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La cueva del dinosaurio

Algo cansada.

Algo cansada.

Claude Monet, su casa en Giverny. 

Para Gatopardo. 

Estaba cansada. De buena gana se acostaba ahora mismo si no fuera porque estaba esperando un paquete que vendría de un momento a otro y, además, tenía que poner de comer a los gatos. Mientras encendía otro cigarro, pensó que, a veces, los gatos son unos pequeños tiranos insoportables y desconsiderados, pero, enseguida, desechó esa idea con un movimiento negativo de cabeza: “No, no, ¿qué digo?, son muy majos, yo los quiero mucho. Lo que pasa es que yo ... estoy cansada”.
Se dijo que lo mismo influía el tabaco, luego se rebatió la afirmación, pero enseguida volvió a darse la razón porque estaba tan cansada que no le apetecía ni siquiera discutir consigo misma aquella tarde de un frío gris plomizo que barruntaba agua, incluso nieve. “No, no, va a caer sólo agua. Bueno, ¿yo qué sé? Tendría que comer algo, pero no me apetece nada. Igual unos cereales con leche un poco después”.
Últimamente no se sentía muy bien que digamos, pero ella no era una pusilánime de tres al cuarto ni una ñoña que se quejara sin más, aunque llevaba unos meses de varios pares de narices y, encima, lo de la radio se había interrumpido, “¡con la ilusión que me hacía!, ¡lo mismo se termina por ir al garete!, ¡maldita sea! Tengo que pensar en algo”.
Iba recorriendo la casa como un alma en pena, dando y apagando luces a su paso. Se sentó delante del ordenador y empezó a teclear para espantar el sueño y la desidia y, sobre todo, el cansancio. Mandó varios correos electrónicos sin parar de fumar mientras notaba que el humo del tabaco embotaba aún más su cabeza en lugar de despejarla como siempre. “Me estará entrando la gripe”.
Oyó sonar el timbre de la puerta y, con un esfuerzo supremo que la dejó para el arrastre, se levantó y fue a ver quién era. Era el mensajero. Le plantó un autógrafo desganado, un simulacro de número de deneí y un gruñido de despedida congelada que le quitó de en medio en un pispás. A continuación, dejó el paquete encima de la mesa del salón y se dirigió a la cocina. Allí preparó comida para todos los gatos del vecindario, a los que ya podía oír claramente peleándose por un puesto preferente en la puerta que da al jardín. Abrió la puerta y les puso los cacharros con comida en el sitio de siempre notando sus suaves roces de agradecimiento junto a sus maullidos de apremio. Les dejó dando buena cuenta del banquete y volvió a entrar en la cocina. Hacía fresco y se estaba levantando un aire desapacible. Un estremecimiento recorrió inesperadamente su espalda como si la hubiera atravesado alguno de sus viejos fantasmas. Eso, sin saber a qué santo venía, le recordó a su madre, con la que había discutido hacía poco, cuando le propuso volver a casa durante unos días para reponerse porque la encontró muy delgada la última vez que se vieron. Por supuesto, ella se negó en redondo con vehemencia: “¡una tía independiente y autosuficiente como yo!, ¡pues estaríamos apañados si cada vez que estornudo tuviera que volver a Florencia!, ¡anda, anda, mi madre, cómo se pasa!”.
Se calentó en el microondas un poco de leche en un tazón y añadió un puñado de cereales para poder decirse a sí misma que había cenado. Tenía pendientes algunos temas, entre ellos su colaboración en Periodismo Original, pero aquella tarde no le apetecía calentarse la cabeza con nada ni quería darle más vueltas a los problemas acumulados. Se sentó de cualquier manera en una silla y se fue tomando los cereales con desgana y una ligera sensación de mareo.

Cuando despertó en una habitación de hospital, pensaba que estaba en su casa a la mañana siguiente. Quiso levantarse para dar de comer a los gatos, pero se dio cuenta, perpleja, de que un fino tubo, que bajaba de una bolsa de suero colgada de un palo gotero, se lo impedía. Se abrió la puerta y entró una enfermera, amiga suya.

-¿Cómo estás?
-Bien, pero, ¿qué hago aquí?
-Te mareaste y te caíste al suelo. Te encontró tu vecina cuando fue a ver qué les pasaba a los gatos que no paraban de liar un escándalo en la puerta de la cocina. Tuvo que saltar la valla y por poco se dobla un tobillo. Se asustó mucho. Ya la conoces.
-Y, ¿qué me pasa?, ¿es grave?
-No. No te preocupes. Te hemos hecho análisis y algunas pruebas y sólo das un poco de anemia. Te vamos a poner un tratamiento para que lo sigas en tu casa y, si todo va bien, creo que te darán el alta mañana mismo. Ahora vendrá el médico y te lo explicará mejor, en cuanto termine de hablar con tu madre.
-¡Mi madre está aquí!
-Sí, creo que cogió un avión de madrugada. Prepárate porque me da la sensación de que viene para quedarse unos días a cuidarte, te pongas como te pongas. Yo te aviso, ¿eh?
-¡Vaya por Dios!, ¡pues sí que la hemos hecho buena!
-Anda, anda, no te pongas así, que no te viene bien y resígnate que podía haber sido …

En ese momento entró su madre con el médico charlando animadamente.

-¡Hija mía!, ¡Si ya te lo venía diciendo yo hace meses! ¿Cómo te encuentras ahora?
-Pero mamá, escucha …
-Nada, nada, hijita, ya está todo hablado y resuelto, ¿verdad, doctor? Me quedo unas semanas o meses, lo que haga falta, y tú te portas como una niña buena y te tomas todas las medicinas que te manden para que te recuperes como Dios manda. Si es que te lo tengo dicho, pero tú no me haces caso. No comes bien, no duermes bien, no descansas, ¿verdad, doctor?
-Pero, mamá …
-Ahora vamos a dejarte tranquila y si mañana estás mejor, te damos el alta, ¿verdad, doctor? Tú no te preocupes de nada, que yo me encargo de todo. Hasta luego, cariño, ¿verdad, doctor?

Salió de la habitación dirigiendo muy suavemente al joven doctor hacia fuera por el brazo mientras la enfermera salía también, sonriendo y lanzándole un cantarín:

-Hasta luego … cariiiño …

Beatriz se quedó un momento mirando al techo y exhaló un suspiro de resignación. Después de todo, podía haber sido aún peor. Aunque lo peor eran los meses que tenía por delante con su madre en casa. Se consoló pensando que era el precio periódico de la independencia y que … a la casa no le vendría nada mal que un cierto vendaval maternofilial la renovara. Y a ella tampoco.

Javier Auserd.

7 comentarios

Dinosaurio -

No sólo la despensa, Lee, qué sería de nosotros sin nuestras madres incluso a estas alturas.
Trini, Gata está bien. Como bien te figuras, se trata de una broma, encima escrita de prisa y corriendo y sin pulir. ¿Te imaginas a Gata mareándose? Yo tampoco.

Dinosaurio -

Preséntale a tu madre en mi nombre mis más sinceras disculpas. Nunca debí internarme en ese territorio maternal pretendiendo no levantar justas suspicacias, porque el humor de nuestras madres termina en un muro sólido y alto detrás del que nos guardan a buen recaudo de cualquier "chorra" que se atreva a hacer "bromas fabuladas" sobre nosotros.
Diga usted que sí, señora, el próximo cuento "gracioso" que se me ocurra será sobre mis mareos y sobre lo sargento que es mi madre, aunque (en realidad) sea tan encantadora como usted.

Gatopardo -

Respuesta de mi madre, que es parca en palabras:
"¡No te imagino sin comer como una lima ni desmayándote! ¿No te conoce, verdad, o es que vas de anorexica y espiritual en internet para que no te identifiquen?"
jjjjjj, me maliciaba que algo así iba a soltar. Respecto a su retrato de madre preocupada e intervencionista, ha dicho:
"¡Pues no tengo otra cosa qué hacer a nuestras edades!"
(recalcando lo de "nuestras" por si me da un venate juvenil)

Trini -

Este post, me ha dejado preocupada. Está Gatopardo en verdad "indispuesta" o sólo es una licencia literaria? Voy a escribirle ahora mismo.

En cuanto a lo de tener a la madre en casa, en caso de que esto sea cierto...no le arriendo las ganancias. No hay nada tan pesado como una madre de puertas adentro.

Besos

LeeTamargo -

...Nada como una madre para que los cereales dejen de llenar solos la despensa...
SALUDANDO: LeeTamargo.-

Dinosaurio -

Dile, por favor, que no me tome por un niñato descarado, meticón y grosero, que no me juzgue a la ligera y que me de el alta pronto.
Ah, y que, cuando termine de reponerte a tí, con mucho gusto, la invitamos a nuestra casa.

Gatopardo -

jjjjjjjjj, ¡qué guasa tienes!
Gracias, Dinosaurio: me ha encantado. Mañana se lo leeré a mi madre.
Un abrazo