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La cueva del dinosaurio

A mi maestra, mujer trabajadora. Ana Amblés.

A mi maestra, mujer trabajadora. Ana Amblés.

Ahora que va a ser el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, quiero rendir un sentido homenaje a la mujer que me enseñó el poder de la palabra en unos tiempos en los que, de forma soterrada y oculta, aún imperaba una gran violencia.
Era menuda, un poco feucha y, encima, algo coja, con lo que tenía asegurada la burla y la crueldad infantiles que se cebaban a veces con ella. Incluso a los adultos se les escapaba una irónica sonrisa cuando se cruzaban con ella al lado de una amiga suya enormemente alta para la época, “el punto y la i”, decían con socarronería.
Eran los años cincuenta cuando llegó a una escuela con muchos niños con edades entre los 5 y los 14 años, todos para ella solita.
Hubo quien, al verla, dijo: “esta no dura nada”, de lo puro frágil que parecía. Pero su energía era tan grande que pudo con todo y con todos y duró, vaya si duró, afortunadamente.
Era la escuela un palomar con grandes ventanales y todas las niñas íbamos de un blanco impecable, tan bien peinadas que, si algún rizo rebelde se escapaba de las ortodoxas trenzas: “¡a tu casa a recomponerte!”. Se la tachaba de puntillosa, pero ¡cómo aprendimos con mi maestra! Me gusta llamarla así: “mi maestra” todavía, porque es un término que engloba todo el manantial inagotable que desplegaba a diario. Con ella aprendimos a recitar, a cantar (¡qué maravilla las niñas de doña Carmen cantando gregoriano a tres voces en las festividades!), orgullosas de tener una maestra que nos iba “mostrando” la historia (la “oficial”, que era la que había), las mesetas, las llanuras, los ríos, los cabos, los golfos (¡qué risa nos daba el nombre de ese “accidente” geográfico!), las flores, los pájaros, las estaciones con la descripción de cada uno de sus encantos, los números, las figuras geométricas …
Siempre estaba allí, arropándonos, protegiéndonos con firmeza pero con cariño, sin vacaciones, en su casa de puertas abiertas, de “tócame Roque”, enfrentándose con el cura, si hacía falta, para que no antepusiera la liturgia a la enseñanza. Y, cuando estaba enferma, allá que nos íbamos al salón de su casa a que nos pusiera los deberes. De niña, eso fastidia, sobre todo en primavera cuando los verdes prados se llenan de frescura y de flores y sus laderas invitan a tirarse rodando olvidando a don Pelayo, Rusia, capital Moscú, el lago Victoria, el estado de Texas y la quinta puñeta. Pero allí estaba ella, preocupándose de todas, ayudando a que ninguna se quedara atrás y de que fuéramos más listas que los pedazo de burros de los niños de don Francisco, luchando, luchando, cayéndonos y levantándonos una y otra vez, como si nada.
Somos una generación de mujeres que le debemos a las doñas Carmenes de cada pueblo y ciudad de España casi todo lo poco o lo mucho que hayamos sido capaces de conseguir, ahora podemos verlo.
A veces pienso que tendríamos que haberle hecho un homenaje, pero la vida nos va separando y su menuda figura se fue desdibujando de nuestra memoria. Sin embargo, después de todo, quizá estas líneas puedan serlo. Ahora que tanto se habla del papel que tenemos que desempeñar las mujeres en la sociedad, yo evoco y reivindico su memoria de entre la niebla de los tiempos oscuros.
Gracias, Carmen (doña Carmen), por ser nuestra maestra, por enseñarnos a componer versos en el mes de mayo junto al valor de la honestidad y la nobleza, por hacer teatro para el Domund junto al valor de la solidaridad y de la justicia, por cantar, por bailar, por leer en voz alta, por escribir en el libro de la escuela junto con el inmenso placer de ir aprendiendo a ser yo misma con mis limitaciones y defectos pero también con mi capacidad de decidir y de ser libre.
Para Carmen Blázquez, maestra de Hoyos del Espino en los años cincuenta, mis más sinceras gracias con un fuerte abrazo.


(La imagen está tomada de http://www.poemitas.com/mi_maestra.htm).

4 comentarios

Dinosaurio -

Sí que lo he puesto. Ana Amblés es la autora, no la maestra, ja, ja, ja.
Ana Amblés es "mi chica" y, como veis, literariamente hablando es más tierna y sentimental que el día de la madre, aunque luego es fuerte y dura como el hierro.
Yo, además de no tener trenzas, tampoco he tenido la suerte de tener una maestra así.
Gracias Trini, Lee, Gata por visitarnos.

Gatopardo -

Uffff, como no has puesto a la autora del texto en el título, me he tenido que recomponer el cerebro para imaginarte con trenzas...jjjj ¡no veas!
Haz el favor de no darme esos sustos, y especifica la autoría donde correponde.

LeeTamargo -

...Todos hemos tenido esa maestra, ese profesor; o deberíamos tenerlo. Me sumo a ese agradecimiento...
SALUDANDO: LeeTamargo.-

Trini -

No sabes cuántos recuerdos me ha traido este post. Yo tuve varias:Doñas, Antonia, Victorina, Emilia, Rosa... Pero quién verdad me marcó al igual que a ti Doña Carmen, fue Don Moisés, nunca lo he olvidado.
Besos muchos