Abominación.

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Soy agnóstico (por culpa de la jerarquía eclesiástica) pero reconozco que soy culturalmente católico y la polémica sobre la muerte de Eluana en Italia me produce un malestar profundo y una indignación moral y laica que me supera.
No hay nada más aterrador que el fanatismo religioso, siempre imperante, que considera a la mujer no como un ser humano, sino como una fábrica de fetos amputando su libertad de elección, tutelándola hasta en su muerte y diciéndole cómo puede o no puede vivir y morir.
Es escalofriante el totalitarismo filonazi de la jerarquía católica y de los políticos corruptos que encima van de buenos, pero lo que me ha dejado patidifuso ha sido la afirmación de Berlusconi de que: "Es una persona que podría concebir un hijo". No se me alcanza el más mínimo motivo por el que quisiera Eluana tener un hijo en semejantes circunstancias, pero el espanto y la abominación que ensangrientan la frasecita, ganaría en un concurso de frases psicópatas de películas del terror más atroz. Aunque en el fondo, no hace sino expresar el concepto del totalitario ultraliberalismo cristiano sobre la mujer como contenedor de mano de obra, a ser posible barata y fácil y gratuitamente recambiable.
Abominación es condenar a alguien a una muerte exasperante y mecánica durante 17, 20, 30, 50 años por si un día "resucita".
A nadie le gusta el aborto o la eutanasia como a nadie le puede gustar la quimioterapia, los impuestos o la insulina (por ejemplo), pero son males necesarios e inevitables en determinadas situaciones que no hay más remedio que aplicar para solucionar males mucho mayores.
Entre las miles de anécdotas que jalonan la demencial hipocresía de los reaccionarios, acabo de oír aquella que cuenta cómo el papa Juan Pablo II se negó a volver al hospital porque los médicos no le aseguraron que se fuera a curar allí y murió, al fin, en su cama. Y es que una de las mayores contradicciones que se produce en estos casos es que los defensores de la muerte natural por voluntad divina imponen una vida médicamente artificial robótica y dolorosa a los demás por su maldita y criminal voluntad inhumana.
Al final, parece que todo se reduce a lo mismo: la lucha de los ricos (que pueden saltarse sus propias leyes y su hipócrita moral con dinero) contra los pobres a los que tienen que mantener sometidos como sea.
Deseo de todo corazón que Eluana descanse al fin en una paz más humana que el contenido de ciertas frases salvajes.
Javier Auserd.