envuelto para regalo (VIII).
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Ocho.
(… tonto eres si no lo conoces).
Después de dar más vueltas que un tonto, encontró Adrián el despacho. Empujó la puerta, que esta entornada, y entró. Allí estaba Clara, revisando, tan tranquila, unos papeles a la luz de una lámpara de pie, a pesar de que ya estaba amaneciendo.
-Ah, eres tú. ¿Dónde te habías metido? – dijo alegremente.
-¡Pero serás …!
-Sí, de acuerdo. Ya sé que estás cabreado. Lo siento. Tienes razón. Yo te metí en esta aventura. Lo siento. Debí de haber sido más … menos … alocada.
-¡¿Alocada?! ¡Es todo lo que se te ocurre decir para justificar tu … traición?!
-Oye, oye – le contestó Clara sin levantar la vista de los papeles – Ya te he dicho que lo siento, hombre, pero creo que te estás pasando un poco, ¿no te parece? Ya te he dicho que entiendo que estés enfadado conmigo. Eee … furioso. Sí, furioso, esa es la palabra. Vale. Lo entiendo. Pero tampoco te pases, ¿vale?
-¡¿Qué no me pase?! ¡Digo traición sucia y rastrera, trampa maldita y … asquerosa y me quedo muy corto para resumir tanta … ignominia!
-Adrián, no te pases, que … - empezó a decir Clara, levantando los ojos de los papeles.
-¡Escúchame bien, Clara! – comenzó a gritar Adrián, congestionado.
-Adrián, por favor, te pido que no chilles. Sea lo que sea que me tengas que decir, te escucho, pero si me sigues chillando, te echo de mi casa.
-¡¿Será posible?! … Está bien, Clara, intentaré no chillar – dijo Adrián con una rabia sorda y contenida que le revolvía las bilis en el estómago - Pero me vas a escuchar, a cambio, muy, pero que muy … atentamente, mirándome bien a los ojos, ¿de acuerdo?
-De acuerdo, pero siéntate y cálmate, hombre, que te va a dar algo. Tranquilo.
-Mira, Clara, yo te he consentido muchas cosas desde que nos conocimos. No me interrumpas … por favor. En realidad te lo he consentido todo porque te quería. He estado ciego todo este tiempo, pero esta noche se me han abierto los ojos. He sabido de vuestros planes. Sí, sí, vuestros planes para engañar a tus pretendientes con el reclamo de esta finca a la que llamáis en clave “la joya”. Ahora sé que ha habido más incautos a los que se la habéis prometido falsamente para luego burlaros de ellos, como esta noche os habéis burlado de mí. Qué risa, ¿verdad? Sé que lo apuntáis todo en el ordenador. Pero el servicio lo sabe, vuestros empleados lo saben. Yeniffer, sin ir más lejos, lo sabe todo y os ha visto a tu tía y a ti apuntarlo todo. Voy a denunciaros a la policía. Voy a sacarlo a la luz. No sólo por mí, sino porque no hay derecho a lo que habéis hecho con tantos pobres desgraciados que han creído vuestras mentiras. Voy a desenmascararos. Voy a … a …
-Pero Adrián ¿qué me estás contando? ¿Cómo puedes creer esos … infundios? ¿Quién te ha mentido así?, ¿quién te ha … envenenado? Dímelo, por favor – suplicaba Clara con expresión despavorida.
-Ya te he dicho que Yeniffer lo sabe todo. Y no sólo ella, todos vuestros empleados lo saben o están en el ajo.
-¡¿Jennifer?, pero ¿qué Jennifer, ni qué … ocho cuartos?, ¿quién es esa?!
-Pregúntaselo a tus criadas, sirvientas, chicas, o como las llames, que es por las que me acabo de enterar hace un momento de toda esta trama. Y te recuerdo que ahora la que gritas eres tú.
-Es que es todo mentira. Mentira, Adrián. No sé qué es lo que me estás contando. No sé quién es esa Jennifer. Aquí no hay ninguna Jennifer. Aquí no trabaja ninguna Jennifer ni nada … parecido. Claro que tenemos ordenadores, pero busca si quieres. No encontrarás nada de lo que dices. No entiendo si has soñado, si tienes fiebre …
-Si tengo fiebre es por tu culpa.
-De acuerdo, por mi culpa. Pero no sé de qué me estás hablando, Adrián, tienes que creerme. Y, por favor, te suplico que no hagas nada de lo que puedas luego arrepentirte.
-¿Me estás amenazando?
-¡No! Quiero decir … que no hagas nada de lo que puedas luego … avergonzarte cuando veas que no hay nada de esa … maquinación … monstruosa de la que me hablas y que no sé si la has soñado o crees haberla oído o … o … - Clara comenzó a sollozar, pero se contuvo - Adrián, aunque no me creas, yo te juro por lo más sagrado …
-¡El colmo! ¡Eso es el colmo, una católica convencida, como tú, jurando en falso! Dile a alguien que me acerque al coche, por favor, no aguanto aquí ni un minuto más. Por favor.
-Está bien, Adrián. Si lo quieres así, así será … pero yo te … te aseguro que sigo sin entender nada de toda esa sarta de … barbaridades que me acabas de contar. Espero que te calmes y reflexiones … con el tiempo. Sólo puedo repetirte que siento mucho haberte metido en esto. Lo siento, de verdad …
-Vale, vale. Ya te he oído. Ahora, me gustaría irme, por favor. Ya te mandaré estos … estas ropas. Adiós.
Pasaban los días y, a ratos, Adrián se arrepentía de no haberlas denunciado aún, ni de haber organizado el debido escándalo, a pesar de tener los medios a su alcance. Pero algo, una extraña fuerza o sentimiento o … intuición, se lo impedía cada vez que estaba a punto de hacerlo. Además, el hecho de que Clara fuera compañera de profesión removía un sentimiento corporativo aunque, por el contrario, ni siquiera eso hubiera influido en ella para evitar la felonía. No dudaba de lo que había oído aquella noche, sin ser visto, en la cocina de la mansión, junto al fuego. Todo encajaba. Todo estaba muy claro. Demasiado, por desgracia. Pero todas esas circunstancias (y quizás también los buenos viejos momentos pasados, se decía a sí mismo) le frenaban a la hora de descargar su ira y su orgullo herido denunciándolas. Se concentraba al máximo en el trabajo, como una especie de terapia, y trataba de olvidar lo ocurrido a medida que transcurría el tiempo y comenzaba a surtir sus efectos cicatrizantes.
Una tarde que no fue a la redacción porque volvía a tener un fuerte catarro, con mucha tos y algo de fiebre, se tendió en el sofá del apartamento, después de comer algo, y puso la tele con desgana. Nunca veía la televisión a aquellas horas y cambiaba caprichosamente de canal una y otra vez.
De golpe, sin saber el motivo, quedó atrapado en uno de ellos por frases sueltas de lo que parecía un culebrón sudamericano en toda regla, aunque no había llegado a tiempo de ver el título. En él, una joven discutía con su galán con el típico acento, probablemente colombiano, venezolano o mexicano:
Ella: … je que no, Alejandro José, que no, que es todo una vil mentira.
Él: No, Jennifer Adelaida, no. Lo sé de buena tinta. Al fin recién me enteré y no estoy dispuesto a ser el hazmerreír de toda la hasienda. Sé que quien lavó el honor de tu tatarabuelo fue tu tía tatarabuela Ángela de la Crus de los Santos Apóstoles matando al villano que mansilló a tu tía tatarabuela Isabel Eugenia del Santísimo Sacramento.
Jennifer Adelaida (demudada): Pero Alejandro José, ¿cómo has podido averiguarlo, es el secreto mejor guardado de la estansia? Por ese secreto han muerto muchos de mis pretendientes.
Alejandro José: Te digo que lo sé y lo sé y lo sé. Es una trampa que habéis urdido entre tu tía y tú y está todo en esa computadora del despacho de tu tío. Era todo un montaje, Jennifer, un montaje. Y todos hemos sido unos tontos. Todos tus pretendientes anteriores, los que han muerto y los que no. Los que huyeron despavoridos del miedo. Todos unos tontos, embaucados por la promesa de la joya. ¡Maldita joya! ¡Maldita estansia! ¡Y maldita sea tu bellesa! ¡Pero yo te pego un tiro ahurita mismo y luego me quito la vida!
Adrián no pudo seguir viendo más. Ahora ya no sabía qué pensar. Tenía que ser pura casualidad, por supuesto, aunque él no creyera en casualidades. Pero aquello tenía que serlo. No cabía otra explicación … ¿O sí? Ya volvía a estar hecho un lío.
Consultó en una revista de programación televisiva el título del culebrón y, después de mucho mirar, lo descubrió. La telenovela se llamaba “La joya sabrosa”. ¡Increíble! ¡No podía ser! ¡Era una casualidad añadida! Pero, ¿y si las empleadas de la tía de Clara hubieran estado hablando de esa telenovela aquella noche? No, no. No podía ser. No. Era demasiado fácil. Pero, ¿y si …?
(Terminará ...)
Javier Auserd.
2 comentarios
jazmin -
Espero con impaciencia el final...
Un abrazo.
Trini -
Un abrazo