Envuelto para regalo (VI).
http://www.ferhiga.com/progre/notas/notas-pfloyd-ummagumma.htm
Ummagumma. Pink Floyd.
Seis.
(“Careful with That Axe, Eugene”. Pink Floyd).
(Cuidado con ese espejismo, Adrián).
-¿Por qué tenemos que ir precisamente de noche, mona?
-Para que no nos vean, “mono”.
-Te lo pregunto en serio, Clara.
-Y yo te lo contesto en serio, “claro”. ¿O prefieres que mi tía te “descalifique” por utilizar “información privilegiada”?
-Bueno, bueno. No será para tanto. ¿Tú crees que en ese diario está la resolución del misterio?
-¿Quién sabe? Pero … si no te interesa …
-Sí, sí, sí, sí. Bonita. Que sí. Es sólo que no quiero hacerme ilusiones.
-Ah, majete. El que no se moja el culo … no consigue peces.
-Peces te daba yo a ti … sinvergüenza, mal hablada.
Como es de sobra conocido, unas piernas no son garantía de sensatez, pero arrastran lo suyo. De modo que Adrián se tuvo que meter en la boca del lobo para, paradójicamente, encontrar algo de luz.
Fue una noche oscura, sin luna, de mediados de diciembre cuando llegaron a la puerta de la verja que daba al camino de acceso a la finca y que, como era de esperar, estaba cerrada.
-¿Tienes la llave? – preguntó Adrián a Clara.
-No –contestó Clara con tranquilidad – Pero conozco un atajo. Deja el coche ahí bajo ese árbol y saltamos la valla.
-¡Estás loca! ¡A ver si va a haber perros sueltos!
-¿Lo dices por ese cartel? ¡Tonterías! Es para asustar. No hay perros.
-¡Ay, madre! ¿Por qué me metería yo en estos berenjenales?
Bajaron del coche, que quedaba casi oculto desde la carretera, y treparon la valla pegados a la herrumbrosa y sucia puerta de hierro, ayudándose con sus barrotes y algunas piedras que sobresalían. Hacía frío y había caído una ligera nevada que dificultaba la operación. Clara saltó sin problemas, pero Adrián se enganchó en una de la puntas de la verja y se desgarró la cazadora, cayendo de lado y haciéndose daño en una rodilla al aterrizar.
-Pero mira que eres torpe – le dijo Clara en voz baja.
-¡Encima! ¡Maldita sea!
-¡Schhh, calla! ¿Quieres que nos oigan?
-¿Quiénes? ¿No decías que no había nadie? ¿Quién nos va a oír?
-Nunca se sabe – dijo Clara entre enigmática y divertida.
-Bueno … Te digo yo … - refunfuñó Adrián mientras se sacudía la cazadora y los pantalones lo mejor que podía, como si fueran a un baile.
Comenzaron a andar y avanzaron pegados a la valla alejándose del camino que transcurría en línea recta hacia la mansión que aún no se veía desde allí. A pesar de ser finales de otoño, el campo estaba lleno de ruidos nocturnos sin identificar que preocupaban a Adrián, aunque no decía nada para que no se burlara Clara de él. La valla les daba protección, orientación y cierta seguridad, pero llegados a un punto susurró Clara que era mejor empezar a dirigirse a la mansión campo a través.
Al principio todo iba bien excepto por una suave brisa helada que se levantó procedente de la sierra cercana. Caminaban al abrigo de las encinas hasta que llegaron a un claro ante el que Clara titubeó un momento.
-No sé. Esto no me suena. O nos hemos pasado o no hemos llegado al punto.
-¿Pero qué punto, si hemos torcido donde tú has dicho?
-¡Schh, calla! Deja que me concentre, hombre, no seas pesado. Sí, es por aquí, sólo hay que atravesar este descampado y desembocamos. Pasa tú primero.
-Pero ¿por qué yo?
-¿Tienes miedo?
-¿Miedo yo? Ahora verás – y diciéndolo echó a andar sin mirar siquiera por dónde pisaba, aunque poco habría visto de todos modos en una noche tan oscura.
Llevaba andados unos pasos cuando sintió que la tierra desaparecía bajo sus pies y cayó dando un grito ahogado por un chapoteo sospechoso.
-¡Ahhh, ¿qué es esto?, buff, buff, buff ¡Me he caído al agua!
-Calla, hombre, no armes tanto escándalo. Será algún trampal. El río está más lejos – le recriminaba Clara – Levántate. Seguro que no cubre. ¿Estás de pie? No veo nada.
Después de un tenso e interminable silencio se oyó la voz de Adrián balbucear, tiritando de frío:
-Sí, sí. Hago pie, hago pie. Me he levantado, pero estoy rodeado de agua, ¿no oyes? – y pisó fuerte para que Clara oyera el chapoteo que hacía – Vete hacia atrás. No entres en el trampal o río o laguna o lo que sea esto. ¡Maldita sea! ¡Encima no veo nada!
-Espera, espera. No te muevas. A ver si puedo encender un mechero.
-Date prisa, ¡jobar!, que noto cosas en los pies.
-Espera, espera. No te muevas. Serán yerbas. No te asustes.
-Si no me asusto, ¡hostias!, pero es que tengo mucho frío.
-Ven hacia aquí. Hacia aquí – dijo Clara mientras encendía un mechero – Y no digas tacos, hombre.
-Claro, claro. La señorita es muy fina. ¡Cómo se nota que no eres tú la que estás aquí en medio de este pantano … cenagoso!
-Calla, hombre, que te van a oír. ¿Ves la luz?
-¿Pero quién me va a oír, ¡cojones!? Sí la veo.
-Pues ¿quién va a ser?: los guardeses.
-¡Pero, ¿por qué no me has dicho que había guardeses?! ¡Y, sobre todo, ¿por qué no hemos llamado y entrado por la puerta, como todo el mundo?!
-Ay, cállate ya, hombre, y ven aquí, que eres un pesado.
-¡Encima soy yo el pesado! ¡Mira cómo me he puesto!
-Si no veo nada. Y baja la voz. Tendremos que rodear.
¡¿Más rodeos?! No, gracias. Yo me vuelvo a casita, que llueve, y me he puesto tibio.
En éstas estaban, cuando, además de empezar a caer una lluvia fina y fría, se oyeron ruidos a lo lejos, pero acercándose.
-¿Qué es eso?
-¿El qué?
-¡Pero, pero … si son perros que se acercan! … ¡Y toros!
-Pues claro – dijo Clara – Es una dehesa.
-¡¿Qué?! ¡Tu estás loca, tu estás como una cabra!
Retrocedieron hacia las encinas y, a toda prisa, se subieron a una. También se oían, cada vez más cerca, relinchos de caballos y voces humanas.
Primero llegaron los perros que aumentaron sus ladridos alrededor del árbol. Luego, varios hombres a caballo, se pararon al pie de la encina. Adrián tiritaba de arriba a bajo al tiempo que estornudaba y encubría su miedo y su cabreo con el trancazo que se había pillado.
-¡Bajaros d’ahí, rateros, que os vamos a dar una buena! ¡A quién se l’ocurre venir a tentar con este tiempo!
-Ramón, soy yo, Clara, la sobrina de doña Victoria.
-¡¿Cómo dices, rufián?! ¡No oigo nada con los perros!
-Jefe, parece la voz de una chica – dijo uno de los hombres a quien dirigía la partida.
-¡Bueno! ¡No me extraña! ¡He oído que ahora vienen tías con ellos! ¡Es igual! ¡Baja que te vamos a dar pa’ ir tirando!
-¡Ramón! ¡Que soy yo, Clara!
-¡¿Cómo?! No oigo nada, ¡coño! ¡Que se callen esos perros, ¡coño!, que no me entero!
-¡Ramón, cojones, que soy Clara!
-¡¿Claro?!, ¡¿qué claro, ni qué oscuro si no se ve ni torta?!
-Dice que se llama Clara, don Ramón.
-¡¿Clara?¡, ¡¿quién es Clara?! ¡Ah, Clara! Sí ¡¿La’béis “secuestrao”, cabrones?! ¡¿Dónde está?! ¡Dime dónde la tenéis, qu’os mato aquí mismo, ¿eh?!
-¡Ramón, joder! ¡Que soy yo, Clara!, ¡Que Clara soy yo, cojones!
-¡¿Qué tú eres Clara?! (No se ve na’) ¡¿Qué usted es Clara?! ¡¿La señorita Clara?!
-¡Que sí, Ramón, que soy yo, hombre, bájanos de aquí y te lo cuento!
-¡Paco, coño!, ¡Baja del caballo y ayúdalos a bajar! ¡Pero “cuidao”, “qu’osestoy” apuntando con una escopeta y como sea una trampa, os descerrajo, ¿eh?!
-¡Que no, Ramón, que soy Clara, hombre, no seas burro!
-¡¿Y quién viene conti … con “usté”?!
-Mi novio.
-¡¿Su quéee?!
-¡Mi novio, cojones!
-¡¿Su novio?! Jodía mocosa.
-¡Sí, Ramón, hombre, deja ya de pegar esos gritos! ¡Y dame dos mantas, que luego te cuento!
Le pusieron las dos mantas a Adrián por encima y le auparon a la grupa de un caballo, detrás de uno de los jinetes. Tuvo que sujetarse bien a él, mientras estornudaba, porque en la arrancada por poco va al suelo. Después de un buen rato de traqueteo infernal llegaron al caserón que era más grande y menos destartalado de lo que Adrián había creído.
Les descabalgaron toscamente y les llevaron a la cocina. Avivaron el fuego y varias criadas, alertadas por el jaleo, saludaron a Clara y prepararon café y tostadas mientras miraban de reojo a Adrián y cuchicheaban por lo bajo.
Trajeron ropas secas para Adrián que se secó y se cambió en un baño y volvió a la enorme cocina al pie de la lumbre a seguir tiritando y a tomarse el café con tostadas. Clara, dueña de la situación, en un aparte hablaba entre susurros con Ramón, el capataz de la dehesa de su tía.
Adrián aún no lo sabía, pero con cada nuevo tiritón frente a la chimenea, su amor por Clara se empezaba a resquebrajar.
Down, down. Down, down. The star is screaming.
Beneath the lies. Lie, lie. Tschay, tschay, tschay.
Careful, careful, careful with that axe, Eugene.
The stars are screaming loud.
Tsch.
Tsch.
Tsch.
(Continuará ...)
Javier Auserd.
4 comentarios
Dinosaurio -
En serio, ya falta poco para el final (¡del mundo!), je, je, je, je.
Como dijo Lord Byron: "Un poco de paciencia, señoritas".(Es broma).
Gracias por aguantarme.
Abrazos.
Margot -
Me ha encantado, leerte.
Un abrazo, muy fuerte.
jazmin -
ha sido divertido y como dice Sakk lo narras muy bien.
Un abrazo.
Sakkarah -
Pobre Adrian, eso sí que es una amor probado...No sé yo si se resquebrajará...
Un beso.