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La cueva del dinosaurio

Invitados

Nicolás Guillén.

Nicolás Guillén.

Nicolás Guillén.
www.geocities.com/lunazzi/Guillen/Guillen.htm


Me gusta mucho el poeta cubano Nicolás Guillén (1.902-1.989). Gran poeta e incansable activista revolucionario, cuyos poemas tan musicales y musicados, sobre todo La Muralla, son más famosos que él, como a él le gustaba que sucediera.
Hoy quiero recordaros dos poemas suyos: Me matan si no trabajo (musicado por el uruguayo Daniel Viglietti) y El banderón (de su poemario La paloma de vuelo popular), que no está musicado, que yo sepa, y se lo dedico especialmente a mexicanos, saharauis, sudamericanos, africanos, árabes y asiáticos, para que algún día se cumpla la utopía final que contiene.

 

Me matan si no trabajo.
Me matan si no trabajo,
y si trabajo me matan.
Siempre me matan, me matan, ay,
siempre me matan.

Ayer vi a un hombre mirando,
mirando el sol que salía.
El hombre estaba muy serio
porque el hombre no veía.
Ay, los ciegos viven sin ver
cuando sale el sol.

Ayer vi a un niño jugando
a que mataba a otro niño.
Hay niños que se parecen
a los hombres trabajando.
Ay, quién le dirá cuando crezcan
que los hombres no son niños,
que no lo son.

Me matan si no trabajo,
y si trabajo me matan.
Siempre me matan, me matan, ay,
siempre me matan.

Musicado por Daniel Viglietti.
http://www.youtube.com/watch?v=Nk7xXYqjnp0


El banderón.
Como un puñal, como un arpón,
el banderón americano
en tu costado de carbón.
Sucio de sangre el banderón.
Un yanqui allí, látigo en mano.

En la sombría plantación
donde tu voz alzas en vano
y te exprimen el corazón,
sé que sofoca tu canción
un yanqui allí, látigo en mano.

Sé de la bala en el pulmón
y del capitán inhumano
y de la nocturna prisión.
Arde el violento barracón.
Un yanqui allí, látigo en mano.

Rojo desciende de su avión
mister Smith, un cuadrumano
de la selva de Guasintón.
Hay coctel en la legación.
Un yanqui allí, látigo en mano.

Será tal vez una ilusión,
tal vez será un ensueño vano,
mas veo rodar el banderón
y arder al viento tu canción,
puesta en el mástil por tu mano.

Habemus librum.

Habemus librum.

A una persona admirada por mí (y a pesar de eso (¡entre españoles!), amiga), le van a publicar un libro de relatos y va la tía (esta persona) y cede sus derechos de autor a la editorial que se lo edita para no sé qué historia de unos proyectos solidarios en el tercer mundo (que es como decir en el quinto pino) o algo así.

- Tú estás loca. ¿Te vas a perder los miles de millones de euros de beneficios que te va a reportar el cien mil por ciento de la venta de tu obra, teniendo en cuenta que esto es sólo el principio?
- Ya - me ha reconocido inmediatamente - pero ¿para qué quiero yo todo eso?
- Pues, no sé. Me lo podías dar a mí, por ejemplo, que también estoy en el quinto pino (¿o era en la inopia?). O, por lo menos el diez por ciento, ahora que el Banco Central Europeo ha subido, por quinta vez en lo que va de año, el tipo de interés.
- ¿Pero de qué interés me hablas?
- ¡Y yo qué sé! El del precio del dinero, me parece.
- Pero ¿el dinero tiene precio?
- Pero bueno, ¡¿tú en qué mundo vives?!, ¡¿es que no te enteras de nada que tenga que ver con la economía?!, ¡tu eres boba!, ¡¿le vas a dar todo ese pastón a los tercermundistas esos que luego ganan todos los marathones y los cinco mil metros brazas si llegan, cuando llegan?!
- Mira chaval - se tuvo que poner ya un poco seria conmigo esta persona - yo de economía lo justo para ir a la compra y llegar a fin de mes con problemas, como todo el mundo, pero de lo que escribo sé más que tú, de aquí a Roma ida y vuelta. De modo que déjame a mí con lo que hago o dejo de hacer y déjame de porcentajes y precios del dinero y tantos por miles y miles por cientos, ¡ya, hombre! Y, sobre todo, déjame de chistes malos sobre el tercer mundo.
- Vale, vale, pero luego no digas que no te lo advertí.
- ¿Pero qué me has advertido?
- Pues eso, que te van a parar por la calle a pedirte autógrafos y no te van a dejar en paz.
- Pero si firmo con seudónimo y nadie sabe quién soy.
- Ya, ya, ¡que te crees tu eso! Pues no somos listos los españoles ni nada, que nos enteramos de todo enseguida. Mira, sin ir más lejos, el otro día me enteré de que medio Colón, está enterrado en la catedral de Sevilla y eso que lo llevó bien en secreto el tío. 
- Anda, anda, déjame, que tengo que escribir un rato.
- ¿Para dárselo luego a los negritos del Congo?
- Para que me dejen en paz los pesados como tú.

En fin. Yo, a pesar de mis evidentes diferencias neuronales con esta persona como se desprende de la conversación anterior, voy a comprar su libro. Y, aunque no haga falta, porque la conocéis tanto o más que yo, os recomiendo su libro de relatos para que disfrutéis del verdadero placer de la magnífica literatura y no lo que circula por fnaces, cortesingleses y demás antros de moda. En cuanto al defectillo ese de la donación de sus derechos de autor a favor de los más desfavorecidos, aunque a Bush&friends (como Blair, Aznar, etc.) no les guste un pimiento, bien mirado, así les dábamos con las letras (de otro tipo de cambio) en las narices, que, para los frustrantes e impotentes tiempos que corren, tampoco está nada mal. ¿No os parece?
¡Nos leemos en los "blogs"!

Ah, ¡si estaré tonto! ¡Seguro que ya lo sabéis!, pero para los despistados, mi amiga se llama Gatopardo y su libro se puede comprar en:
Título:"Relatos", Autora: Gatopardo.
Publicaciones Acumán
Avda. Francia, 10, 1-3 A
45005 Toledo
E.mail: acuman@terra.es

Javier Auserd.

El rayo que no cesa. Miguel Hernández (1.934-1.935).

El rayo que no cesa. Miguel Hernández (1.934-1.935).

Israel bombardea la frontera sirio-libanesa: 23 muertos civiles.
20Minutos, 4/8/06.

http://www.20minutos.es/noticia/146367/0/libano/victimas/frontera/

¿No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras
y de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?

¿No cesará esta terca estalactita
de cultivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grita?

Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores.

Esta obstinada piedra de mí brota
y sobre mí dirige la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.

Los tres mosqueteros de Dinosaurio XIII.

Los tres mosqueteros de Dinosaurio XIII.

Os presento a los tres mosqueteros, sección Granja San Francisco. Son, de izquierda a derecha: Pepito Conejo, Mimos Castelar y Leo Diablo.

Las fotos son malas para aburrir por mi culpa y no les hacen ningún favor, pero os aseguro que al natural ganan mucho y enredan todo lo que les da la gana.

Os dejo con ellos.

Javier Auserd.

Un español habla de su tierra. Luis Cernuda.

Un español habla de su tierra. Luis Cernuda.

Luis Cernuda. 

Las playas, parameras
al rubio sol durmiendo,
los oteros, las vegas
en paz, a solas, lejos;

Los castillos, ermitas,
cortijos y conventos,
la vida con la historia,
tan dulces al recuerdo,

Ellos, los vencedores
Caínes sempiternos,
de todo me arrancaron.
Me dejan el destierro.

Una mano divina
tu tierra alzó en mi cuerpo
y allí la voz dispuso
que hablase tu silencio.

Contigo solo estaba,
en ti sola creyendo;
pensar tu nombre ahora
envenena mis sueños.

Amargos son los días
de la vida, viviendo
sólo una larga espera
a fuerza de recuerdos.

Un día, tú ya libre
de la mentira de ellos,
me buscarás. Entonces
¿qué ha de decir un muerto?


 
Se celebra el 14 de abril el 75 aniversario de la proclamación de la II República española. Si queréis leer un Manifiesto y firmar, podéis hacerlo en http://www.memoriadelfuturo.org

Nana para Alba. Autora: Ana Amblés.

Nana para Alba. Autora: Ana Amblés.

http://www.alerce.pntic.mec.es/~rloo0004/periodico/

“A la nana, nanita, nanita , ea.
Mi niña tiene sueño, bendita sea”.

Seguramente naciste contenta por ese nombre tan bonito (que tanto me habría gustado a mí poner a una niña mía) para soñar, para vivir, para iluminar los momentos oscuros. Pero no sé por qué ya desde las primeras horas llegó la tormenta terrible, el amanecer de tu nombre se tiñó de rojo y de dolor, la sinrazón de la ilógica inhumana decidió que tus tiernos tallos se truncaran y a las flores que apuntaban en tu sonrisa no les dio tiempo a florecer, porque cuando apenas iniciabas tu vida una o dos mentes enfermas pisotearon tu ternura tronchando tus ramas sin esfuerzo justo en el momento tan bonito en que más fácil es soñar plácidamente después de un cuento y un beso.
Has ido sintiendo durante tus breves pero interminables cinco años el horror más grande que puede sentir un ser humano y que, sólo imaginarlo, me produce un nudo en la garganta como si una cadena me la apretara.
No encuentro ni una sola pizca de disculpa para tanta atrocidad, porque ¿qué habías hecho tú, Alba?, ¿qué molestia, insoportable para un monstruo, habías inventado?, ¿quizás sonreír, llorar en tu cuna de espinas, darles un abrazo a tus verdugos?
Quiero, desde mi recuerdo, dibujar otro mundo para ti y dejártelo muy suavemente en la mesilla de la cama del hospital donde ahora te encuentras. Un mundo con sol, brisa, atardeceres y noches protegidas por un cariño muy grande que no has sentido todavía. Me gustaría, Alba, que, cuando despiertes, la misericordia colectiva de una humanidad harta de tanta demencia, haya sido capaz de borrar tu pasado (¡tan breve, tan insoportable!) para que puedas llegar al atardecer de tu existencia con el sabor dulce de la risa y el cuerpo lleno de flores y de caricias.
Pido desde aquí que tu dolor sea el último que padezcan los niños. Que, entre todos, seamos capaces de construir un mundo sin violencia para todas las Albas del ahora y del mañana. Que la razón y la justicia destierren a los maltratadotes a su infierno privado y que no salgan de allí para que nada pueda pisotear, nunca más, la inocencia.

Ana Amblés.

A mi maestra, mujer trabajadora. Ana Amblés.

A mi maestra, mujer trabajadora. Ana Amblés.

Ahora que va a ser el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, quiero rendir un sentido homenaje a la mujer que me enseñó el poder de la palabra en unos tiempos en los que, de forma soterrada y oculta, aún imperaba una gran violencia.
Era menuda, un poco feucha y, encima, algo coja, con lo que tenía asegurada la burla y la crueldad infantiles que se cebaban a veces con ella. Incluso a los adultos se les escapaba una irónica sonrisa cuando se cruzaban con ella al lado de una amiga suya enormemente alta para la época, “el punto y la i”, decían con socarronería.
Eran los años cincuenta cuando llegó a una escuela con muchos niños con edades entre los 5 y los 14 años, todos para ella solita.
Hubo quien, al verla, dijo: “esta no dura nada”, de lo puro frágil que parecía. Pero su energía era tan grande que pudo con todo y con todos y duró, vaya si duró, afortunadamente.
Era la escuela un palomar con grandes ventanales y todas las niñas íbamos de un blanco impecable, tan bien peinadas que, si algún rizo rebelde se escapaba de las ortodoxas trenzas: “¡a tu casa a recomponerte!”. Se la tachaba de puntillosa, pero ¡cómo aprendimos con mi maestra! Me gusta llamarla así: “mi maestra” todavía, porque es un término que engloba todo el manantial inagotable que desplegaba a diario. Con ella aprendimos a recitar, a cantar (¡qué maravilla las niñas de doña Carmen cantando gregoriano a tres voces en las festividades!), orgullosas de tener una maestra que nos iba “mostrando” la historia (la “oficial”, que era la que había), las mesetas, las llanuras, los ríos, los cabos, los golfos (¡qué risa nos daba el nombre de ese “accidente” geográfico!), las flores, los pájaros, las estaciones con la descripción de cada uno de sus encantos, los números, las figuras geométricas …
Siempre estaba allí, arropándonos, protegiéndonos con firmeza pero con cariño, sin vacaciones, en su casa de puertas abiertas, de “tócame Roque”, enfrentándose con el cura, si hacía falta, para que no antepusiera la liturgia a la enseñanza. Y, cuando estaba enferma, allá que nos íbamos al salón de su casa a que nos pusiera los deberes. De niña, eso fastidia, sobre todo en primavera cuando los verdes prados se llenan de frescura y de flores y sus laderas invitan a tirarse rodando olvidando a don Pelayo, Rusia, capital Moscú, el lago Victoria, el estado de Texas y la quinta puñeta. Pero allí estaba ella, preocupándose de todas, ayudando a que ninguna se quedara atrás y de que fuéramos más listas que los pedazo de burros de los niños de don Francisco, luchando, luchando, cayéndonos y levantándonos una y otra vez, como si nada.
Somos una generación de mujeres que le debemos a las doñas Carmenes de cada pueblo y ciudad de España casi todo lo poco o lo mucho que hayamos sido capaces de conseguir, ahora podemos verlo.
A veces pienso que tendríamos que haberle hecho un homenaje, pero la vida nos va separando y su menuda figura se fue desdibujando de nuestra memoria. Sin embargo, después de todo, quizá estas líneas puedan serlo. Ahora que tanto se habla del papel que tenemos que desempeñar las mujeres en la sociedad, yo evoco y reivindico su memoria de entre la niebla de los tiempos oscuros.
Gracias, Carmen (doña Carmen), por ser nuestra maestra, por enseñarnos a componer versos en el mes de mayo junto al valor de la honestidad y la nobleza, por hacer teatro para el Domund junto al valor de la solidaridad y de la justicia, por cantar, por bailar, por leer en voz alta, por escribir en el libro de la escuela junto con el inmenso placer de ir aprendiendo a ser yo misma con mis limitaciones y defectos pero también con mi capacidad de decidir y de ser libre.
Para Carmen Blázquez, maestra de Hoyos del Espino en los años cincuenta, mis más sinceras gracias con un fuerte abrazo.


(La imagen está tomada de http://www.poemitas.com/mi_maestra.htm).

Yo no sufrí. Pablo Neruda.

Yo no sufrí. Pablo Neruda.

¿ Pero tú no sufriste ? Yo no sufrí, yo sufro
sólo los sufrimientos de mi pueblo, yo vivo
adentro, adentro de mi patria, célula
de su infinita y abrasada sangre.
No tengo tiempo para mis dolores.
Nada me hace sufrir sino estas vidas
que a mi me dieron su confianza pura,
y que un traidor hizo rodar al fondo
del agujero muerto, desde donde
hay que volver a levantar la rosa.


Cuando el verdugo presionó a los jueces
para que condenaran
mi corazón, mi enjambre decidido,
el pueblo abrió su laberinto inmenso,
el sótano en que duermen sus amores,
y allí me sostuvieron, vigilando
hasta la entrada de la luz y el aire..
Me dijeron: << Te debes a nosotros,
eres la que pondrá la marca fría
sobre los sucios nombres del malvado>>.


Y no sufrí sino no haber sufrido.
Sino no haber recorrido las oscuras
cárceles de mi hermano y de mi hermano,
con toda mi pasión como una herida,
y cada paso roto a mi rodaba,
cada golpe en tu espalda me golpeaba,
cada gota de sangre del martirio
resbaló hacia mi canto que sangraba.

De "Canto general" (me parece). 

Dedicado a la activista saharaui de los Derechos Humanos, Aminetu Haidar.
(Gracias a Luis Miguel del Valle).

La imagen es de http://poemariosahara.blogspot.com

 

El errante. Daniel Madrid.

Los guerreros le persiguieron montaña arriba. El hombre pintado, ya herido, salió casi de noche y subió, subió. Iba jurando en su extraña lengua, la misma que empleó la primera vez que llegó junto a ellos. La misma que usaba cada año cuando pasaba tras el cambio de estación, sin que nadie pudiera decir de dónde venía ni a dónde se dirigía. Le recibieron bien la primera vez. "Quizá - pensaron - podamos cambiar con él algunas esas de hachas de metal". Herramientas duras y también temibles armas. No fácilmente al alcance de rudos ganaderos de la zona alta.

Aceptó el alimento que le dieron, descansó un día y se fue. Las nieves se adelantaron extrañamente. Una noche comenzó una fuerte tormenta que los sorprendió con mucho ganado pastando en los prados más elevados, donde aún quedaba hierba verde incluso después de un caluroso verano. Perdieron la mitad del rebaño y dos hombres jóvenes murieron tratando de rescatar a los animales.

Aquél invierno fue duro, algunos enfermaron y dos niños murieron de hambre, se fueron apagando despacio entre fuertes dolores sin que nadie pudiera evitarlo.

Al año siguiente, el pintado regresó. Les vendió hachas pero no quiso lana o animales a cambio. Les mostró un hongo y todos trabajaron durante días para llenar de esos hongos un apretado fardo para pagar al buhonero.

A su marcha, antes de que cambiara la luna, una mujer tuvo un aborto. Después pasaron casi un mes cercados por una manada enorme, increíble, de lobos hambrientos y muy feroces, que se cobraron la vida de un hombre y varios perros antes de retirarse.

En primavera llegaron gentes del valle. Hubo pelea y, gracias a las hachas, los montañeses resultaron vencedores. Debían de traer alguna enfermedad, tal vez por eso se arriesgaran a subir donde subían pocos. Murieron varios del grupo con la frente ardiendo y los ojos extraviados. Muchos se salvaron aunque quedaron débiles y se necesitó un gran esfuerzo para recuperarlos.

En otoño le vieron llegar por el camino que solía. El jefe receló. “Aquél hombre – dijo – atrae la desgracia como un manantial a un sediento”. “Escondeos todos. Yo le daré comida y le despediré. Subid a las piedras que forman muralla y esperadme”.

Aguardaron dos días y, después, un par de muchachos bajaron para encontrar al jefe con el hombre pintado, sentados, sin hablar, mirando al valle. A la mañana siguiente, no encontraron al extraño y tampoco al jefe. Al final del otoño encontraron a dos pastorcillos de pocos años acurrucados en unas rocas y paralizados por el miedo. Cuando volvieron a hablar aseguraban haber visto al jefe caminar por el poblado susurrándole al ganado. “Estaba muy blanco – decían – y tenía los ojos rojos como la sangre”.

Volvió dos años más, aunque ya no pudo acercarse a nadie porque le esperaban y le alejaban a pedradas. Y aún rondaba algunos días, como enloquecido. Días de miedo y vigilancia como los de los lobos, con las mujeres y los niños escondidos y los guerreros vigilando cada rincón. Cada vez que él se acercó, cada año que le vieron, acudieron tras él la muerte, el hambre, la enfermedad, el miedo. El tercer otoño después de la marcha del viejo jefe, su hijo, el nuevo, ordenó acumular víveres en las piedras de arriba, envió allí a casi todos y él mismo, con dos cazadores, bajó a esperar al errante. No tardó en llegar y, cuando lo vieron, salieron tras él. Le apalearon, le golpearon, escapó. Corría bien y sabía defenderse. Fuerte y decidido, como un jabalí acorralado. Cegado por la herida y muy peligroso. Así que decidieron no acercarse. Le fueron ganando terreno y al poco de la media noche, junto a una roca, le mataron con una flecha, trataron de escuchar su respiración para comprobar que estaba bien muerto y volvieron sobre sus pasos.

El doctor Kléber apagó el ordenador y tomó su carpeta. Quizá publicaran en portada su artículo sobre la excavación que estaba haciendo en los Alpes italianos. Un hallazgo curioso, una sima llena de huesos con esqueletos completos de hombres, mujeres, niños y animales con marcas de golpes. Cráneos fracturados, restos de heridas de arma blanca. Casi cinco mil años de antigüedad. Del mismo período, basándose en la orientación y estrato geológico y teniendo en cuenta el posible desplazamiento de los restos, con un porcentaje extraordinario de coincidencia en la prueba del Carbono 14. Se permitió titular: “Una masacre de la prehistoria. Alguien llegó – concluía - y mató a todo el asentamiento”. Sin robar ganado ni mujeres, nada. No fue un saqueo, acabaron con todos y los echaron a un agujero. Tal vez por el control de los pastos o por una venganza. Tal vez llegó hasta allí alguna lucha tribal en la que trataban de ajustar cuentas pendientes. Motivos no muy alejados de los que desencadenan matanzas hoy día. Bajó al aparcamiento y fue hacia el coche, al acercarse vio al mismo mendigo que llevaba viendo últimamente. Se colaba al anochecer y se tumbaba a dormir en el rincón más oscuro del parking. No era extraño que nadie se hubiese dado cuenta, pensó. Sólo su plaza estaba lo suficientemente cerca como para distinguir a simple vista al hombre, echado en el suelo y tapado con cartones. Al fin y al cabo, sólo había un vigilante por la noche. Y nunca salía de la garita. Vive y deja vivir, pensó el profesor. Miró el reloj y llamó por teléfono para avisar que llegaría en 20 minutos a la conferencia que tenía que impartir. Era sobre el hombre de los hielos, un descubrimiento arqueológico en el que colaboró diez años atrás y que le había valido fama y reconocimiento. Y después se subió al coche y arrancó, las luces iluminaron al vagabundo un momento, y el doctor pudo ver los extraños tatuajes en su cara mientras el Audi enfilaba la curva de salida del garaje. Tuvo una idea extraña, casi una visión, se imaginó al mendigo corriendo montaña arriba vestido como en la edad de piedra y, casi al momento, pensó en una pira ardiendo, echando humo denso y graso. Y por un segundo sintió miedo, pero lo espantó con un suspiro. “Vaya – pensó – no hay nada que vacune contra las superstición, voy a terminar creyendo en nuestra propia leyenda urbana”. Sonrió entre dientes y conectó la radio. El hombre del tiempo decía muy convencido que este año se adelantaba la temporada de nieve.

Llegó con tres heridas. Miguel Hernández.

Llegó con tres heridas. Miguel Hernández.

Retrato que le hizo Buero Vallejo en la cárcel.

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

De "Cancionero y romancero de ausencias" (1938-1941)

Miguel Hernández es uno de mis poetas favoritos. Por muchas razones. Porque me llega al alma, porque fue autodidacta y se forjó a sí mismo (aunque, como es lógico, leyó mucho, pues de lo contrario es imposible escribir), por la perfección también formal de la mayoría de sus poemas, por la vida que le tocó vivir y que enfrentó con valor ... Por muchas razones. Y creo que uno de los mejores homenajes que podemos rendirle es recordarle siempre para no olvidarle nunca y para que así nunca muera un poeta tan humano, un hombre tan humano, un ser humano, un ejemplo.