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La cueva del dinosaurio

Envuelto para regalo (VII).

Envuelto para regalo (VII).

Paul Cezanne. 

Siete.

(Secreto a voces …).


Ya que estaban allí, tanteó Adrián, muy discretamente, por el motivo de su visita, pero una mirada asesina de Clara, como si él tuviera la culpa del numerito, le disuadió de profundizar en el intento.
Con todo aquello, una idea molesta comenzó a abrirse paso en la mente de Adrián: una cosa era que fuera la leche hacer el amor con Clara y otra cosa era el cariz que estaban tomando los acontecimientos. Se arrebujó cuanto pudo en las dos mantas prestadas, que, por cierto, olían a choto que apestaban, y procuró hacerse invisible en el rincón más oscuro de la cocina pero junto al fuego. No tardó en quedarse adormilado a pesar de que el trajín del personal de la casa continuaba en pleno apogeo. Por eso, le despertó el repentino silencio que, de pronto, se hizo en la enorme habitación. Estuvo así un momento, saboreando la tenue oscuridad y la calma, cuando llegaron dos mujeres, se sentaron en la mesa grande con dos tazas, miraron alrededor y siguieron cuchicheando. El crepitar de los troncos en la chimenea, le dificultaba para oírlas bien, pero, poco a poco, fueron subiendo levemente el tono, confiadas, y pudo Adrián captar algo:

-… tra noche ya les oí decir que tenían que estar listos, pero no podía imaginar que iba a ser eso.
-A él no se le ve malo, pero sí tonto. Porque no me digas qu’ay que ser tonto pa caer en la trampa.
-¿Pero es que no ha visto que era un montaje?
-Sa’ creído más listo que los otros y no ha visto el juego.
-Y tanto que el juego. Tú lo has dicho. Pero ¿quién no sabe en veinte leguas a la redonda el timo de “te doy la joya si me descubres América … que ya está descubierta”. A ver.
-A mí estas cosas me cabrean mucho, ni que ni me van ni me vienen. Pero es que son tos mu tontos.
-Yo creo que los atonta ella. Como es tan guapa …
-¿Y pa´qué querrán to eso?
-Vete a saber. Igual es para una encuesta o algo así. No sé qué dijo ayer la Yeniffer de que apuntaban cosas en el aparato ese.
-El ordenanza.
-Ordenante … No: ordenador.
-Eso.
-A mí también me dan pena. ¡Pobricos!
-Schh, calla. A ver si se t’escucha.
-No, boba. Se han vuelto a dormir y la niña se ha metido al despacho.

Se levantaron, fregaron las tazas y salieron de la cocina, pero, entretanto, le dio tiempo a Adrián a distinguir unas frases sueltas:

-Hay que ser tonto, pero tonto, tonto, mu tonto, pa no saber qu’aquel señoritingo se lo cargó su hermana qu’estaba enamorá de la moza.
-Si es que ahora se creen que todo lo han inventado ellos. Que te lo digo yo, Rafaela, que hay jovenatos que van de listos y son muy tontos.
-Pero tontos, ¿eh?, mu tontos, mu ton …

Hay muchas palabras para describir la decepción pintada en el rostro de Adrián tras descubrir, involuntariamente, el pastel, pero no merece la pena extenderse ni abundar en ello. Si acaso, destacar que, en ese momento, todo él movía a la conmiseración de la que siempre había tratado de huir despavorido por dura y catastrófica que fuera la situación, como cuando le desvalijaron el plumier el primer día de clase.
Un tropel incontrolable de sensaciones y sentimientos, pasaron desbocados atropelladamente por su cabeza, al borde del abismo, mientras un calor, sofocante e insoportable le invadía la cara: la venganza más refinada y dolorosa, la más burda y brutal, el suicidio, el escándalo en los medios de comunicación, la denuncia ante la policía, prender fuego a la casa con todos dentro, la huida cómoda y cobarde, la masacre colectiva (no sabía aún cómo ni con qué) … Pero sobre todas las barbaridades que se le ocurrían, había una que se iba abriendo camino a pasos agigantados en medio de su desesperada demencia: estrangular a Clara con sus propias manos.
Estuvo así un buen rato, perdida la noción del tiempo, cuando, la peste procedente de las mantas, consiguió sacarle del estado catatónico en el que se encontraba. Tenía que tomar una decisión, la que fuera (aparte de desprenderse de aquella pestilencia, desde luego). Arrojó las mantas a un rincón y salió por una de las puertas de la cocina a un patio muy grande donde la fría brisa del amanecer comenzó a refrescarle algo la congestión y a templar sus ánimos. Iría a hablar con Clara. Sí. Eso sería lo primero. Y le diría todo lo que pensaba de ella, de su tía y de su maldito jueguecito macabro y canalla. Eso es. Eso es lo que iba a hacer: localizar ese despacho o biblioteca o lo que fuera, donde estaba ese ordenador donde apuntaban todo y le iba a decir cuatro cosas a esa maldita traidora que le había embaucado con malas artes y se iba a enterar de quién era él, aunque fuera lo último que hiciera en su vida. Mas, de golpe, se le ocurrió la idea contraria: seguirle a Clara la corriente como si nada hubiera pasado, como si él fuera mucho más tonto aún de lo que habían supuesto su tía y ella y, cuando la cosa estuviera cerca del final, ¡zas!, descubrir su juego y ganarlas por la mano. Pero no, no. ¿A quién pretendía engañar? Él no era así, aunque tampoco era un cobarde. De modo que sólo le quedaba enfrentarse a la situación a lo bestia. Se acabó. Alea jacta est. Pensó para sus adentros para infundirse algo de valor del que, con tanto pantano, agua, barro, frío, lluvia, encinas, perros, ladridos, mugidos, caballos, relinchos, gritos de capataces, bulla de jornaleros y chismorreos de lugareñas, andaba tan mermado últimamente.

 

Le habría gustado ser el más listo del Universo. El más astuto, el más hábil, el más zorro, el más taimado. O, al menos, tener buena suerte para todo. Eso sería lo más cómodo y, aunque le atraía más lo primero, nunca sobra tener una suerte impresionante que haga que, hagas lo que hagas, te salga bien.
Primero fueron los reyes magos, el ratoncito Pérez, la cigüeña, Paris, la semillita, la palabra de las chicas, la infalibilidad paterna, el complejo de Edipo, la Iglesia, la lealtad de los amigos, el misterio de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo en forma de paloma, las novias para toda la vida, la fe ciega, el dogma del marxismo leninismo redentor, la bendita emancipación laboral, el primer cochecito de segunda mano impecable, más amigos incondicionales … Y cuando te crees que ya te ha pasado casi de todo y estás vacunado, ¡tachín! … llega un ángel en forma de jovencita que te reconcilia eternamente con la humanidad … durante unos meses para machacarte luego contra el fango.
Todo cuesta, todo tiene un precio, todo se paga, todo pasa factura: lo que te sale bien y lo que haces mal, aciertos que te vienen del cielo y fallos que te vas labrando tú solito, regalos y sinsabores, traiciones y trampas, disgustos, alegrías, sonrisas y lágrimas (como aquella peli ñoña), viento y calma, tormenta y esperanza, virtudes y defectos, amargo y dulce, blanco o negro, el bien y el mal, que si esto, que si lo otro y (a veces) que si lo de más allá. Y pum pum, y pum pum, y pum pam.
Sí. Ser el más listo del Universo habría estado bien. Saber de antemano, anticiparse al golpe, maliciarte la emboscada, prevenir lo que se te viene encima, calcular las posibilidades, ejecutar con mano firme lo más conveniente y acertado … ¡y acertar, acertar siempre, no fallar nunca!
¿Cómo se hace eso, cómo se consigue? En los folletines, en los seriales radiofónicos, en los tebeos, en las novelas de aventuras, en los libros de Formación del Espíritu Nacional, en las películas, en las teleseries, en los culebrones, en los DeuVeDés … todo le sale bien al héroe. ¡No me digas que también es mentira! ¡No, no! ¡Eso no! ¡No podría soportarlo! … Y, sin embargo, me temo que es así: que también es mentira. Que los héroes también son de mentira. ¡Malditas mentiras! Aunque no sé qué es peor, en realidad, si las mentiras o la cruda, terrible, cruel, inhumana, durísima verdad.

(Continuará ...)

Javier Auserd.

4 comentarios

Dinosaurio -

Os agradezco vuestras palabras y os pido un poco más de paciencia. Ya queda poco: otra entrega y el epílogo.
Ya sabéis que en la vida nada es blanco o negro, bueno o malo (¡Ah, la maravillosa seguridad absoluta del inquisidor!), sino que todo es contradicción y duda constantes. Lo que hoy parece incontestable, mañana se resquebraja para vover a recomponerse y ... así sucesivamente.
Gracias de nuevo por ser tan comprensivas.
Abrazos.

jazmin -

Dino me encanta como lo planificas todo. Bueno, te diría lo que ya te han dicho, mejor una verdad dolorosa que una mentira piadosa. Imaginate si no es piadosa, duelen mucho más. Creo que siempre hay que ir con la verdad por delante.

Un abrazo.

Margot -

Muy poco que añadir a lo que ya ha dejado por escrito nuestra compañera Sak. En ocasiones somos nosotros, más causantes de nuestros propios desastres personales, que eso que solemos denominar destino. Y es que, ya lo dice el refrán: quien siembra vientos recoge tempestades"

La verdad por cruel que sea, siempre es más honrosa que una mentira...

Así, me gusta Dino, que no nos tengas en vilo... (Amplia sonrisa)

Un fuerte abrazo.

Sakkarah -

Pues sí, la realidad suele ser cruel, pero yo la prefiero antes que la mentira. La verdad parece imposible, por su fealdad (a veces)`pero es posible.

"Todo cuesta, todo tiene un precio, todo se paga, todo pasa factura: lo que te sale bien y lo que haces mal, aciertos que te vienen del cielo y fallos que te vas labrando tú solito, regalos y sinsabores, traiciones y trampas, disgustos, alegrías, sonrisas y lágrimas " ¡Cuánta verdad en estas palabras...!

Me gusta...está muy interesante.

Un beso.