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La cueva del dinosaurio

Nieve.

Nieve.

Dicen que todo llega. Otra cosa es que llegue antes o después o en su momento, que llegue mucho o poco, que llegue como queremos o de otra forma, que llegue para bien o para mal, o que llegue a gusto de todos.

La nieve ha llegado, aunque tarde, y, como es de rigor, casi todo el mundo se queja. La verdad es que casi todo el mundo se queja de casi todo (por detrás), de manera que no hay que preocuparse mucho por eso.

Los que más disfrutan suelen ser los niños, que se toman las cosas como vienen; luego ya se van maleando. Los niños se deslizan por las laderas más peligrosas y, como están hechos de goma, (hasta que se les acaba la "potra"), no se hacen daño, pero los adultos, que imprudentemente se arriesgan, sí, porque a los mayores se nos van transformando los huesos en plomo y escayola y nos pesan más que la carne, que se nos va diluyendo, secando y pegando entorno a ellos.

Cuando nieva de forma medianamente potable, como ha ocurrido ahora, renace la esperanza de que campos y pantanos se recuperen un poco para que el ciclo de la vida continúe, los osos se duerman y los niños puedan hacer educativos novillos justificados y jueguen con un agua que será el oro y las guerras del futuro y el enfado de transportistas, sufridas madres de responsables de infraestructuras y comunicaciones y de urbanitas.

Estamos asistiendo (tan agilipollados e impotentes como siempre) al fin de una época y nos pasan desapercibidas todas las señales. No sabemos a ciencia cierta qué sucederá y los “analistas profesionales” no se aclaran mucho, salvo en la sucesiva pérdida de peso y privatización del Estado tal y como lo conocemos. Yo, aunque no soy profeta ni lo pretendo, creo que hay indicios (que llevan tiempo gestándose) de que vamos hacia entes gobernantes abiertamente manejados por las grandes corporaciones empresariales bajo la “filosofía” y la “moral” del beneficio y el rendimiento, cuyas decisiones serán mercantiles (y mercantilistas) y de negocio puro y duro y de primacía de los intereses comerciales que suprimirán políticas y derechos sociales y culturales tan duramente conquistados al capital. A este respecto, las tesis de matrimonios ex-presidentes y de presidentas autonómicas ultracatólicos, son un claro ejemplo de lo que digo. Y las muchedumbres de indigentes, cada vez mayores, que se vayan muriendo como puedan a la sombra del despilfarro para nivelar los excedentes de mano de obra que el mercado (manejado por los amos del mundo) vaya vomitando a la cuneta. Es el neofascismo del futuro que se va fraguando a marchas forzadas.

En fin, espero y deseo equivocarme, que nunca se cumplan mis agoreras y sombrías predicciones.

Entretanto, prefiero ver a los niños jugar con la nieve y disfrutar de ella y pensar que ellos van a ser capaces de corregir ese aciago porvenir.

Ojalá.

Javier Auserd.

4 comentarios

Dinosaurio -

Gracias a los tres por venir.
Sí, Pau, lo del cambio climático es más grave y parece la consecuencia directa de la insaciable voracidad capitalista.
Ojalá me equivoque, pero me temo que, encima, ellos inventarán lo que sea para salvarse.
Abrazos.

olvidare el ayer... -

siiii,me encanta la nieve;ayer mismo estube en Viella,la montaña,bufff amigo,es como un cuento todo blanco y tan hermoso que transmite paz y tranquilidad.
un beso y un abrazo con cariño.

pau -

Toda involución acarrea una revolución, eso es el pan nuestro de cada día, o mejor... de cada cuatro o cinco generaciones.
Más temor crea la involución imparable del cambio climático, puesto que contra ella no hay revoluciones que valgan.
Un saludo.

Hannah -

Comparto tus análisis en este post, y también tus deseos de que podamos revertirlo... ¡Ojalá!
Un abrazo entrañable
Hannah